El título de este artículo es el de una vieja película norteamericana (The roaring twenties, 1939) dirigida por Raoul Walsh y protagonizada por el gran James Cagney. La cosa iba de gánsteres implacables y sucedía en una década especialmente fructífera para mafiosos y asesinos en general. Y aunque los años 20 del siglo XXI no son comparables a los del siglo XX, últimamente hay señales en Barcelona de que el crimen se está desmandando: véase el triste caso del sujeto acribillado a balazos hace un par de días en la esquina de la pacificada calle del Consell de Cent con Villarroel.

No se trata de recordar otros tiempos presuntamente felices y tranquilos, ya que nunca han acabado de existir, pero sorprende desde hace un tiempo la proliferación de noticias que incluyen disparos y puñaladas mortales.

Hasta los políticos dan mal ejemplo: pensemos en ese alcalde de Arbeca que ha tenido que dimitir después de agredir a su ex mujer y morder a un Mosso d'´Esquadra. En el Barça hubo un jugador sudamericano que, de vez en cuando, mordía a alguien del equipo rival, pero lo de un alcalde que muerde es una novedad absoluta en nuestro panorama político social (tal vez su partido, ERC, debería haberlo enviado a las reuniones con el gobierno central sobre la singularidad catalana a la hora de apoquinar para el proyecto teóricamente común).

Tenemos aquí la confluencia de un problema general y un problema local. A nivel general, el mundo cada día es más violento. Las matanzas en escuelas o los asesinatos múltiples ya no son únicamente una especialidad norteamericana, pues se han extendido a toda Europa.

Si no ocurren más desgracias es porque en nuestros países no es tan fácil hacerse con una pistola y es prácticamente imposible conseguir un fusil de asalto. Pero quien quiere matar, mata. Y cada vez con mayor frecuencia. Y más cerca de los ciudadanos presuntamente normales, como se ha visto en el incidente de Consell de Cent con Villarroel.

También da la impresión de que la gente cada vez tiene la mecha más corta y se enciende por cualquier motivo. Hace unos días, una mujer de 36 años apuñaló en el cuello a un hombre de 27 por una discusión de tráfico. La gente se apuñala en bares y en la calle. Ya nada se resuelve a gritos o a puñetazos. Las reacciones violentas a cualquier contrariedad han crecido de manera exponencial. ¿Qué hacer ante unas sociedades cada vez más violentas?

Lo de Torre Pacheco, Murcia, no es un buen ejemplo de cómo resolver las desavenencias, pero la voluntad del ayuntamiento de comprar pistolas Taser para la guardia urbana era una propuesta razonable que fue despreciada por los de Junts (supuesto partido de ley y orden, catalanes, por supuesto) sin motivo alguno, más allá de poner en práctica lo de que al enemigo, ni agua.

Nuestros cuerpos policiales tienen que ponerse al día y acostumbrarse a un mundo mucho más violento que el que encontraron cuando salieron de la academia. Los años 20 en Barcelona todavía no son los Roaring twenties de la película de James Cagney, pero la cosa se está complicando claramente. Y no creo que la solución a nuestros problemas de criminalidad se consiga poniendo al frente del departamento de seguridad ciudadana al alcalde Arbeca, por muy bien que se le dé lo de morder.