El franquismo hizo de la Modelo el estandarte barcelonés (y, por ende, catalán) de la represión contra vencidos y disidentes. Siguiendo con el relato de la periodista Rosario Fontova en 'La Model de Barcelona. Històries de la presó', en esta ciudad rota las detenciones se sucedían y los barrotes de la prisión no daban más de sí. En sus celdas se amontonaban soldados de la República, funcionarios y militantes antifascistas. Entre 1939 y 1952, 1.717 personas fueron ejecutadas en Barcelona, 23 de ellas por garrote vil en el patio de la prisión barcelonesa.
Concretamente, la condena colectiva más masiva tuvo lugar en 1943 con la ejecución con este mismo método de nueve hombres acusados de atraco a mano armada, que eran, en realidad, guerrilleros antifascistas. Durante esa década, la policía forzó sistemáticamente chivatazos no necesariamente veraces para acabar con los pequeños grupos de comunistas y anarquistas que los desafiaban.
LA CÁRCEL DE LIBROS Y LA CAPILLA GITANA
Diferentes factores a los que apunta Fontava constatan la efervescente vida cultural entre rejas. Sin ir más lejos, las peticiones de libros para la biblioteca de la cárcel se amontonaban y, como dato curioso, durante muchos años El Quijote fue el libro más demandado en las censuradoras prisiones del estado.
En este contexto, el artista de origen sevillano Helios Gómez pintó su propia capilla en la cuarta galería de la prisión de L’Eixample hacia la década de los 50. De raíces proletarias y gitanas, el recluso se había ganado gran fama en Europa y tenía además el don de la palabra como plasmaría en los discursos anarquistas que protagonizó aún entre rejas.
EL CAMBIO GENERACIONAL
Si la Modelo había sido durante la década de 1920 un vivero de anarquismo, durante los 50 los presos políticos serían mayoritariamente comunistas. Sin embargo, estos cada vez eran más minoritarios ya que un 90% de los reclusos se catalogaban como ‘comunes’. Además, en 1955 la cárcel cambiaría de nuevo su morfología al adherirse hasta 1963 la prisión de mujeres de Barcelona, cuyas reclusas precisamente se integraron en la galería de presos políticos.
Tras estas mutaciones en el perfil de sus internos, durante la década de los 60 las prisiones franquistas empezarían a vaciarse progresivamente de presos políticos del franquismo como consecuencia de los indultos, entre ellos el de 1961 que permitió salir de la cárcel a los que habían cumplido más de veinte años ininterrumpidos.
Sin embargo, al tiempo en que los reclusos que habían entrado años atrás por su condición política lograban salir, la cárcel se llenaba de jóvenes delincuentes que entraban intermitentemente entre rejas. Paralelamente, las nuevas generaciones de militantes obreros y catalanistas también llenarían sus celdas. Entre ellos, el expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, detenido y torturado en 1960 tras haber editado panfletos antifranquistas.
Aunque se intuyeran horas bajas para la dictadura, la represión volvió a hacer mella tras el atentado que acabó con la muerte de Carrero Blanco en 1973. Un año más tarde sería ejecutado Salvador Puig Antich, el joven anarquista que despertaría una ola de solidaridad nacional e internacional. Pese al apoyo de figuras políticas o el mismo Papa, 'El Metge' no lograría la concesión del anhelado indulto y se convertiría en la última víctima del franquismo asesinada con garrote vil.
MUTILACIONES Y LA FUGA DE LOS 45
Durante los 70, la Modelo no distinguía presos políticos y comunes y los segundos ya habían hecho suyas algunas doctrinas reivindicativas de los primeros. De ahí que, tras el decreto de amnistía de Adolfo Suárez que liberaraba a muchos de los presos políticos, los reclusos comunes se alzaran contra el sistema carcelario. Este sería el germen de la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL), que, inicialmente desde Carabanchel, vertebraría las reivindicaciones de los internos. Sus ecos no tardaron en llegar a la Modelo.
En 1977, nueve presos iniciaron una huelga de hambre y poco después empezaron las automutilaciones que dejaron escenas de internos engullendo cucharas y relojes. En octubre de ese mismo año, los reclusos prendieron fuego a colchones amontonados y el incendio destruyó la mitad de las celdas. Ese episodio no sería ni mucho menos el desenlace de esta escala de tensión: 202 presos se declararon entonces en huelga de hambre y unos meses después se repetirían las automutilaciones colectivas con decenas de reclusos cortándose los brazos y el pecho. Justo después de este motín, dos personajes asiduos de las Ramblas e iconos del underground barcelonés del momento, Nazario Luque y Ocaña, irrumpirían breve -aunque intensamente- en la Modelo.
Un año después, la Modelo viviría uno de sus momentos más recordados, la fuga de los 45. No era el primer intento masivo de escapar de la prisión barcelonesa, pero sí el de mayor éxito. Un túnel de 30 metros conectaba una celda de la cuarta galería con las cloacas de la calle Rosselló. El plan contemplaba que hasta 500 reclusos pudieran fugarse, aunque "solo" lo lograron 45. La policia necesito ocho años para detenerlos.
LOS AÑOS DE LA HEROÍNA
La entrada de la droga dura a la Modelo marcó una etapa inédita en la prisión. Si antes los motines y la violencia habían unido a los reclusos para demandar mejores condiciones, ahora sería la heroína la que protagonizaría los episodios más tensos entre rejas. A la cabeza del televisado motín de 1984, José Moreno Cuenca, 'El Vaquilla’, que llegó a darse un chute delante de las cámaras. El cine quinqui no tardaría en glorificar las vidas de estos “chavales de barrio”, como 'El Torete’ o 'El Tirillas’, que iban y venían de la prisión. Mientras, en la Modelo la droga seguía entrando y cuando no lo hacía el síndrome de abstinencia se apoderaba de los presos.
En este contexto, la transferencia de las competencias de prisiones a la Generalitat derivó en una nueva gestión orientada a la reinserción de los presos. En 1984 se incorporaró por primera vez la figura de los educadores y se intentó de manera reiterada poner freno a la entrada de droga. Sin embargo, en 1988 uno de cada tres reclusos aún sufría adiciones y empezaron a diagnosticarse los primeros casos de sida, una situación que se agravaría durante los dos años siguientes.
Finalmente, la cárcel barcelonesa lograría encarrilarse hacia ese nuevo modelo de centro dirigido a la reinserción. De lo que nunca se desharía, incluso hasta el final de sus días, sería de la masificación. En 2002 la cárcel albergaba 1.800 presos que estuvieron cerca de tomar el control de la prisión y, dos años más tarde, alcanzó el doble de su capacidad.
Las cifras disminuyeron durante la década siguiente. En 2014 registró el número de internos más bajo desde 2000 y en 2017, a la espera de su desmantelamiento, la cárcel contaba con unos 900 presos preventivos. Aún así, la ocupación sigue estando muy por encima de la obsoleta capacidad para la que fue concebida 113 años atrás, convirtiéndose en el mal endémico de la Modelo al que nunca se han puesto medios para paliar.
[Puede leer la primera parte de este reportaje aquí]
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