La polémica está servida. En 2022 se alcanzó un pacto para abrir los comercios domingos y festivos comprendidos entre mediados de mayo y finales de septiembre en la zona conocida como de Gran Afluencia Turística que comprende Ciutat Vella, Eixample, Sants-Montjuïc, Les Corts, Sarrià-Sant Gervasi, Gràcia, Horta-Guinardó y Sant Martí.
Son cuatro meses en los que los comercios de más de 300 metros cuadrados --los más pequeños ya tenían la posibilidad de apertura libre sin importar dónde estuvieran ubicados-- podían abrir en un horario delimitado de 12.00 a 20.00 horas.
Pero el acuerdo caduca este año y la polémica surge con fuerza con una propuesta de apertura que dobla la actual: ocho meses al año, desde Semana Santa a Todos los Santos.
La propuesta no es inocente. Es de parte, de Barcelona Oberta, que agrupa los negocios de los ejes comerciales más transitados. La respuesta es más que compleja. Hay posiciones encontradas, pero lo más importante es que está sobre el tapete una cuestión de más enjundia: el modelo de ciudad.
La primera consecuencia de la liberalización de horarios es la competencia. El pequeño comercio está en desventaja, y no puede competir en igualdad de condiciones. Es un dato objetivo. Basta con dar un vistazo a Madrid. El pequeño comercio perdió la batalla, y su desaparición tiene un impacto directo en los barrios, en la vida cotidiana de los ciudadanos.
Segunda: las condiciones laborales. Nos dijeron que aumentaría el empleo y no parece que esto sea cierto, a tenor de los datos que aportan los sindicatos. En las grandes superficies, los contratos permiten la movilidad de los trabajadores, por lo que trabajan en festivos y no festivos alternativamente.
En conclusión, el incremento es mínimo. En el pequeño comercio contratar más personal es anular los posibles beneficios, salvo excepciones, que comporte la apertura dominical. Basta ver que en la mayoría de barrios donde abren las grandes superficies, el pequeño comercio mantiene mayoritariamente la persiana bajada.
Y si sumamos el impacto de la competencia, el empleo no solo no aumentó, sino que se redujo por el cierre de estos establecimientos, en muchos casos, de matriz familiar.
Tercera: la conciliación familiar. El acuerdo de 2022 estimaba el número de trabajadores afectados por el acuerdo de liberalización de horarios en 165.000, y en Barcelona el censo comercial de 2019 apuntaba a la existencia de 55.400 comercios.
Doblar la apertura comercial en domingos y festivos lesiona, sin lugar a dudas, la conciliación familiar, y no hay ningún dato que demuestre que haya una compensación económica para estos trabajadores y trabajadoras.
Barcelona Oberta afirma que más de la mitad de los empleos son indefinidos, pero el coste personal a pagar es implacable. Y afirman que la ampliación de horarios comportaría más contratos indefinidos, se supone. No estaría mal que aportaran datos del empleo generado en estos tres años, y de su calidad.
Cuarta: compaginar la vida comercial y de barrio. Dicen que casi la mitad de los barceloneses están a favor de la ampliación de horarios porque revertirá en beneficios en otros servicios, como la hostelería o el turismo.
Visto de otro modo, la mitad de los barceloneses está en contra. Quizá se preguntan donde van a parar estos beneficios --a los trabajadores no-- y si es necesario definir Barcelona como un gran centro de compras para marcar el modelo turístico de la ciudad.
Barcelona Oberta ha abierto la Caja de Pandora y el consistorio tiene que tomar posición. El alcalde Collboni tiene que coger el toro por los cuernos y buscar el consenso en torno al modelo de Barcelona que defiende.
Y aquí aparece la palabra consenso, la búsqueda de un punto de encuentro entre todos los firmantes del acuerdo de 2022. Barcelona Comerç, que representa el comercio de barrio, PIMEC Comerç, Foment del Treball, la Asociación Nacional de Grandes Empresas de Distribución (ANGED) y los sindicatos UGT y CCOO.
Si me preguntan, no estoy demasiado a favor de convertir Barcelona en un gran centro comercial. La liberalización salvaje no parece una hoja de ruta a seguir. Esperemos que el sentido común se imponga porque nos jugamos la Barcelona del futuro.