Eloi Badia es un tipo curioso. Contradictorio, también. El, probablemente, concejal más dogmático de los comunes defiende erráticas políticas económicas de otras épocas con un look muy moderno y biopijo que mezcla con su mirada altiva y sus aires de superioridad.

Concejal de Emergencia Climática y Transición Ecológica, a Badia le gusta dar lecciones de civismo y medioambiente, de sostenibilidad y ecología. Curiosamente, circula por Barcelona con uno de los coches más contaminantes de la flota automovilística: una furgoneta marca Volkswagen, fabricada en 1994, con la que no podrá desplazarse por el área metropolitana con la entrada en vigor de la Zona de Bajas Emisiones.

Badia silenció durante muchos meses la información destapada por Metrópoli Abierta y, recientemente, asumió su contradicción en una entrevista concedida a Rac-1. En la misma adquirió el compromiso de cambiarla por otro vehículo. Por sus gustos sofisticados, podría ser una Van muy coqueta.

Las contradicciones y malas praxis de Badia van mucho más allá. En el sector funerario podrían escribir un libro sobre su gestión (o falta de gestión) como presidente de Cementiris de Barcelona y su enfermiza obsesión con Mémora, la funeraria líder de España. Mientras se obstinaba con su proyecto de una funeraria pública, rechazada por el resto de formaciones políticas, silenciaba los daños causados, el 15 de septiembre de 2017, por el hundimiento de 144 nichos en el cementerio de Montjuïc. Sus desprecios, mezquindad y falta de empatía con los afectados le alejan también de las clases más populares, esas que supuestamente defiende.

El gobierno de Colau también alardea de Barcelona Energia, la eléctrica pública que, curiosamente, es igual o más cara y menos ecológica que la de Endesa y otras compañías privadas. Y otro tanto pasa con su obcecación por remunicipalizar el agua, un servicio público-privado que es puntuado con un 7 por los ciudadanos, cuando experiencias similares en grandes capitales europeas, como Berlín, desaconsejan un cambio de operador.

Badia nada contracorriente, pero cuenta con la protección de Colau, la alcaldesa de las obsesiones que está de muy mala leche tras haberse percatado de que Barcelona no vive en los mundos de Yupi.