Jacinto lleva 46 años tras la barra del Bar Xironda Orense, un negocio en el carrer d'en Roig que heredó de su padre. La situación podría cambiar pronto, advierte, porque está pensando seguir los pasos de otros vecinos y marcharse. “Lo que ves aquí a diario es deprimente”, comenta. “No me extraña que la gente no se atreva a cruzar el umbral y entrar en la calle”, añade. En apenas 130 metros, familias y comerciantes conviven codo a codo con bloques reconvertidos en nidos de heroína, personas inyectándose en la vía pública y prostitución a pie de calle.

Esta mañana, Jacinto se despertaba con la noticia de que el Ayuntamiento plantea prohibir la publicidad explícita de bebidas alcohólicas de alta graduación en espacios públicos. “Aquí tenemos un problema con la heroína que necesita una solución urgente”, recuerda, y cita el ejemplo de una vecina del bloque 22 que ha tenido que irse a vivir con su madre mientras continúa pagando la hipoteca de su piso en el Raval. Ahora, este vecino teme que la heroína se propague también por Sant Antoni, donde reside. Ya ha detectado a algunos consumidores buscando una dosis por la zona, alerta.

Frente a la Filmoteca, dos vecinas recuerdan las jeringuillas que aparecieron en la puerta de la Escola Milà i Fontanals, en el Carrer dels Àngels, donde viven desde hace décadas. Ambas consideran que tienen “la suerte” de no estar en el foco del conflicto, aunque también advierten de que “si nadie interviene, es cuestión de tiempo que los traficantes de drogas expandan el negocio y acabe afectando a más vecinos”. Una de ellas habla del Raval con cierto tono nostálgico y confiesa sentir “una pena enorme viendo la dejadez del barrio”. “Ya no solo es el problema con la heroína, solo hace falta pasearse por la zona para ver lo sucio y descuidado que está todo”, añade.

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UN AMBIENTE EN CADA CALLE 

Elisabet solo lleva un mes trabajando en una tienda de decoración de interiores y ayer mismo presenció una pelea callejera en la confluencia entre Roig y Hospital que acabó con un herido sangrando. Dos turistas nórdicas quedaron sorprendidas con la escena, comenta, y le dejaron caer que habían visto “muchos jóvenes por la calle que no deberían estar ahí”. Antes, era empleada en otro establecimiento cercano a la Boquería, pero advierte de que el ambiente “no tenía nada que ver”.

De hecho, la atmósfera varía de una calle a otra. En Hospital, perpendicular a la Rambla y mucho más ancha, unos 15 hombres hacen guardia con a penas 10 metros de diferencia. No se demoran en disimular cuando fichan a algún viandante que husmea demasiado por la zona. En cambio, las vías paralelas, notablemente más estrechas y, por ende, peor iluminadas, han sido siempre el espacio idóneo para el trapicheo. Y ahora que muchos de los pisos se han quedado vacíos, estas callejuelas se presentan como un suculento nido donde asentar el negocio de la heroína. Es el caso de Roig o Robador, donde más de un turista asoma la cabeza y se lo piensa un par de veces antes de entrar en las fauces del lobo.

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"FESTÍN DE HEROÍNA"

Como Jacinto, Daniel comparte su deseo de marcharse del barrio donde nació, en el desparecido carrer Cadena, hace 60 años. Sin embargo, la situación económica no se lo permite. Irse no es la solución, pero admite que no entiende “por qué no se acaba con el problema de los narcopisos”. “Si los periodistas y los vecinos saben donde están localizados, la policía debería tener un registro y tener fichados a traficantes”, apunta, aunque también reconoce que el proceso para poder entrar en una de estas fincas ocupadas es complicado. De hecho, se necesita una orden judicial y, por lo tanto, pruebas concluyentes de qué ocurre dentro del inmueble. 

La de Daniel es una de las preguntas que más se repiten los vecinos, que admiten que el problema es complejo, pero no entienden la falta de implicación de las instituciones implicadas. "No sé cómo se soluciona el problema, pero si hubiera un par de agentes en la puerta de cada narcopiso estoy convencido de que la cosa cambiaría", argumenta Jacinto, que cree que la presencia policial en el barrio no es, ni de lejos, suficiente. "Los días posteriorios al atentado de la Rambla, cuando las patrullas en la zona disminuyeron" explica Mercedes, vecina del carrer dels Àngels, "esto fue un auténtico festín de heroína". 

Concentración de vecinos del Raval frente a un punto de venta / Cuenta de Twitter @accioraval

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