En la Barceloneta un grupo de ciudadanos detuvo a un individuo que intentó robar a una familia. En Sants, el primer movimiento contra la tentativa de okupar el edificio de la antigua Escola del Carme procedió del vecindario. Luego intervino la Guardia Urbana.

En el metro actúa de forma ilegal pero perfectamente localizable una “patrulla ciudadana” que, como poco, alerta a los usuarios contra la actuación de los carteristas habituales. Es el principio del fin de la legalidad. El sálvese quien pueda.

La yuxtaposición de estos hechos puede generar la impresión de que Barcelona es una ciudad poco segura, lo que, según las estadísticas policiales, no es cierto. Pero las sensaciones, cuando se generalizan, acaban por provocar reacciones emocionales escasamente deseables.

No será porque en Barcelona no haya cuerpos policiales. Los hay a patadas.

En ciertos ámbitos actúan los llamados cuerpos de seguridad del Estado: Policía Nacional y Guardia Civil. Luego están los Mossos d’Esquadra. También la policía portuaria. Y la Guardia Urbana, más los vigilantes de la zona azul. Seis agrupaciones policiales o parapoliciales públicas a las que hay que sumar miles de guardias de seguridad de empresas privadas.

Eso teniendo en cuenta que en Barcelona no intervienen los agentes forestales, que se parecen mucho a un cuerpo de seguridad. Ellos mismos han pedido esa consideración en diversas ocasiones.

Los economistas hablan de economía de escala. Se supone que la agrupación del personal que realiza funciones similares ahorra gastos y redunda en una mayor eficiencia. ¿Es esa una posibilidad barcelonesa? ¿Tiene sentido que haya tantos cuerpos policiales, alguno de los cuales no se sabe ni qué función tienen?

De vez en cuando se alza la voz de un alcalde de población pequeña explicando que carece de medios para garantizar la seguridad con sólo la policía local. ¿No sería mejor y más efectivo organizar un único cuerpo policial que actuara en toda Catalunya?

En Catalunya hay unos 30.000 agentes, si se suman los Mossos y las policías locales. La Guardia Urbana de Barcelona (3.500 agentes) representa algo más del 11% de esa cantidad. Unificarlos, en el peor de los casos, supondría un ahorro de mandos. O no, porque el Ejército, que tiene cierta buena fama gracias a la UME, está formado por 125.000 personas de las que unas 13.000 son oficiales, de esos que se adornan con fajines y chapas llamadas medallas. Como dicen los castizos, un jefe por cada diez indios.

Ahora que los Mossos han recuperado algo de la credibilidad perdida cuando se les escapó Puigdemont en sus narices, quizás sería un buen momento para integrar a todas las policías locales en un único cuerpo y organizarlo de forma eficaz, distribuyéndolo más racionalmente.

Hoy por hoy, la eficacia policial está puesta en duda. Y la prueba más palpable es la respuesta espontánea (e indebida) de los ciudadanos tomándose la justicia por su mano porque no creen demasiado en la justicia oficial.

Y si bien se mira, ése es parte del problema policial: un sistema legal tan garantista que acaba beneficiando al delincuente y perjudicando a la víctima.

La persecución anunciada a reincidentes con más de medio centenar de detenciones, que quedan en la calle a la que los saluda el juez, hace que la policía se desmoralice y que los ciudadanos acaben creyendo que falla la policía donde fallan otros aspectos de la legalidad: los legisladores y también los jueces.

Los cuerpos del Estado están para cosas muy específicas. Sobre todo, las fronteras y aduanas. Los demás hacen de todo, salvo los del puerto que no se sabe bien a qué se dedican. A veces se repiten. Tanto es así que la Guardia Urbana de Barcelona llegó a disponer de una unidad de intervención en competencia directa con los Mossos d’Esquadra.

Lo que no puede ser es que la aplicación de la justicia dependa del arrojo de los ciudadanos. Está bien colaborar con las instituciones, pero no hacer su trabajo. En este sentido, la web municipal que recomienda denunciar el aparcamiento indebido de las motos es un despropósito. Pero la Guardia Urbana lo tiene difícil: sus agentes van casi siempre en coche.

Así no hay manera. Hay una recomendación médica contra las cardiopatías: “Poca cama, poco plato y mucha suela del zapato”. Aplicar la última de las recomendaciones a la Guardia Urbana, haciéndola realmente un cuerpo de proximidad sería, probablemente, de gran utilidad.