“Santiago Rusiñol acertó en decir que las mejores cartas de amor las escriben los que no están enamorados, pero ¿no crees tu que se podría añadir: Pero sí ilusionados?”. Esta fue una de las tantas frases que Anna Solà escribió a Josep Batalla el 1 de febrero de 1940. Ella cumplía condena en la prisión de mujeres de Les Corts y él, en La Modelo. La suya no es una historia de amor al uso. Es una historia de amor que nació poco a poco, entre carta y carta y entre barrotes custodiados por el franquismo.
La historia se remonta a 1939, cuando Anna cumplía condena en la prisión de Les Corts (donde ahora está el Corte Inglés de Diagonal) como presa política, al igual que él. “Se conocieron porque mi madre tenía unas compañeras de celda con maridos prisioneros en La Modelo y a su vez, eran compañeros de mi padre en la prisión. Así, entre carta y carta, se conocieron”, explica la hija de ambos, Anna Batalla, en una entrevista concedida a Metrópoli Abierta.
CARTAS ENTRE ‘PRIMOS’
Por aquel entonces solo se podían intercambiar cartas con familiares y por ello, Anna y Josep hicieron del parentesco su mejor cuartada. Con un ‘querido primo, querida prima’ empezaban unas epístolas que prendieron la llama en tiempos de postguerra. Con los años, pudieron seguir escribiéndose sin hacerse pasar por consanguíneos. Pudieron ser ellos mismos sin pseudónimos ni falsas apariencias.
“Primita mía, con toda franqueza he de manifestarte que cada una de tus letras que llega a mi es como un rayo de luz que ilumina esta lúgubre celda haciéndola menos sombría”, escribía Josep el 26 diciembre de 1940. Un año más tarde, en otra de las tantas epístolas, Anna también le mostraba su afecto y la importancia de mantener esa relación aunque fuera en la distancia, con tinta y papel. “Apreciado primo, con inmensa alegría recibí tu carta que me hace olvidar, aunque por breves momentos, la nostalgia y añoranza de otra vida de la que estamos alejados”, le explicaba Anna el 6 de septiembre de 1941.
Durante siete años, la correspondencia -que todavía conserva su hija- era todo lo que tenían, hasta que en 1946 se vieron en persona y el libertad por primera vez. Ese año, Josep salió de La Modelo, una prisión en la que entró en 1939 con 24 años. Anna, por su parte, hacía cuatro años que vivía en libertad después de abandonar la cárcel de Les Corts en 1941. Ella se fue a vivir a su Manresa natal desde donde le siguió escribiendo, fiel a su historia de amor. “Cuando mi padre salió, lo primero que hizo fue ir a verla. Se casaron en julio del 46”.
PRESOS POLÍTICOS
Tanto Josep como Anna fueron presos políticos de la Guerra Civil y los primeros años de dictadura franquista. El año en el que empezaron a escribirse, en 1939, Anna cumplía condena en la única prisión de mujeres que había en aquel momento, Les Corts. Entró como presa política después de conocerse su actividad como militante del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC). Participó en manifestaciones, mítines, programas de radio y escribió artículos con tintes políticos. Por todo ello, acabó ante el Consejo de Guerra. “Era muy joven. Tenía 20 años. Iba con coletas y nunca se imaginó que la condenaran a cadena perpetua”, explica su hija, Anna.
La condena inicial fue de muerte, pero gracias al abogado contratado por la familia, se redujo a 20 años. Finalmente, ante la necesidad de espacio en la prisión, la dejaron en libertad dos años después, en 1941.
Foto de mujeres en la prisión de Les Corts del 17 de julio de1940 facilitada por Anna M. Batalla
JUVENTUD ENTRE CAMPOS DE CONCENTRACIÓN Y BARROTES
Josep, por su parte, acabó cumpliendo condena por querer seguir estudiando los primeros años de Guerra Civil. Era un joven apliado, como explica su hija Anna, quien lamenta que por querer seguir formándose en la escuela militar, acabara ascendiendo a teniente del ejército republicano. “Tuvo que ir al frente y además, mandando. Hizo la guerra y al final acabó exiliado en Francia”. En el país galo fue retenido en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. Ante su situación, fue repatriado a España a costa de acabar en el campo de concentración de Orduña (Vizcaya).
Pasado un tiempo pudo volver a su casa, a sus tierras, al que consideraba su hogar, pero un familiar denunció su presencia señalándolo como exteniente republicano que era. Lo creía muerto y al ver que había vuelto, creyó que perdería las tierras que había heredado y por eso lo delató, cuenta Anna. Por culpa de esa denuncia volvió a perder su libertad. Pasó por la prisión de Reus, de Tarragona, de Valls hasta acabar en La Modelo. Allí, sin saberlo, conocería, de puño y letra, al amor de su vida. La misma que años después, se convertiría en su esposa hasta el último de sus días.