El domingo pasado fue el último festivo de este año en que los comercios de Barcelona podían abrir. En 2022, el Ayuntamiento firmó un acuerdo con diversas patronales, sindicatos y organizaciones para establecer un periodo de cuatro meses durante cuatro años en el que los establecimientos podían subir la persiana los siete días de la semana.

La polémica en torno a los horarios se arrastra desde hace más de 40 años. Las tiendas de lujo del centro de la ciudad quieren trabajar todos los festivos posibles para atender al turismo de alto poder adquisitivo. Cuatro meses, que incluyen julio y agosto, cuando los ricos no viajan, son insuficientes.

Dicen que grandes almacenes y centros comerciales están en la misma postura, aunque prefieran la discreción para no herir sensibilidades sociales y sindicales.

Así se puso de manifiesto ayer en el foro BCN Desperta, en el que los representantes del sector expusieron sus principales preocupaciones. Gabriel Jener, de Barcelona Oberta; Javier Cottet, socio de Comertia; y Ángel Díaz, de Amics de la Rambla, se quejaron de los horarios ante el gerente de Comercio del Ayuntamiento, Màxim López.

Sorprende que este asunto preocupe en tiempos en que la venta online arrasa el comercio tradicional, incluido el de la moda y las librerías; y cuando algunos de los operadores emergentes de Barcelona incumplen la legalidad en materia de licencias y convenios colectivos para hacer competencia desleal.

Resulta que la gente joven tiene que salir de la ciudad por el precio de la vivienda, y que la que aún vive en Barcelona ha cambiado sus hábitos de consumo, tanto en lo que se refiere a horarios como al contenido de la cesta de la compra.

Aunque se exagera el número expats y se les confunde con los viajeros que se alojan en apartamentos turísticos, es cierto que coinciden en un nuevo modelo de consumo.

Son tres factores que influyen necesariamente en el mapa de la distribución comercial urbana. Las cifras hablan por sí solas.

Barcelona cuenta con 61.875 establecimientos con actividad económica en planta baja, de los cuales 21.167 son comercios al por menor.

Esa foto fija de la situación podría no decir mucho, pero el contexto es más explícito. Cataluña perdió 2.454 pequeños negocios en el último año, casi siete cierres diarios.

En Barcelona, sectores como el calzado acumulan descensos del 23% en apenas tres años. Sin embargo, los comerciantes parecen más preocupados por los horarios.

Es verdad que el consistorio no debe guardar muy buen recuerdo de la consulta popular del tranvía en la Diagonal. Pero probablemente no hay otro camino para dar una salida definitiva a este asunto.

El horario de los comercios de una ciudad no solo afecta a los tenderos y a sus empleados, de la misma forma que la opinión de quienes nos visitan unas horas, unos días o unos meses tampoco puede ser definitiva. Los barceloneses tienen mucho que decir. ¿Por qué no les pregunta el Ayuntamiento? La participación ciudadana otorgaría legitimidad a una decisión estratégica que afecta directamente a la vida económica y social de Barcelona.