Entra el voluntario y se sienta frente al psicólogo. Estamos ante un experimento. El psicólogo pone una moneda de dos euros y un billete de 20 euros sobre la mesa. Las reglas del juego son las siguientes: puede irse inmediatamente con dos euros en el bolsillo o puede firmar un papel que le promete el pago de los veinte euros de aquí a un año. Una gran mayoría de los voluntarios pillan los dos euros y si te he visto, no me acuerdo. El resto recibe un ingreso de 20 euros en su cuenta corriente justo un año después, como estaba acordado.

Con variaciones, los psicólogos, los sociólogos y últimamente los politólogos y otra gente de mal vivir han repetido este experimento u otros parecidos. La conclusión es evidente y ya lo decía el refrán: más vale pájaro en mano que ciento volando. La gente prefiere, en efecto, el beneficio inmediato al bienestar futuro, lo tangible a lo posible, lo que ve a lo que todavía no ha visto. Es natural. Pero la inteligencia nos permite ir un poco más allá y pensar en el largo plazo. Para ello, debe imponerse a la urgencia de los deseos del bajo vientre, que decía Platón, y obrar con prudencia, que diría Maquiavelo, considerando que la Fortuna es una diosa caprichosa y que resulta mejor prevenir que curar.

En su día, el ingeniero Cerdá se encontró con la más tremenda oposición de las fuerzas vivas de la ciudad a su proyecto de Eixample porque la burguesía catalana prefería el beneficio inmediato de la especulación inmobiliaria a un plan a tan largo plazo. Pero fíjense qué bueno ha sido el Eixample para la ciudad.

A cuenta de todo esto, leí hace unos días que el gobierno municipal se está poniendo nervioso con las superillas. El periodista de turno decía que las obras no iban a estar terminadas para las elecciones y el gobierno municipal, claro está, se imaginaba la situación de tantas calles patas arriba y tanto lío de tráfico en medio de una campaña electoral. Creo, pero hablo de oídas, que las obras en la Diagonal van por el mismo camino, aunque ya ha salido a concurso la fase 2 del proyecto del tranvía.

Por eso mismo Colau se enfrenta a otra metedura de pata. Otra "posible" metedura de pata. Que quizá cuando acaben las obras será todo una maravilla, quién sabe, pero eso da igual ahora mismo. El cortoplacismo manda y las obras de las superillas y de la Diagonal parecen el campo de batalla de Verdún. Son una molestia, salta a la vista.

Que la antigua Convergència, en cualquiera de sus formas, odia a Colau es redundante, y lo mismo podría decirse de ERC, aunque aquí hay mucha política torticera de la que dice qué bien nos llevamos mientras se afilan los puñales. No nos extraña, por eso mismo, que Trias y sus secuaces se manifiesten contrarios a las superillas y a cualquier otra cosa que haga o diga Colau, da igual qué cosa sea. En el asunto de las superillas, los republicanos hacen de puta y Ramoneta, la especialidad de la antigua Convergència, a la que quieren suplantar. Es decir: antes sí y ahora no. Otro tanto el PSC, socio necesario de Colau, que ha pasado de un sí condicionado a condicionar un no, porque está viendo que seguir apoyando a una alcaldesa que va por libre no le renta votos. Por supuesto, la posición de los colauitas es una descalificación absoluta de cualquier crítica a su proyecto, sin matices, porque ellos tienen ideas brillantes e inmaculadas, siempre.

Un proyecto como el de las superillas, o el del tranvía, que propone cambiar un modelo de ciudad que funcionaba razonablemente por otro modelo, no debería haber nacido con un apoyo político tan débil y sin un plan técnico y económico como Dios manda, fruto de un acuerdo de base entre las principales fuerzas políticas y sociales. Como no existe, estaba condenado desde el principio a crear problemas sin tener claro qué problemas podría resolver. Con la mirada puesta en la inmediatez, gobierno y oposición se echan los trastos a la cabeza y cambian de opinión según convenga, sin vergüenza ni pudor.

Es fácil echarle la culpa a Colau de todo. No discutiré si este proyecto es bueno, malo o regular, pero sí que señalaré que es hijo de una mala cultura política. Una mala cultura política, muy mala, a la que todos se suman.