Bill Brandt, el paseante inglés
La nueva Fundación Mapfre ha empezado brillantemente con Brandt su nueva etapa en Barcelona
17 octubre, 2020 00:00Noticias relacionadas
Aunque me consuela pensar que el palacete del Eixample donde estaba situada la sala de exposiciones de la Fundación Mapfre será ocupado en breve por una súper librería llamada Finestres y financiada por Sergi Ferrer Salat, lo cierto es que el nuevo emplazamiento en la Torre Mapfre de la Avenida del Litoral me pilla francamente a trasmano. Los chicos del Ensanche somos así. Estamos acostumbrados a ir a pie a todas partes porque no nos movemos del barrio ni que nos maten. Y aunque intento imponerme a mi natural poltrón, confieso que aún no me he acercado a la nueva sede de la Fundación Mapfre, aunque ahora expone uno de mis fotógrafos favoritos de todos los tiempos, Bill Brandt (Hamburgo, 1904 – Londres, 1983). Eso sí, ya me he hecho con el catálogo en La Central de la calle Mallorca, situada a la friolera de unos veinte metros de mi domicilio, y con ello -echándole un poco de jeta al asunto- ya me siento autorizado a aconsejarles que se vayan de excursión al quinto pino para ver al natural esas 186 fotografías positivadas por el autor, ese alemán que se convirtió en el retratista alternativo por excelencia de la vida británica a mediados del siglo XX.
Descubrí a Brandt, como a casi todos los artistas que me han impresionado, prácticamente por casualidad, al toparme con una foto suya ya no recuerdo muy bien donde, si en una revista, en un comentario de Facebook o en algún libro antológico. Ni siquiera recuerdo la foto en cuestión, solo su dramático blanco y negro, su identidad claramente británica y un cierto tono siniestro en lo representado: esa foto que no recuerdo era ideal para la portada de un libro o un disco y sugería más de lo que mostraba. Influido por maestros como Brassaï, Eugene Atget o André Kertesz, Brandt fue un fotógrafo peripatético, un paseante con la cámara al hombro, un flaneur que se echaba a la calle sin rumbo fijo y se detenía cada vez que algo o alguien le llamaba la atención, momento en el que decidía inmortalizarlo. Puede que sus involuntarios modelos fuesen gente de una normalidad rayana en el aburrimiento, pero el hombre siempre se las apañaba para dotarlos de un misterio que los hacía interesantes, y a menudo inquietantes, para el observador. Cuando le dio por hacer desnudos, lo hizo también a su peculiar manera, aportando novedades a un género ya frecuentado por miles de artistas antes que él. Y gracias a su manera de mirar, las calles de Londres se convirtieron en una versión paralela y más estimulante de la ciudad real.
Aprendiz de Man Ray, poca cosa se le pegó del gran hombre y su ídolo fue siempre el francés Atget. Asimismo, sus orígenes alemanes se fundieron sin dejar rastro en su nueva identidad británica. La nueva Fundación Mapfre ha empezado brillantemente con Brandt su nueva etapa en Barcelona. Los habitantes de esta ciudad harán bien en visitarla, con excepción de los vagazos del Eixample como quien esto firma, exentos de ponerse el salacot y la sahariana de Coronel Tapioca para emprender la expedición a zonas ignotas de la urbe, ya que no de hacerse con el catálogo de la exposición y disfrutarlo en el sillón de orejas de su salón. El batín y la pipa son optativos.