Demian aterrizó en Barcelona hace un par de meses procedente de Chile. Tiene 19 años, vive en pareja y tiene un anhelo: estudiar la carrera universitaria de Artes Visuales. Este martes, en los jardines del parque de la Ciutadella, extendía la manta con las pulseras y collarines que vende. El joven de la región de Tarapacá destaca entre sus compañeros vendedores ambulantes, la mayoría procedentes de África subsahariana. También demuestra más confianza hacia el periodista que escribe estas líneas. Tener un visado de trabajo para permanecer en España seguramente tenga mucho que ver.
Dedicarse al top manta significa desarrollar una actividad ilegal. Muchos manteros carecen de documentación y este martes apenas aceptaban intercambiar cuatro palabras con Metrópoli. Este verano, la recuperación de la actividad económica y un regreso del turismo masificado también ha conllevado una cierta reactivación de la venta ambulante. El escenario actual está lejos de la fotografía previa a la pandemia, pero desde la Guardia Urbana alertan de la necesidad de realizar más esfuerzos para prevenir un nuevo repunte. El aviso lo trasladan los sindicatos del cuerpo Sip-Fepol, CSIF y SPL-UGT.
OBJETIVO: EVITAR EL "DESCONTROL" DEL PASADO
Una ruta por el centro de Barcelona revela que la ubicación de los vendedores de mercancía falsificada y otra adquirida a un distribuidor mayor no ha cambiado. El paseo de Joan de Borbó, el paseo marítimo de la Barceloneta, el paseo Lluís Companys, la Ciutadella y la Sagrada Familia son algunos de los principales puntos. Esta mañana, la presencia de coches y motos de la Guardia Urbana (GUB) mantenía plaza Catalunya y La Rambla despejada. La céntrica plaza no registra una cifra de ocupación preocupante, pero el portavoz de Sip-Fepol, Jordi Rodríguez, alerta de una tendencia creciente. "De momento no están viniendo, pero esto acabará cuando quieran hacerlo", asegura. El policía explica que hay menos mantas que en 2019, aunque pide más medidas para evitar el "descontrol" del pasado.
Este 13 de agosto, el enfrentamiento entre un grupo de manteros y efectivos de la UREP de la GUB en la estación de metro de la Barceloneta escenificó los problemas de violencia a los que se refieren los sindicatos del cuerpo. Rodríguez define problemas de tensión habituales en los dispositivos. "Si ellos son suficientes en número, podemos tener problemas". Las intervenciones de los agentes son delicadas. Policías de paisano señalan a sus compañeros equipados con cascos, escudos y defensas la presencia de estos grupos. Su objetivo es retener e identificar a los manteros evitando daños a la ciudadanía que transita por la vía pública. Las huidas en forma de estampidas pueden ser peligrosas.
LOS SIN PAPELES A LA CARRERA
Eugenio Zambrano, portavoz de CSIF, recuerda que corren porque carecen de documentación. Cuando son identificados se enfrentan a varios escenarios. Pueden recibir dos denuncias administrativas (por vender sin autorización y por ocupar la vía pública sin permiso) y una denuncia penal por vender mercancía falsa, pero también pueden ser detenidos por no tener papeles. En este último caso son trasladados a dependencias de la Policía Nacional, que pueden enviarlos a un CIE (Centro de Internamiento para Extranjeros). "Nuestra labor tiene que ir más allá. Entre ellos existe la explotación. La sensación es que 'vamos haciendo', pero no percibimos que el Ayuntamiento tenga la voluntad real de terminar con la venta ilegal. Falta previsión, mejores dispositivos conjuntos con la Policía Nacional y SEM (Serveis d'Emergències Mèdiques) y una condena de la violencia que nos hace perder el principio de la autoridad", se queja.
Desde UGT, José Casas apunta a la necesidad de más inversión por parte del consistorio. "Es necesario realizar presión contra los manteros para evitar que se coloquen en sus ubicaciones. Esto solo se consigue con personal, pero la plantilla es la que es y necesitamos intervenir en servicios extraordinarios. De lo contrario, volverá un problema que habíamos solucionado", asegura.
En el Port Vell, a unos metros de los impresionantes yates que atracan en el puerto de Barcelona, un mantero se disculpa por no atender a este periódico. "Si hablo contigo, no puedo vigilar a la policía", se justifica. Más adelante, ya en el paseo de Joan de Borbó, otro grupo de vendedores se pasa la pelota. "No hablo castellano. Habla con ese", responde uno. El hombre señalado cuenta que la policía los hostiga a diario. "Como siempre, como siempre. Nada ha cambiado", afirma rehusando seguir con la entrevista.
EL AGUA
A unos metros, un par de vigilantes de seguridad observan los alrededores del muelle. Conviven cada día con estos vendedores ambulantes y su relación es cotidiana. "Ellos saben que somos los que avisamos a la policía y nosotros sabemos lo que hacen", comenta uno. De repente, la media docena de hombres negros empaca las gorras, pareos y gafas en pocos segundos y se cargan las mantas blancas, ahora convertidas en sacos, sobre los hombros. "Seguramente, les habrá avisado algún 'agua' de que se acerca la policía", comenta el mismo vigilante en referencia a la persona que avisa a los manteros, ubicado en ocasiones a 200 y hasta 300 metros de distancia.
La explotación entre manteros se aprecia en las marcas pintadas en cinta adhesiva que aparecen en el paseo de Joan de Borbó. "Hay un negocio. Se reparten el territorio", comenta el portavoz de Sip-Fepol, que critica una falta de interés por querer erradicar el top manta por parte del Ayuntamiento. "Juegan a un doble juego, aunque nunca lo admitirán. Con el apoyo al sindicato mantero les dan credibilidad", observa el guardia urbano en referencia a una agrupación de exmanteros que tiene el objetivo de conseguir la regularización de las personas de este colectivo.
EVITAR EL EFECTO LLAMADA
Para Casas, es importante "poner freno" a esta actividad para evitar el "efecto llamada" que se produjo antes de la pandemia cuando los manteros se contaban por cientos en el litoral barcelonés. Zambrano asegura que ahora las "reglas del juego" han cambiado y que son los manteros los que "mantienen a raya" a los policías, cuenta usando los incidentes de la Barceloneta, donde los guardias recibieron una lluvia de piedras y otros objetos por parte de vendedores ambulantes que reventaron varias validadoras del metro.
Un vigilante del metro que pide anonimato critica las intervenciones de la Guardia Urbana cuando su acción empuja a los manteros al interior del metro. "Tenemos un problema porque tenemos que dar explicaciones a los usuarios de por qué ellos tienen que pagar y los otros no", cuenta el empleado, que describe auténticas "estampidas donde arrasan con todo y revientan puertas" de los accesos a las vías. Explica que, por norma general, se permite que entre un grupo de decenas de manteros por el acceso para evitar males mayores. "Pica uno y se cuelan 25", describe.
ENTRADA EN EL METRO
Desde ADN Sindical, sindicato de la seguridad privada, Sergio Sánchez, lanza la misma queja y avisa del peligro de que los vendedores bajen al suburbano. "Ya nos quejamos el otro día cuando lanzaron piedras contra la policía. Es una manera de quitarse el problema de encima. ¿A qué esperamos, a qué haya una desgracia?. La Guardia Urbana debería cerrar las estaciones para no dejar ninguna vía de escape. La sensación es que se produce una especie de pilla a pilla". El vigilante explica que, en ocasiones, Transports Metropolitans de Barcelona (TMB) se ha visto obligado a interrumpir la circulación de la línea.