Verano, vacaciones y pereza. Sucumbir a los efectos del calor y no hacer nada. Si acaso, un baño aquí o allá, y lecturas sin más objetivo que el entretenimiento.

Los italianos han acuñado la expresión más maravillosa para este estado de inanición: el dolce far niente. ¿Cómo decirlo mejor?

Quizá tenga que ver con la edad. Durante la infancia nos entregamos al descubrimiento constante, todo es nuevo. Pero llegados a la adolescencia, a ese momento en el que creemos saberlo todo, la pereza se va introduciendo en nuestra vida junto a esa samba hormonal que nos lleva a multiplicar las horas de sueño.

Y junto al sueño, la pereza, esa capacidad de pasar horas tumbado sin hacer nada; o nada aparentemente productivo ni necesario. El gran lujo de la juventud es ser rico en tiempo. Lástima que tardemos tanto en descubrirlo.

Apunte al margen: no les zafemos ese lujo a nuestros niños y jóvenes. Tiempo habrá para que sean productivos, eficaces, y finalmente estresados hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Cuando entramos en la edad adulta, de repente, sin saber cómo, todo son prisas. Recuerdo cuando cumplí 20 años y una tía me advirtió: “Entre los 20 y los 30 años tienes que hacerlo todo, estudiar una carrera, encontrar un trabajo, casarte, tener hijos”. Bienvenida al estrés del mundo de los mayores.

Hace mucho que superé esa década que a mi tía le debía parecer prodigiosa y a mí --así descrita-- me pareció un auténtico horror. Pero su advertencia cayó sobre mí como un auténtico maleficio.

Ahora echo la vista atrás y confirmo que, efectivamente, no he dejado de correr desde entonces, siempre con alguna meta volante que alcanzar. 

No se trata de algo nuevo. La tradición cristiana nos ha advertido durante dos milenios contra los siete pecados capitales. Entre ellos la pereza, junto a la envidia, el odio, la gula o la ira. Casi nada. 

El trabajo redime, nos enseña la tradición católica, bebiendo de la tradición greco-romana. "El ocio es una perversa sirena de la que debemos huir" advertía el poeta Horacio. Para Séneca, “estar en ocio muy prolongado no es reposo, sino pereza”. 

No parece que la obsesión por la productividad y la necesidad de aprovechar hasta el último minuto sean un invento de la sociedad capitalista, aunque no podemos negar que nos estamos superando en el empeño.

Ya no se trata solo de trabajar o ser hacendosos. También en el tiempo de asueto se impone la carrera para aprovechar --que verbo tan horrible-- hasta el último minuto de nuestras vacaciones. Viajes, excursiones, deporte o nuevas experiencias, todo a velocidad de vértigo.  

Así que me propongo convertir la pereza en mi nueva meta volante. Ser capaz de dedicarle tiempo a no hacer nada, más allá de estas semanas de vacaciones. 

Todo esto pienso en mi tumbona, buscando fuerzas para levantarme y tomar unas notas de estas ideas que servirán para escribir un nuevo artículo. Finalmente, no he sido capaz de ser absolutamente improductiva. De manera que la meta seguirá ahí, pendiente de ser alcanzada.