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El glaucoma sigue siendo una de las principales causas de ceguera irreversible en el mundo. Lo llaman el “enemigo silencioso” porque se esconde detrás de una aparente normalidad: en sus primeras fases no produce síntomas, y cuando el paciente comienza a notar algo extraño, puede haber perdido ya hasta un 40% del campo visual. El daño se produce lentamente, casi de forma traicionera, cuando la presión intraocular aumenta y daña el nervio óptico, encargado de transmitir las imágenes al cerebro.

“El problema del glaucoma es que el paciente no nota nada hasta que el daño visual ya es importante”, explica el doctor Carles Barnés, jefe del Servicio de Oftalmología del Hospital Universitari Dexeus. “Por eso las revisiones preventivas son esenciales. Muchas personas mantienen una visión central normal, pero van perdiendo visión lateral sin darse cuenta. En fases más agudas pueden aparecer dolor ocular intenso, visión borrosa o halos de colores, síntomas que requieren atención inmediata”.

Diagnóstico y prevención: ver lo invisible

Detectar a tiempo esta enfermedad es fundamental. “La única manera fiable de diagnosticar un glaucoma es mediante una exploración oftalmológica completa”, señala el doctor Barnés. “Durante la revisión medimos la presión intraocular, evaluamos el nervio óptico y analizamos el campo visual del paciente. Además, la tomografía de coherencia óptica (OCT) nos permite observar el nervio con gran detalle y la paquimetría mide el grosor de la córnea. Son pruebas indoloras y rápidas, pero salvan vidas visuales”.

Aunque el glaucoma no siempre puede prevenirse, sí puede frenarse. Mantener hábitos saludables –como una dieta equilibrada, controlar la tensión arterial, no fumar y acudir a revisiones oftalmológicas regulares– reduce el riesgo de desarrollarlo. “A partir de los 40 años, o antes si existen antecedentes familiares o enfermedades como la diabetes, recomendamos controles periódicos”, enfatiza Barnés. Detectarlo a tiempo puede ser la diferencia entre conservar la vista o perderla para siempre.

Tratamientos clásicos: controlar sin curar

Durante décadas, la estrategia terapéutica se ha basado en el uso de colirios hipotensores, cuyo objetivo es reducir la presión ocular bien disminuyendo la producción de humor acuoso o mejorando su drenaje. Estos medicamentos resultan eficaces, pero requieren una constancia férrea. Muchos pacientes se enfrentan a efectos secundarios, irritación ocular o simplemente al cansancio de aplicar varias gotas diarias, durante años o incluso de por vida.

Cuando los fármacos no bastan, se recurre a la cirugía. Las técnicas filtrantes son eficaces, pero invasivas, y no están exentas de riesgos postoperatorios. La oftalmología llevaba tiempo buscando un punto intermedio: una opción segura, efectiva y cómoda que devolviera al paciente el control sobre su enfermedad sin pasar por el quirófano.

SLT: la revolución luminosa

Ahí entra en escena la trabeculoplastia selectiva con láser (SLT), una técnica que ha marcado un antes y un después. Su principio es tan elegante como eficaz: pulsos de luz láser de baja energía se aplican sobre las células pigmentadas del trabéculo —el tejido que regula el drenaje del humor acuoso—, estimulando una respuesta biológica natural que mejora su función.

El procedimiento dura apenas unos minutos, se realiza en Consultas y no requiere anestesia general y el paciente puede volver a su vida normal ese mismo día puesto que no requiere ni la baja laboral. “El láser SLT representa un cambio de paradigma”, afirma el doctor Amadeu Carceller, jefe de la Unidad de Glaucoma en el Instituto Oftalmológico del Hospital Quirónsalud Barcelona. “Permite controlar la presión ocular desde etapas tempranas, sin dependencia de colirios y con una recuperación inmediata. Mejora la calidad de vida y la adherencia terapéutica”.

Una luz que se repite y no daña

Los estudios respaldan su eficacia: el SLT puede igualar o incluso superar los resultados de los colirios a largo plazo, preservando mejor el campo visual y reduciendo la irritación ocular. A diferencia de otros láseres, no genera daño térmico, por lo que puede repetirse si con el tiempo pierde efectividad.

Para los especialistas, la posibilidad de repetir el tratamiento sin comprometer el tejido ocular lo convierte en una herramienta valiosa para el manejo crónico del glaucoma. “Es una técnica que se adapta a cada paciente y que ofrece una opción real de control sin la carga diaria de medicación”, subraya el doctor Barnés, quien destaca que “la llegada de este tipo de láseres a centros como el Hospital Universitari Dexeus o Quirónsalud Barcelona sitúa a la oftalmología española en la vanguardia tecnológica”.

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