La división es demasiado fácil de formular. La izquierda y el activismo de izquierda radical con Palestina; la gente de bien y el nacionalismo catalán con Israel.

Sin embargo, los hechos y el análisis sosegado dejan una conclusión clara, compartida por personas muy distintas, y, --lo que es más importante y decisivo—por judíos no sectarios que no pueden tolerar la actuación del gobierno de Israel en la Franja de Gaza. Y el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, hace bien al marcar una posición firme ante esa terrible circunstancia que viene de lejos.

Habrá que recuperar los escritos de Hannah Arendt, o de Primo Levi, o de Bashevis Singer, o de Jean Améry para constatar que el sionismo ha sido un movimiento político tremendamente desgraciado.

El problema de fondo es ese: el sionismo, que perjudica la imagen de todos los judíos en el mundo. Pero eso ya no se puede arreglar ahora. Fue fruto de un momento histórico.

Lo que sí se debe hacer –si es que nos tenemos algún respeto como ciudadanos europeos hijos de la Ilustración—es marcar una frontera con el gobierno de Israel y tratar por distintos medios –las sanciones económicas—que rectifique lo antes posible.

Los postureos se deben criticar también. Está claro que la exalcaldesa Ada Colau hace el ridículo con sus apariciones en las redes sociales, al frente de una flotilla con buenas intenciones, eso no se puede poner en duda.

El activismo es necesario, no cerremos los ojos ante ese instrumento. Pero Colau también utiliza la causa para su promoción personal, muy consciente de que necesita una poderosa palanca para volver a ser candidata a la alcaldía de Barcelona.

En cualquier caso, está fuera de lugar la crítica a la posición del Ayuntamiento de Barcelona, o de todo aquel que critica con severidad a Israel. No hay antisemitismo ni nada que se le parezca. Hay que presionar, y un alcalde tiene un poder limitado, pero puede ser efectivo para provocar un efecto arrastre.

Basta ya de demagogias. No se puede seguir analizando el conflicto entre Israel y Palestina con prejuicios. No hay una frontera –o no debería—entre izquierda y derecha que nos lleve a posicionarnos sin querer saber qué sucede en realidad.

El problema es si queremos conocer de verdad esa realidad. Si lo deseamos podemos encontrar algunas fuentes muy valiosas en el propio campo judío.

Es el caso del historiador Yakov Rabkin, cuyo libro Israel: violencia perpetua, rechazo de la colonización en nombre del judaísmo, es de una clarividencia asombrosa.

Es uno de los mayores especialistas en la materia. Y tiene claras algunas cosas que no se desean admitir por los europeos acomplejados: “Israel constituye sin duda la expresión más obvia del imperialismo y del racismo propios de la herencia política occidental”.

¿Se imaginan lo que diría hoy Hannad Arendt, nuestro mejor faro, para no dejarse llevar nunca ni por los que consideramos nuestros?