El mercado de abastos más popular de Barcelona está a mitad de la Rambla, en el corazón de lo que tiempo atrás fue el centro de la ciudad.

Desde hace años, comprar en La Boqueria es un capricho de gourmets y de algunos de los buenos cocineros de la ciudad; los vecinos de la zona encuentran cada día más dificultades para abastecerse donde lo han hecho siempre.

La colonización del lugar es un hecho: zumos, verduras y frutas exóticas, productos para consumir in situ, atracción turística, desplazamiento del comprador habitual que de hecho ya venía siendo expulsado poco a poco de sus cercanas viviendas, visitas guiadas de guiris.

Una muerte anunciada de la que fenómenos como El Pinotxo y otras barras superexitosas del lugar no eran más que un anuncio de lo que finalmente ha sucedido.

El Ayuntamiento va a invertir 12 millones de euros en una operación que podríamos considerar como la última oportunidad para dar a ese magnífico mercado un sentido en la vida de los barceloneses; y también de sus visitantes, lógicamente.

No hay que ser agorero para vislumbrar las dificultades del proyecto, lo que no debe ser obstáculo para felicitar doblemente al consistorio en su empeño de luchar contra los elementos.

Quizá por la costumbre, la gente no terminamos de ser conscientes de lo que realmente sucede cuando acudimos a uno de los mercados municipales: tenemos al alcance de la mano --y del bolsillo-- la oportunidad de adquirir primera o segunda tría de los mejores alimentos frescos, ya sea pescado, carne, fruta o verdura.

Precios que no compiten quizá con los del super, pero con una alta garantía de calidad que, con todos los respetos, escapa del catálogo de las cadenas de distribución; y no digamos ya de las modestas tiendas de barrio y de las pequeñas poblaciones.

El panorama que dibujan los supermercados y los pequeños colmados que luchan por resistir en condiciones tan difíciles, es precisamente el escenario que favorece a esos mercadillos de proximidad que nos traen el shopping kilómetro 0 a la esquina de casa los sábados y los domingos.

Cabe desear el mejor de los resultados al empeño del consistorio en su afán por remodelar el mercado de los mercados, la adorable Boqueria.

De lo conocido hasta ahora de la reforma que acabará en 2030 se desprende un deseo de adaptación a los nuevos hábitos de consumo y al impacto del turismo, un fenómeno en pleno auge que no tiene visos de desaparecer a corto o medio plazo, y al que hay que adaptarse para que no nos arrolle.

Ojalá tenga éxito y sirva de guía para el resto de los 40 mercados de Barcelona. Es una batalla que tiene que ver con la supervivencia de un modo de vida, de unas costumbres, pero también con la calidad de nuestra alimentación, con la supervivencia de la dieta mediterránea; y de su precio, por supuesto.