La alcaldesa de El Prat de Llobregat, Alba Bou, y ochocientos activistas se manifestaron en la plaza de Sant Jaume contra la ampliación de una pista del aeropuerto de El Prat. Su misión: salvar una charca llamada Ricarda.
Primera mentira: según su órgano digital de agitación y propaganda, fueron miles de personas. Segunda mentira: la ecología es una ciencia. Pero este personal no es científico. Sólo son ecologistas, que es una suma de corrientes ideológicas.
“La ciencia ecológica no puede tener banderas, ni miedos ni mandamientos”. Lo advirtió Josep M. Espinàs (Barcelona, 1927-2023) en su libro L’ecologisme és un egoisme (La Campana, 1993). Le llamaron reaccionario.
Pero los retrógrados eran y son este mejunje de partiditos, sectas wokes y gentes del no a todo progreso. No aceptan la evolución de la civilización. Tienen un trasfondo medieval y una soberbia desconfianza en la capacidad humana.
Por ejemplo, Alba Bou. Militante de ICV y de los Comunes. Licenciada en relaciones públicas y marketing. Sin otro trabajo conocido que la política. Acusada de prevaricación y tráfico de influencias, fue absuelta por falta de pruebas.
Espinàs escribió veinte libros de viajes a pie. Que es como se conocen las tierras y las personas que las habitan. Por el contrario, lo único que aportan Bou y los suyos son demagogias, manipulaciones y lemas ajados y trasnochados.
Han fracasado la izquierda boba, los buenismos y otros inventos que no han servido para nada. Pero nutren sus chiringos y dan de comer a sus militantes. Sus actuales enemigos son quinientos metros más de pista en el aeropuerto de Barcelona.
Son catastrofistas de manual y pancarta rellenos de contradicciones. Llevan el autoritarismo y el prohibicionismo en sus genes ideológicos. Y su superioridad moral les autoriza a proteger a unas especies sí y a otras no.
Así, tienen 43 especies de aves protegidas en la Ricarda. Pero no les importa que sean un peligro para los aviones y los millones de vidas humanas que transportan. Otra: con una mano protegen especies, con la otra explotan a las que les parecen beneficiosas.
Usan y abusan hasta el hastío de términos como la vida y la naturaleza. Espinàs los descolocaba con preguntas como: “¿el queso es natural o artificial?” ¿El lobo es hermano del hombre o el hombre hace el mono?”
Incapacitados para el humor si no se ríe de los demás, aún no han contestado a reflexiones como: “¿El atún en lata o a la plancha?” “¿El bolígrafo y el televisor son iguales que la piña y el tomate porque los produce la especie humana?”
Al negocio del falso ecologismo se suman los llamados animalistas. Conservan el lobo y el oso, pero exterminan moscas, mosquitos y cucarachas. No defienden a los corderos sacrificados por una religión. Aunque todo bicho es criatura del Señor.
Por 500 metros de asfalto cerca de una charca se acaba su falso mundo. Porque ignoran que la naturaleza humana no añora el pasado, siempre evoluciona y en algún milenio se extinguirá.
Aunque ellos hagan el mono allá por donde pasan, predican el miedo al fin del mundo y viven del cuento.