A Birahime Dione no le gusta pedir limosna. Prefiere trabajar, "sudar" en tareas físicas que dedicarse a vender por la calle. Pescador durante 22 años, se curtió en el mar de Senegal, su país. Ahora, dice, ha perdido el estado de forma, aunque eso no le impide desplazarse a Jaén cada invierno para dedicarse a la ardua tarea de la aceituna. El resto del año vive en una antigua fábrica okupada de Barcelona, en el barrio del Besòs i Maresme, junto a una docena de senegaleses y una mujer.

El edificio, de obra vista de color marrón, se construyó el 1961 en el número 37 de la calle Maresme, la antigua arteria comercial del barrio, cuyos bajos acogen ahora locales vacíos tras el cierre progresivo de tiendas en las últimas décadas. Un amigo íntimo de Dione, un "hermano ", se coló en el edificio en 2012 y se instaló en el recinto. Poco después llegó él, tras un viaje "cómodo" de cuatro días en un barco pesquero que lo llevó a Las Palmas de Gran Canaria.

3.302 METROS CUADRADOS

Al recinto, una parcela de 3.302 metros cuadrados, se accede por una verja metálica. Una rampa de cemento conduce a una explanada de hierbajos llena de sillas viejas, trozos de madera, neumáticos, hierros y todo tipo de chatarra. Un grupo de hombres charlan en un rincón. El patio es un trajín continuo de personas que entran y salen en bicicleta o bien empujando carros de supermercados con morralla que vender.

Descampado de la antigua fábrica de tintes en la calle Maresme / GUILLEM ANDRÉS



A pesar del desorden aparente en la casa reina un cierto orden y unas normas. Los okupas se organizan en grupos, cocinan y mantienen una mínima disciplina para convivir. En la pared de la puerta principal se lee "No tirar basuras en casa" escrito con pintura blanca. Un grupo de mujeres de una asociación visita el lugar periódicamente a cuidar el huerto cultivado en la explanada. 

ESPACIO VERDE

El inmueble, de dos plantas, acogió en su día una fábrica de tintes. Su dueño, un empresario alemán, murió sin dejar testamento. El distrito de Sant Martí no descarta que hayan herederos y trabaja para localizarlos. En 2018 el Ayuntamiento retiró el amianto que había en la nave a petición de la Asociación de Vecinos Maresme, que desde 2015 reivindica una zona verde en este espacio en un barrio caracterizado por la falta de plazas y parques. 

Una gallina entre la chatarra de la nave de la calle Maresme / G.A



El Ayuntamiento inició en 2019 un trámite para expropiar el edificio y, recientemente, otro proceso para desalojar a Dione y sus compatriotas. "No nos han dicho nada de un desalojo. Solo tenemos contacto con los Servicios Sociales", señala. Algunos de los ocupantes realizan cursos formativos guiados por los educadores municipales, una opción que les brinda la posibilidad de conseguir papeles y trabajar.

FUTURO DERRIBO

Fuentes municipales señalan a este medio que, pese a ser una propiedad privada, el consistorio planifica el desalojo porque se trata de una "infravivienda, un lugar que no reúne las condiciones mínimas para ser habitable" y que "constituye un riesgo para estas personas". Cuando la administración derribe la nave, limpiará el amianto restante del edificio.

En esta improvisada casa okupa los menores tienen vetada la entrada. Cuando después del confinamiento un chico intentó instalarse, Dione le echó amenazando con llamar a la policía. Es una manera de ahorrarse posibles problemas con la justicia. "Somos muy conscientes de que los menores no pueden entrar aquí. Te puede perjudicar muy rápidamente y llevarte a la cárcel. Nosotros no venimos aquí para hacer tonterías. Venimos a buscarnos la vida", explica.

CONVIVENCIA VECINAL

Durante estos siete años, la okupación no ha alterado la convivencia vecinal. Sí se dan algunas quejas por el uso diario que hacen de la fuente pública situada al otro lado de la calle, donde se lavan los dientes, friegan platos y realizan su higiene personal. "Con la pandemia actual no es muy higiénico y nunca llevan mascarillas", se quejan unos comerciantes de la zona.

Un hombre se lava enfrente de la entrada del inmueble okupado / G.A



La llegada a España de Dione no fue como imaginó. "Sin un contrato de trabajo es difícil vivir en un piso y recibir ayudas", explica este senegalés de 45 años. De los 1.000 euros que dice ganar como peluquero en diferentes lugares de la ciudad, envía una parte importante a su mujer y a su familia. Una mirada larga, con "mucha paciencia", mantienen nítido su objetivo y el motivo de su estancia en Barcelona. "Yo voy a mis cosas y hago mi camino. Gracias a dios no he cogido el camino de la bebida, el tabaco, peleas o la droga. Se necesita mucha paciencia para conseguir lo que uno quiere", cuenta.

DESALOJO

José Manuel López, presidente de la entidad vecinal, es partidario de un desalojo ordenado y que el Ayuntamiento planifique la ubicación de los ocupantes en pisos. "No se trata de desalojar por desalojar. Deben vivir en condiciones dignas y el local no reúne esas condiciones", asegura. El proyecto de una zona verde en este lugar, recuerda López, también lo impulsa el Club Deportivo Pujadas, cuyo campo de césped artificial linda con el edificio, y la agrupación vecinal de la misma calle.

Unas telas negras colocadas en rejas metálicas protegen la intimidad de los senegaleses / G.A



Dione tiene papeles desde 2009 gracias a un empresario andaluz de la aceituna. Su etapa en Barcelona tiene fecha de caducidad. Sus planes pasan por ahorrar dinero y regresar a Senegal junto a su mujer, donde tiene una casa medio construida. "Tengo claro cuál es mi camino", afirma convencido.

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