Fotomontaje de Ernest Lluch y Jaume Collboni
Ernest Lluch, símbolo del diálogo y la libertad
"Sin diálogo no hay política. Y sin política no hay soluciones compartidas. La democracia necesita del diálogo político para llegar a acuerdos y resolver conflictos. A menudo no es suficiente sólo con votar"
El 21 de noviembre de 2000, la organización terrorista ETA asesinó a Ernest Lluch, querido compañero socialista, exministro, intelectual brillante e incansable defensor de la paz y el diálogo en el País Vasco. Hace 25 años que cayó tiroteado por los terroristas en el garaje de su casa, en Barcelona, pero Lluch sigue bien vivo en la memoria colectiva del país. Jamás se desvanecerá.
Porque Ernest Lluch se convirtió de inmediato en un símbolo del país que queríamos y que algunos no nos dejaban tener. Un país en paz. Un país dialogante. Un país donde nadie tuviera que temer por sus ideas, donde todo el mundo pudiera defenderlas en libertad, sin amenazas.
La historia acabó dando la razón a Lluch y a su insobornable defensa del diálogo. La democracia venció a ETA, y lo logró porque hubo un gobierno de España dispuesto a hablar, el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Un gobierno determinado a hablar sin ceder en lo fundamental: la libertad, la justicia, el estado de derecho y el cumplimiento de las condenas. Nunca se lo agradeceremos lo suficiente.
Como se ha dicho y escrito ampliamente, Ernest fue un gran intelectual y un gran polemista. Un amante de la conversación y un defensor radical del diálogo como herramienta política. Cuando pienso en él, me resuenan de inmediato en la memoria aquellas palabras suyas en un mitin del Partido Socialista de Euskadi en Donostia, en el año 1999: “Gritad, gritad, porque mientras gritéis no mataréis”.
Esta defensa del diálogo es, todavía hoy, un elemento esencial de su legado, que es plenamente vigente y reivindicable en el contexto actual, caracterizado por una profunda polarización política que niega el diálogo.
Diálogo con quien piensa diferente, porque dialogar con quien piensa lo mismo que uno no es más que un soliloquio a dos bandas.
Diálogo incluso con quien te considera un enemigo y no sólo un adversario, porque esta es la mejor forma de desarmar la intolerancia.
Diálogo con quienes niegan la diversidad y la diferencia, y deshumanizan al otro.
Diálogo, siempre y pese a todo.
Sin diálogo no hay política. Y sin política no hay soluciones compartidas. La democracia necesita del diálogo político para llegar a acuerdos y resolver conflictos. A menudo no es suficiente sólo con votar.
La expresión de preferencias, por sí sola, no resuelve un conflicto si después los representantes elegidos no pueden dialogar entre sí. La democracia sin política, sin diálogo, en un país dividido, puede conducir al bloqueo.
Esto pudimos comprobarlo en Catalunya durante los años del proceso independentista, y lo vemos ahora en el conjunto de España con una derecha y una extrema derecha que no quieren hablar con nadie.
Pasqual Maragall dijo en algún momento sobre Ernest Lluch: "Deseaba que no pensaras como él para poder discutir". Es difícil encontrar a políticos que quieran que no pienses como ellos. Que deseen encontrar a personas que no piensen como ellos para poder dialogar y, al fin, convenir.
Así era Ernest. Daba igual que hablara de política, de historia o del Barça.
Ernest quería discutir porque sabía que la democracia no se hace sólo con leyes, como la Ley General de Sanidad que él impulsó para universalizar por primera vez los servicios sanitarios en España. La democracia se construye negociando y pactando. Hoy, frente al ascenso de los autoritarismos, los demócratas debemos llegar a amplios acuerdos si queremos preservar nuestro modelo de sociedad.
Amplios acuerdos para realizar las reformas necesarias para mejorar la vida de la gente.
Lluch era un hombre profundamente reformista. "La política es el arte de introducir reformas a ritmo, el arte de la política es tener ese ritmo", decía. Si las reformas pueden hacerse a fondo, mejor; pero si no, es mejor hacerlas poco a poco que quedarse parado.
La democracia es como una bicicleta. Si dejas de pedalear, caes. Es necesario avanzar y hacerlo al ritmo adecuado, sin correr más de lo necesario, para que la mayoría pueda seguir el paso de las reformas. Pero sin detenerse. Con unos objetivos claros y sabiendo que la prioridad es no volver atrás.
Nos encontramos en un momento difícil, pero debemos seguir mirando al futuro con esperanza y optimismo. Ofreciendo un proyecto de sociedad que valga la pena.
Frente al miedo y el pesimismo paralizantes, esperanza y optimismo transformadores.
El mismo optimismo del que siempre hizo gala Ernest Lluch. Un hombre que amaba la vida y que creía en el poder transformador de la palabra.
Por todas estas razones seguiremos siendo fieles a su legado. La figura de Ernest Lluch se agranda a medida que pasan los años.
Algunos quieren olvidar a Lluch -y todo lo que representa-. Nosotros le seguiremos recordando y reivindicando.
Recordamos a Ernest Lluch por lo que hizo y por lo que significó. Y no olvidamos por qué fue asesinado.
Su recuerdo pervive y pervivirá en nosotros y en las calles y plazas que llevan su nombre.
Jaume Collboni, alcalde de Barcelona