Las fiestas de la Mercè de 2021 quedarán como una fecha para el recuerdo. Y no precisamente por sus actividades o el incremento de la presencialidad después de un 2020 totalmente marcado por la pandemia, sino por los robos, agresiones, incendios, destrozos e ingentes cantidades de alcohol consumidas en tres macrobotellones con un resultado devastador para Barcelona.
La capital catalana ha vivido unos días sumida en el más profundo caos. Oleadas de violencia gratuita han sacudido las calles al llegar la madrugada. Los sucesos han sido tantos, y tan salvajes, que las anormales aglomeraciones que se han vivido con la actual situación sanitaria han parecido quedar en un segundo plano.
PERMISIVIDAD MUNICIPAL
Por extraño que pueda parecer, el macrobotellón que reunió a 15.000 personas durante la noche de jueves a viernes supuso la jornada más pacífica de las tres en la capital catalana. Esta cantidad de jóvenes, que prácticamente suponen el aforo completo del Palau Sant Jordi, se concentraron en la avenida de la Reina Maria Cristina para organizar la primera gran fiesta callejera de la Mercè.
A la mañana siguiente, lejos de mandar un mensaje de erradicación de estos actos, el gobierno municipal mostró un posicionamiento débil y permisivo que fue el detonante para que las siguientes noches reinara la ley del más fuerte en su sentido más literal. El teniente de alcalde Jordi Martí, reforzado por Colau tras la marcha del consistorio de Joan Subirats, dio un gran balón de oxígeno a los botellones explicando que la Guardia Urbana apostó por la "contención" en lugar del desalojo, que para Martí habría sido peor. Ya no había vuelta atrás.
ESCENARIO BÉLICO EN PLAZA ESPANYA
Con la plaza Espanya y la avenida de la Reina Maria Cristina como bastión, la noche del viernes al sábado vivió el macrobotellón más salvaje de las fiestas de la Mercè. La cifra de asistentes ascendió hasta los 45.000 (algunos artistas internacionales ni siquiera han sido capaces de reunir a esa cifra de personas en el Estadi Olímpic), y la fiesta dio paso a episodios de violencia descontrolada.
Las agresiones entre los presentes dieron paso a brutales ataques a la Guardia Urbana y sus vehículos. Los destrozos llegaron al mobiliario público, comercios, turismos e incluso al Palau de Congressos, que requirió la protección de la policía barcelonesa para evitar un asalto absoluto. Entre puñalada y puñalada, y fueron 13 los heridos por arma blanca, hubo quien aprovechó para robar a otras personas que se encontraban por los aledaños de plaza Espanya a sabiendas de que lo harían con total impunidad.
TRASLADO
El sábado Barcelona amaneció entre la incredulidad y el desconcierto por lo que había sucedido durante las horas anteriores. Finalizado el desastre nocturno, Colau se desplazó hasta el lugar para referirse a los hechos como "problema de orden público" y para pedir auxilio a la conselleria de Interior después de haber avivado la permisividad hacia los botellones 24 horas antes. Cero autocrítica mientras la oposición recordaba a la alcaldesa lo que estaba pasando: Colau había perdido el control de Barcelona.
Mientras se acercaba la noche, Guardia Urbana y Mossos d'Esquadra ultimaban los detalles de un dispositivo conjunto en el escenario de los macrobotellones para evitar de nuevo el desastre, pero en Barcelona se había llegado a un punto vandálico de no retorno. La respuesta de miles de jóvenes ante esta preparación fue tan sencilla como previsible. Trasladaron la fiesta a otro lugar acorde con las temperaturas veraniegas que se registraron: la playa.
DESASTRE EN LA PLAYA DEL BOGATELL
No fueron 45.000, pero se duplicó la cifra de asistentes al primer macrobotellón. Hasta 30.000 personas se concentraron en la noche del sábado al domingo en la playa del Bogatell con ganas de más. Como en las dos noches anteriores, comenzó siendo un macrobotellón con ambiente festivo pese a la cuantía de personas concentradas en la zona, una situación que no duró demasiado.
El guión estaba escrito, y el botellón se recrudeció con el paso de las horas. Comenzaron los gritos, las peleas y los ataques a los cuerpos de emergencias médicas que intentaban atender intoxicaciones etílicas sin éxito. Pronto llegaron los robos a pie de calle y las motocicletas en llamas, pero aún faltaba lo peor. Un botellón para esos miles de personas requiere muchos litros de alcohol, y las existencias que habían traido los presentes eran cada vez más escasas. Había que buscar provisiones, y algunos pensaron en por qué no hacerlo en los locales de restauración cercanos. Los chiringuitos L'Escamarlà y Ca La Nuri sufrieron esta situación, siendo asaltados por numerosos jóvenes que además de llevarse bebidas se hicieron con el dinero de las cajas y destrozaron todo aquello que encontraron a su paso. Incluso un trabajador que se encontraba en el interior del último local tuvo que salir corriendo de allí para evitar un linchamiento.
En tan solo tres noches, Barcelona ha conseguido convertirse en la capital mundial del botellón, la vergüenza y la impunidad. El caos vivido en la capital catalana durante su propia fiesta mayor ha destapado las vergüenzas de un gobierno municipal que se ha demostrado incapaz de frenar un desastre que, una vez más, pone en evidencia la incompetencia de Colau al frente de la alcaldía barcelonesa.