Ebobo está enfadado. El enorme gorila mastica de mala gana unas cañas mientras dirige una mirada malhumorada a los curiosos que se acercan a observarlo a través de la cristalera. Tras un repaso a los visitantes de su morada, les da la espalda. Está rodeado de su familia, seis gorilas hembras, algunas sus hijas, que lo rehuyen. Se apartan al paso del nervioso macho alfa, que camina de un lado a otro con sus musculados brazos y piernas, sintiéndose atrapado.
Ebobo solo conoce el cautiverio. El primate fue trasladado al Zoo de Barcelona, propiedad de Barcelona Serveis Municipals (B:SM), desde Budapest, donde nació en el año 2000. Tan solo está familiarizado con las cuatro paredes de su habitáculo, uno evidentemente reducido en el que las cuerdas y los palos de madera que intentan parecerse a su verdadero hogar no consiguen engañarlo. Como Ebobo, cientos de animales de distintas especies malviven en el zoológico ubicado en el barrio de Sant Pere, Santa Caterina i la Ribera, que en verano alcanza temperaturas de más de 30 grados al sol. En algunos de los espacios no hay apenas sombra, por lo que las bestias que pueden se refugian en el interior de sus recintos, lejos de ojos impertinentes. Otros, como los pingüinos o las elefantas, no tienen esa suerte. Bajo el calor abrasador, los miembros de las heterogéneas manadas apenas interaccionan entre sí y se muestran aburridos, sin ninguna motivación durante sus monótonos días.
DE LOS BOSQUES DE BORNEO A BARCELONA
El Zoo de Barcelona tiene como principal misión, según informa el ente municipal en su página web, "intervenir activamente en la conservación, la investigación científica y la divulgación de la fauna salvaje y sus hábitats naturales". Protegen, por lo tanto, a especies amenazadas o en peligro de extinción. Aunque cueste creerlo: hace unos días un bebé orangután, Kanelo, falleció en las instalaciones por un parásito, según la versión del zoológico. Animalistas, en cambio, contradicen la explicación: aseguran que la cría murió por el estrés provocado por unas obras en el recinto.
El espacio de los orangutanes no se aleja mucho del de Ebobo y su familia. La mayoría de primates permanecen cerca los unos de los otros y, aunque el pelaje o el cuerpo sean distintos, su comportamiento es el mismo: caminan, como mucho, cuatro pasos y se tumban encima de las piedras o en las cuerdas que simulan las lianas de su verdadero hogar: la Isla de Borneo, tal y como reza el cartel ilustrativo. Nada queda de los "densos bosques" que los de su especie habitan. La humedad y las abundantes lluvias tampoco se dan en Barcelona. Y parece que lo saben.
PINGÜINOS DE LA ANTÁRTIDA A PLENO SOL
La imagen es antinatural. Pingüinos de la Antártida a pleno sol. En una pequeña charca se hallan una decena de estas aves marinas, pingüinos de Humboldt que suelen vivir un poco más al norte, en las costas de Chile y Perú. La mayoría se dejan llevar por el bamboleo del agua: no nadan ni hacen esfuerzos. Tampoco se exhiben porque no llaman la atención de los visitantes. Unos cuantos se sumergen para comer: los cuidadores les han arrojado peces, una especie de sardinas, que se amontonan en el fondo, poco profundo.
Uno de ellos se alza, desafiante, en una de las rocas de su pequeño espacio. Su cabeza y parte de su cuerpo han dejado de ser negros: tiene un color más bien desteñido y predomina más el marrón que el tono azabache característico de estos pingüinos, que solo dejan pasar el tiempo.
A tan solo unos metros, el recinto de las focas marinas también está vacío, pero se las escucha bien. Los mamíferos gimen y se hacen notar, al contrario que los silenciosos pingüinos, pero deciden no mostrarse: el calor es demasiado sofocante.
UN SOLITARIO TIGRE
Los más pequeños se sienten decepcionados. Con suerte logran avistar a los grandes depredadores. El rey de la selva, el león, que no convive con ningún otro carnívoro de su especie, no se encuentra en el exterior de su recinto. Tampoco el solitario leopardo o los lobos. Lo mismo con el oso pardo. Quien sí se deja ver, aunque haya que forzar la vista para ello, es el tigre. En un primer momento, se esconde bajo un bajo techo de rocas: tumbado, devora lo que parece un trozo de carne. Los niños, al localizarlo, gritan emocionados. Algunos incluso creen que se trata de la novia del león y se preguntan por qué no están juntos.
Perezoso, el tigre se levanta y se pasea de un lado a otro por su recinto, todo al aire libre y sin cristal de por medio. En su lugar, un foso aleja al felino de los visitantes. Sin embargo, en seguida deja de atraer miradas: el animal tan solo se estira y se recuesta en otra zona.
TRES ELEFANTAS Y DOS JIRAFAS
La expectación es grande para ver a las tres estrellas del zoológico: Susi, Yoyo y Bully. Las paquidermas permanecen juntas en el Zoo desde el 2013 y su situación levantó ampollas entre los colectivos animalistas. Sus defensores llevan años exigiendo su traslado a un santuario francés, pero las elefantas continúan expuestas en Barcelona. Según explicó en su día a Metrópoli la entidad Zoo XXI, el estado de salud de los animales se deteriora días tras día de manera considerable: "La limitación espacial (los elefantes caminan cerca de 50km al día), la denigración constante, el suelo que pisa (el cemento produce enfermedades en los elefantes) son solo algunos de los sinsabores de sus vidas", trasladaron desde la asociación.
En efecto, las elefantas caminan de manera soporífera. Se encuentran en una esquina de su recinto, cerca de los trabajadores que les arrojan comida . No interactúan entre sí y tampoco muestran vitalidad. Lo mismo sucede con las dos jirafas que conviven a tan solo unos metros: son animales que actúan de manera casi programada.
OLA DE CALOR
La última novedad que ha incorporado el Zoo de Barcelona para que los animales combatan las altas temperaturas en verano es que pueden acceder a las zonas interiores de sus instalaciones, ya que las compuertas permanecen abiertas en todo momento. Ello provoca, como ha comprobado este medio, que los visitantes se decepcionen si no observan a las bestias.
Por otra parte, la entidad municipal también asegura que les proporcionan helados especiales y adaptados a la dieta de cada especie, así como agua fresca en abundancia. Sin embargo, parece que las excepcionales medidas no bastan para activar a los aletargados especímenes.
SITIO DE CAMPING
Tal vez como consecuencia de que, en verano, cada vez es más difícil y tedioso observar a los adormecidos animales, el Zoo de Barcelona ha acogido otro uso por parte de sus abonados y visitantes: la de zona de recreo o de camping. Decenas de personas se tumban con toallas e incluso comida en las áreas de césped de las instalaciones. Los pavos reales se acercan a las familias sin miedo y estas, a pesar de la expresa prohibición, les arrojan alimento.
Los padres con sus hijos se conforman, eso sí, con ver a los simpáticos capibaras o a los suricatos, que también sufren los estragos del calor, pero por lo menos, se hacen compañía.