Se supone que la gentrificación de un barrio, aparte de arruinarle la vida al vecino de siempre con nuevos y onerosos alquileres y atraer a fondos buitre de esos que compran edificios con bichos a los que hay que fumigar para lucrarse, tiene efectos positivos.

Pienso en el Bowery de Manhattan. Cuando lo visité por primera vez, en 1980, para acceder al mítico club CBGB, cuyos baños eran probablemente los más guarros del mundo, aquello era un sindiós trufado de yonquis, borrachuzos y delincuentes. Cuando volví en 1994, tras la purga ejemplar del alcalde Rudy Giuliani, el Bowery era un sitio estupendo por el que se podía deambular tranquilamente sin que te asestaran una puñalada por la espalda.

Probablemente, hubo una expulsión masiva de vecinos cutres, pero los nuevos se encontraron con un barrio que daba gusto verlo.

En Barcelona se intentó algo parecido con el barrio de Sant Antoni, que se llenó de tiendas pijas, bares de diseño y sitios modelo Williamsburg en los que sirven tostadas con aguacate.

Desaparecieron, intuyo, los vecinos de siempre y apareció gente de postín con ganas de vivir en un sitio enrollado (los bobos neoyorquinos, diminutivo de Bohemian Bourgeois). Unos años después, el barrio sigue siendo carísimo, pero hay chusma a cascoporro que se droga en plena calle, se caga y se mea donde se le antoja y lanza miradas torvas a la gente de bien.

Pongamos que es usted un barcelonés de vida desahogada o un expat con monises y se da cuenta de que ha hecho el negocio de Roberto el de las Cabras. Vive en un barrio aparentemente gentrificado, pero el personal anterior a la reforma no solo sobrevive cual cucarachas de la cocina de un apartamento en el Bronx, sino que se ha incrementado en número y agresividad.

La gentrificación, como se dice en catalán, ha fet figa.

Vecinos y tenderos de la zona están que trinan ante la inactividad policial:  creo que Collboni debería llamar a Giuliani, aunque se haya convertido en un trumpista mierder. Si no lo hace y las cosas siguen igual, se le podría acusar directamente de timo. Uno nuevo, eso sí, nada que ver con el de las misas o el mítico tocomocho: el timo de la gentrificación, consistente en hacer creer a la gente que ahora sí que da gusto vivir en un sitio que antes era, digamos, complicado.

Dado el optimismo habitual de nuestro querido ayuntamiento, igual hay alguien ahí que piensa que, con el barrio de Sant Antoni, ofrecemos al neo habitante lo mejor de ambos mundos, la comodidad burguesa junto a la vida canalla de antaño (que pervive hogaño). Es un punto de vista que bordea el cretinismo, pero no me extrañaría que algún lumbreras municipal lo haya generado.

Por lo que leo y me cuentan, la solución es exclusivamente policial (aunque siempre hay que añadir, para quedar bien, que hay que tomar medidas sociales, sean las que sean).

Y no se entiende que le quitemos el polvo a un barrio, subamos los alquileres de manera exponencial, expulsemos a los vecinos, lo llenemos de pijos y luego no sepamos controlar a la chusma, obligada como siempre ha estado a ocupar los barrios más pobretones.

La gentrificación es un drama que estoy viviendo en mis carnes desde que un fondo buitre se hizo con mi edificio y se lanzó a vaciarlo de nosotros, los bichos.

Mi único consuelo (pequeño, la verdad) es que los nuevos inquilinos se van a encontrar con un barrio bastante apacible, además de bonito, en el que no es probable que les roben el reloj o los apuñalen. No es que me sangre el corazón ante las desdichas de los ricachones bohemios de Sant Antoni, pero lo suyo desafía cualquier tipo de lógica.

Ya sabemos que el ayuntamiento no mueve un dedo hasta que las quejas de los vecinos se escuchan en Mataró (véase lo de la Casa Orsola), pero las del personal de Sant Antoni ya empiezan a oírse en Badalona (y subiendo).

Ya se sabe que el que no llora, no mama. Pero aquí se está dando un caso notable de ineptitud municipal. La desidia de los que mandan potencia la extensión del chusmolén reforzado.

Si limpias un barrio, luego te toca el mantenimiento. Algo de lo que nuestras fuerzas del orden parecen haberse olvidado.