Hartos de vivir rodeados de degradación, droga, prostitución, suciedad y miedo, los vecinos del Raval decidieron hace casi un año retar a un pulso firme a la delincuencia. Tras meses de lucha, valor, sufrimiento y trabajo, mucho trabajo, han decidido dar un paso más en su estrategia de devolver al barrio la seguridad, limpieza y tranquilidad que necesita y se merece.
Para ello, desde varias asociaciones, con la de la Illa RPR (Robadors-Picalquers-Roig) a la cabeza, junto a las de calles como Sant Gil y Riereta, entre otras, han organizado una visita guiada por los lugares más emblemáticos de su lucha. Un narcotour en toda regla.
Carlos, portavoz de la Illa RPR, se ha sorprendido del éxito de la convocatoria, pero ha reconocido que su lucha está muy lejos de terminar. "Estamos en plena lucha y no vamos a parar. Hemos logrado cerrar algunos narcopisos, pero los traficantes enseguida se las arreglan para abrir otros".
Sus principales reproches se dirigen al Ayuntamiento, al que culpan de no implicarse lo suficiente en la solución del problema. Y lo hacen delante de la puerta del número 22 de la calle de En Roig, emblema de la lucha que iniciaron hace casi un año. En un edificio completamente degradado, con ocho viviendas, había tres narcopisos y una sala de venopunción. El pasado mes de octubre lograron que se clausuraran y que las puertas y ventanas se tapiaran para evitar el regreso de los traficantes y los drogodependientes. "Aquí llegaban a entrar 195 personas en una hora. Compraban la droga, se pinchaban y luego se iban a dormir al terrado", cuenta Carlos. "Creemos que en el barrio hay unos 50 narcopisos", añade.
MAL OLOR
Podemos entrar en la escalera, en la que aún quedan rastros de sangre, jeringuillas usadas y basura. Alguien toca sin querer un brick de leche abierto que está en la escalera y se derrama un poco. El mal olor de la leche caducada desde hace meses es repugnante. Cuesta imaginar que alguien pudiera usar semejantes pisos para algo.
Bajamos en dirección a Robadors, donde la prostitución y las drogas van de la mano. "Aquí tenemos prostitución y cuando sales a la calle con los niños llegas a tener miedo. Además, se generan muchos problemas de convivencia", cuenta Laura, vecina de la calle. Ese es, precisamente, uno de los motivos de que muchas jóvenes parejas que se instalan en el barrio decidan irse cuando tienen hijos. No quieren que crezcan rodeados de tanta marginalidad. Pero ellos no se han rendido.
De nuevo sale a relucir la política del Ayuntamiento que preside Ada Colau. "Hay pisos o edificios que son de bancos o de fondos buitres, pero hay otros que son del Ayuntamiento. Y están igual de degradados", dice Laura. Poco después llegamos al número 114 de la calle Hospital. Se ven quemados los balcones del primer piso de un edificio que, según algunos vecinos, es propiedad del Ayuntamiento, que se lo compró a la Sareb. "Hubo un incendio, creemos que por un tema de la luz, que está pinchada. Cualquier día pasará una desgracia. Hay dos escaleras y unos 40 pisos, todos ellos ocupados".
Mientras nos movemos, algunos viandantes observan con curiosidad, otros piden paso al numerosos grupo de periodistas que cortan las estrechas calles, otros no pueden menos que lanzar una sonrisa al ver a tanta prensa, y hay incluso quienes se muestran seriamente molestos por la presencia de cámaras, flashes y micros. Sin duda muchos de ellos prefieren el anonimato de las calles estrechas y en penumbra.
EN ACTIVO
El narcotour reanuda su recorrido. Ahora toca la calle Riereta. La misma historia. Narcopisos ahora clausurados. "Pero antes de que los cerrarán, había constantes peleas en la calle entre narcotraficantes armados", denuncia Naiara. "Y los que tenemos hijos tenemos miedo. Además, a veces se ve a los drogadictos pinchándose en la calle, y los niños preguntan". Naiara cree que si las administraciones no se ponen en serio a trabajar en este asunto, el tema no se acabará nunca. "Los traficantes se van moviendo de una calle a otra. Ven un piso vacío, rompen la puerta de la calle para que los drogadictos pueden entrar con facilidad y ya está". Para evitar precisamente eso, los vecinos colocan puertas de metal en los edificios en los que han logrado echar a los traficantes, para que no pueden volver.
La calle Sant Gil sufre los mismos males: prostitución y drogas. Elisabet, vecina de la calle, señala un edifico en el que hay varios narcopisos, y los carteles en algunos balcones de la calle evidencian el malestar de los vecinos. "Aquí tenemos narcopisos, prostíbulos, e incluso hemos tenido laboratorios de droga". afirma Elisabet. "Y a veces tenemos la sensación de que ellos se mueven más deprisa que nosotros. Por eso necesitamos que nos ayuden".
Sus palabras suenan a petición de auxilio a unos responsables municipales que sienten que muchas veces les dejan en la estacada. Y no se conforman con que les limpien las calles de suciedades o les mejoren la iluminación. "Eso está bien", dice Carlos, "pero es claramente insuficiente, Necesitamos mucho más. Y por eso pedimos a la alcaldesa Ada Colau que nos reciba y nos escuche. No creo que sea mucho pedir".
Ese sentimiento de abandono está muy generalizado entre los vecinos que han acompañado el narcotour. La misma queja, el mismo grito: ¡Ayudad al Raval!.