El ‘fraile blanco’ de la avenida del Tibidabo
Teodor Roviralta compró una finca habitada por dominicos y la convirtió en una deslumbrante mansión modernista
19 mayo, 2021 00:00Noticias relacionadas
La llaman El fraile blanco. Encaramada en el número 31 de la avenida del Tibidabo, la Casa Roviralta es un reclamo para la vista por su arquitectura singular. Su exterior modernista y fantasioso esconde un interior sencillo y atemporal por el que desfilan de mesa en mesa, para deleite del paladar, los suculentos platos que sirve el Asador de Aranda. Las inmaculadas paredes de esta finca modernista deslumbran, aunque no debe su sobrenombre al color de las mismas, sino a su origen: antes de convertirse en ejemplo del pasado señorial de Barcelona, esta finca fue el lugar donde se estableció durante años una comunidad de frailes dominicos.
Si quien más quien menos ha sido monaguillo antes que fraile, la Casa Roviralta fue masía antes que mansión. El caso es que la comunidad religiosa se fue cuando el indiano Teodor Roviralta compró la finca en 1903, con el propósito de convertirla en una casa unifamiliar de todo menos modesta y discreta. Joan Rubió i Bellver, que empezaba su carrera como arquitecto modernista, recibió el encargo de restaurarla. La peculiaridad de esta casa radica en que el arquitecto conservó la estructura de la masía original y tradicional, e incorporó elementos rompedores. Para ello, dotó el tejado de una silueta con formas fantasiosas y añadió a la estructura original una tribuna, una galería, un desván y una capilla de estética marcadamente modernista, como las decoraciones artesanales de la fachada. Las paredes son totalmente blancas, a excepción de los marcos de las ventanas y de las puertas, que son de ladrillo visto con cerámica.
"Quantum haec umbra progreditur tantum tua vita minuitur" ("Cuanto más progresa la sombra, más disminuye tu vida"), advierte la inscripción en latín desde el reloj de sol que decora la fachada. Una invitación perfecta para subir las escaleras y darse un festín: si la vida se nos reduce tanto que desaparecemos, que al menos no nos coja con el estómago vacío.
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