La primera decisión que tomó el consejero delegado de Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB), Gerardo Lertxundi Albéniz, fue subirse el sueldo a 150.000 euros anuales. Era un 34% más de lo que cobraba su antecesor en el cargo. Corría el año 2019 y lo fichó el Ayuntamiento colauita a propuesta de la regidora socialista Rosa Alarcón. Se le excusó entonces porque directivos del mismo sector cobraban menos en la empresa privada, aunque en su chollo municipal ganaba más que la alcaldesa. Junto a él, una veintena de directivos percibían más de cien mil euros anuales y alguno hasta más de 200.000.

Como la casa municipal es grande y nunca ha reparado en gastos para sus privilegiados, está por ver qué hará o cómo se deshará de él el nuevo consistorio. Más ahora que se ha lucido con las compras millonarias de decenas de autobuses que nunca han funcionado porque no tienen suficientes enchufes. Además de culpable de tal ridículo histórico, también el metro es un caos, desde los horarios, hasta las pantallas informativas, las obras de nunca acabar en las estaciones, las averías, y las huelgas y conflictos sindicales.

Talento de la ingeniería, supuestamente tan bien cotizado y deseado en la empresa privada, según su avaladora, no se entiende por qué no le exigen responsabilidades, por qué no dimite del cargo y encima se permite chulear a los medios de comunicación que preguntan demasiado. Tal vez porque su escándalo huele a podrido y hay demasiado que ocultar.

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