Este lunes, 1 de septiembre, se reanuda la actividad política municipal. Nuestros concejales dejan atrás el paréntesis vacacional veraniego y se prestan al inicio de un nuevo curso que tiene todos los visos de repetir los vicios del anterior.
Un gobierno en minoría absoluta con sólo diez concejales y una oposición tan fragmentada como estéril para incidir en las políticas de ciudad y condicionar efectivamente al Ejecutivo local.
Un alcalde con la ley en la mano no lo puede hacer todo, pero sí puede hacer mucho. Y eso lo sabe y aprovecha Jaume Collboni para consolidar su liderazgo e incrementar encuesta tras encuesta una previsión de pujanza de sus ediles en las próximas elecciones en el año 2027.
Cuenta, además, con las millonarias partidas presupuestarias destinadas al autobombo de su controvertida gestión desde la publicidad institucional, que encumbra más el parecer que el hacer y donde se maquilla el error y se exacerba el acierto.
Por si fuera poco, la oposición navega cual flotilla errática, no a Gaza sino a la nadería. Junts debiera haber designado candidato a la alcaldía la pasada primavera, pero la decisión se hiberna a la espera de la decisión de Puigdemont desde su fugada atalaya independentista.
Los comunes no saben qué hacer con los propios. Ada Colau pululará un año más a la espera de decidir si es nuevamente candidata a la alcaldía, y brotarán las especulaciones sobre una emergencia electoral del ministro Urtasun.
En su espacio de izquierda extrema resolverán sobre la menguante posición de la Sumar de Yolanda Díaz, el lastre para los comunes de su condición de socio gubernamental de Pedro Sánchez y la revancha de un ascendente Podemos contra sus antaño coaligados.
El Partido Popular deberá zafarse del estigma de haber investido alcalde al baluarte municipal en España del sanchismo, y hacerlo desde el rigor y la solidez ideológica.
Mientras, Vox lo fiará todo a que su vaticinio al alza de los estudios sociológicos en unas elecciones generales acierte, y tengan su continuidad en los comicios municipales.
ERC, jugará los días pares a ser oposición y los impares a aliada del gobierno en un zigzag de rumbo desnortado. Y todos mirando de reojo la posible irrupción desde el independentismo de extrema izquierda, la CUP, y la Aliança Catalana de Orriols. Además de quitar votos a terceros, restarían opciones de obtener más concejales a los actuales partidos presentes en el consistorio.
Todo apunta a que en este curso se aprobará una tardía y acomplejada Ordenanza de civismo con los votos de PSC, Junts y ERC.
La oposición se unirá en bloque para aprobar testimoniales reprobaciones al gobierno, proseguirán acuerdos puntuales del tripartito zurdo en ciertas inversiones y actuaciones, y Collboni dispondrá del presupuesto para el año 2026 sin precisar de acuerdos mayoritarios tras vincular su aprobación a la cuestión de confianza.
Sin embargo y como siempre, la casa Gran y la ciudad sin barrer. La delincuencia seguirá siendo capital, la vivienda inaccesible y la fiscalidad desbordante. Nos distraerán con el distrito XI en Gaza mientras la inversión en los barrios es deficiente, los servicios para atender a los vecinos que lo precisan son limitados y el mantenimiento de las calles, en limpieza e iluminación, seguirán sin brillar.
Todo apunta a una vuelta al cole municipal con un inicio de curso sin rebelión en las aulas, con mochilas huecas, de brazos caídos y con discusiones de patio de colegio. Un retorno carente de compromisos firmes y de propuestas estratégicas. El objetivo es pasar de curso, aunque se suspenda y se deteriore Barcelona.
Faltan esfuerzos de ciudad y compromisos por ella más allá de las siglas de los partidos. Ojalá su carencia se subsane y se torne en mérito a reconocer en las notas finales a quien se haya hecho acreedor del mismo.
Entonces, se podrá decir que, por fin, se han adoptado las decisiones angulares imprescindibles para garantizar un presente mejor y un futuro seguro en bienestar y progreso para la Barcelona de todos.