Emilia Pardo Bazán y su vade retro al regionalismo catalán
Pardo Bazán se enamoró de Barcelona y del catalán, pero estuvo siempre atenta a los excesos 'regionalistas' ante sus amigos catalanes
18 septiembre, 2022 00:00Noticias relacionadas
Emilia Pardo Bazán (1851-1921), además de ser una novelista muy reconocida en su tiempo, fue una lectora voraz y una viajera incansable. Toda su obra y sus andanzas estuvieron marcadas también por su activismo en defensa de los derechos de la mujer: “Yo soy una radical feminista; creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer”. Protagonizó muchos momentos en los que ejerció con convencimiento su postura feminista, pero también vivió otros donde fue ninguneada por ser mujer.
En un viaje a París, acompañado por Josep Yxart y Narcís Oller, no pudo visitar en su casa al famoso escritor naturalista Edmond de Goncourt. Las razones que dieron Yxart y Oller fueron que no la esperaron porque “no nos hacía ninguna gracia que ella nos presentase al maestro como sus protegidos”. Su enfado fue monumental, y de vuelta en Barcelona los dos primos se disculparon, y ella les contestó desde La Coruña en estos términos: “¿cree usted que he reprender en los catalanes lo que no pueden menos de practicar los gallegos?... Además, yo en París no quisiera haber sido para VV. una señora con la cual hay que guardar cumplimientos, sino un compañero, el más cariñoso, franco y poco molesto de todos los que ustedes hayan tenido en su vida”.
Su fascinación por la literatura francesa le llevó a visitar con cierta frecuencia la capital gala. Fruto de esos viajes fue su libro Al pie de la Torre Eiffel (1889) en el que relató sus impresiones de la Exposición Universal organizada ese año en París. Fue en esa obra donde también evocó con todo detalle el “gratísimo recuerdo” que le había dejado la exitosa Exposición Universal de Barcelona celebrada el año anterior: “El tiempo era radiante, primaveral, no excesivamente caluroso; pero todos los efluvios y aromas del despertar de la naturaleza vivificaban el ambiente, puede decirse que en él bullían átomos de luz y de olor de flores entretejidos. El cielo de Cataluña es turquí, de ese matiz que llaman los portugueses azul ferrete”.
Doña Emilia no dudó en afirmar que hubiera sido imposible organizar una Exposición Universal en otra ciudad española: “Seamos francos: calle Madrid, ríndase Bilbao, en ninguna. Ella es la única donde el espíritu comercial y cierto cosmopolitismo hicieron posible esta solemnidad moderna”. El primer recuerdo de la Exposición que destacó Pardo Bazán fue el mismo que tanto impresionó a su amigo Pérez Galdós: la exhibición en el puerto de las escuadras extranjeras. Aquel espectáculo fue “la apoteosis del certamen; aquellos soberbios navíos de todas las naciones civilizadas, envueltos, como los santos en rompimientos de gloria, en la aureola de humo de sus estruendos cañonazos, empavesados y adornados como novia el día de sus desposorios, con millares de gallardetes y flámulas, con la tripulación posada en las yergas, a modo de bandada de aves de fantástico plumaje”.
SENSUAL GASTRONOMÍA
En la mayoría de los actos y visitas a los pabellones estuvo acompañado por Narcís Oller que, cuando pudo, la puso en manos de un joven coleccionista, José Lázaro Galdiano, que se ofreció a hacer de cicerone de la ya muy famosa escritora. Fue durante una excursión que hicieron ambos a Arenys de Mar, cuando mantuvieron una relación íntima que doña Emilia terminó confesando a su verdadero amante, Benito Pérez Galdós, y que éste, con cierto enfado, reprodujo en varias de sus obras.
Durante sus paseos por los alrededores de Barcelona le cautivaron también las casas en las que vivían o tenían su segunda residencia su distinguida e industrial burguesía: “superan a las de Florencia, de Milán, de París, porque reúnen la exuberancia de la naturaleza meridional al ornato que presta la mano del hombre, sembrando aquí y allí quintas, torres, palacios, casitas, cottages, hoteles, merenderos, kioscos y hosterías”. Visitó “la poética abadía” de Pedralbes como si fuera un viaje a la edad media catalana y aragonesa, “con todo su prestigio histórico, religioso, artístico y guerrero”. Y tuvo a bien hacer esta curiosa y sensual recomendación gastronómica al viajero que leyese su libro: “entre en cualquiera de aquellas hosterías que rodean el monasterio, y pida que le sirvan el plato clásico mató de monxa, que tienen la forma y la suave oscilación de un seno de mujer”.
Pardo Bazán conocía muy bien el ambiente cultural barcelonés. Ya en 1886 había intervenido en la polémica sobre el uso del catalán como lengua literaria. Había leído La papallona de Oller y la Atlántida de Verdaguer y había concluido que escribir o no en catalán era, sobre todo, una cuestión “de mercado”. A diferencia de Galdós, sí entendía que Oller escribiese en catalán porque era un escritor naturalista y sus personajes hablaban y pensaban en esa lengua, aunque estaba segura que “es mejor ser castellano que catalán, y francés que castellano para esto de la publicidad y el nombre”. Pero, como recuerda Isabel Burdiel, Pardo Bazán fue “endureciendo su opinión a medida que lo hizo el nacionalismo catalán”. Ese mismo año, con ocasión del Memorial de Greuges de 1885 dirigido a Alfonso XII, hizo este comentario a Oller: “Vade retro el regionalismo”. Aunque fuera cada vez más nacionalista española, ello no fue obstáculo para compartir con Juan Valera que no debía existir una única lengua literaria en España: “todo español debe entender y estudiar las tres [castellano, catalán y gallego], seguro de que con ello completará y hermoseará más la que él hable y escriba, sin desnaturalizarla por eso”.
Fue en 1902 cuando, la autora de Los Pazos de Ulloa, publicó otro libro muy bien recibido por la crítica: Por la Europa Católica. En el volumen incluyó sus relatos sobre sus viajes por Bélgica, Francia, Portugal, Castilla, Aragón y Cataluña. En sus páginas trazó un recorrido literario por algunos de los caracteres catalanes más sobresalientes y, cómo no, por su admirada Barcelona. En el capítulo “Colmena” alabó la laboriosidad catalana en las colonias industriales, y en concreto la creada al servicio de la fábrica de “panas y veludillos’’ fundada por Eusebi Güell: “Sin duda arman más ruido los zánganos que las abejas; sólo así́ se explica que nos acordemos tan poco de lo que se hace en Cataluña, país donde el verbo hacer tiene un significado exacto de que carece en el resto de la Península”.
LA CIUDAD MÁS HERMOSA DE ESPAÑA
Su apología catalanista estaba construida desde un españolismo integrador y plural: “No es posible expresar lo que Cataluña me ha consolado de España, de cierta España; y me ha consolado precisamente porque también es España—al fin y al cabo y pese a los malos quereres de quien los tenga—ese hermoso pedazo del mundo, donde se dio cima a las empresas más románticas y gloriosas, y hoy se realizan otras adecuadas a nuestro estado actual, a las necesidades de este laborioso siglo”. Su admiración industrialista era tal que incluso elogió la capacidad de los catalanes por copiar productos foráneos y conseguir, de ese modo, que el gasto en consumo no saliese hacia fuera: “Sonreímos al enterarnos de que los catalanes lo imitan todo, y falsifican (sin recatarse, sin hacer misterio) cosas que tuve por infalsificables, verbigracia, el vino de Champagne y los pañolones de Manila; pero esta sonrisa es de complacencia, de aplauso al ingenio y a la habilidad, de contento porque ese dinero más quedará en casa”.
No sólo en la industria y su impacto, en este nuevo paseo literario por Barcelona se detuvo también en lo artístico. Su descripción de las iglesias de Santa Maria del Mar, Santa Maria del Pi y Sant Pau del Camp, se detiene en percepciones esquivas a la mayoría de los viajeros: “Inspirados en un ideal genérico los templos, ninguno es igual a otro; cada cual tiene su alma propia, su sentido peculiar; en eso consiste su hechizo; la variedad dentro de la unidad”. Reconoció que la iglesia que más le gustó fue la de Sant Pau, sobre todo por su claustro, “con sus arcos trilobulados, y la complicada e ingenua labor de sus capiteles”, donde “el silencio, la soledad, la calma profunda, que deja al espíritu del viajero libertad para pensar en lo que se quiere y fantasear lo que no existe”.
En su visita a la catedral sobresale la historia comparada que realiza de las mártires Eulalias, la de Barcelona y la de Mérida. Según doña Emilia, la Santa Eulalia barcelonesa la habían convertido “en patrona del regionalismo intransigente y antiespañol”, luego no le quedaba más remedio que alabar la leyenda áurea de la emeritense. E insistía que rechazaba el manoseo de la santa barcelonesa por una “bandería enemiga de la patria”, ahora que “del sepulcro de una Santa Eulalia se quiere que salga, no la paloma con la oliva de la paz, sino la medusa de la discordia más horrible”.
Pese a sus diferencias con los regionalistas, para Pardo Bazán Barcelona era a fines del siglo XIX y comienzos del XX la ciudad más hermosa de España, y aventuraba que “el día que consiga extenderse del Llobregat al Besós, podrá competir con las mejores de Europa y América”. Su vaticinio se cumplió, hasta con la discordia.