Sheila en el interior del instituto Badalona B9
Sheila, vecina de Badalona y okupa del antiguo instituto B9: "Aquí nunca me ha faltado nada"
Después de años de lucha por parte del Ayuntamiento, este miércoles 17 de diciembre tuvo lugar el desalojo de cientos de personas que ahora sin rumbo fijo buscan otro lugar para vivir
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Sheila fuma despacio, con el cigarro apoyado entre los dedos, mientras sostiene una Coca-Cola casi caliente en la otra mano. Está sentada en el bordillo que marca la entrada de lo que durante el último año ha sido su habitación en el antiguo instituto B9 de Badalona.
Detrás de ella, una bombilla desnuda ilumina una estructura hecha de maderas, plásticos y cables improvisados. Del techo cuelgan telas, ropa, recuerdos. Delante, su perro corretea y juega con una cabra que anda suelta por el asentamiento, ajena al desalojo, ajena al ruido de furgones policiales que ya se intuye a pocas calles.
Todo empezó con el desahucio
Sheila es una mujer de mediana edad, rubia, con el pelo recogido y el gesto cansado. Podría ser cualquiera. Hasta hace no tanto, lo era. “Yo tenía una vida normal”, dice, sin dramatismos.
Todo empezó a torcerse tras el divorcio. Luego vino el desahucio. Hace justo un año, una carta oficial le notificó el día exacto en el que tenía que abandonar su piso en Badalona.
Sheila y otros okupas en el interior del instituto B9 Badalona
Ella y su hijo salieron de casa. Su hijo se fue con su abuela. Ella no tenía adónde ir. "Aquí no he venido por gusto", repite, "nadie está aquí porque quiera".
El B9 fue la única opción. Un lugar que ya entonces albergaba a cientos de personas expulsadas del sistema, migrantes en su mayoría, pero también vecinos de la ciudad. Sheila es de Badalona. Tiene la custodia compartida con su exmarido, pero no puede vivir con su hijo porque no tiene una vivienda.
“Él no sabe cómo vivo”, confiesa. Le da vergüenza. Siempre que puede va a verle. Siempre que puede, aparenta que todo está bien.
Una escena alrededor del fuego
Alrededor de Sheila, la escena es la de un último día que se resiste a terminar. A pocos metros, varios compañeros se sientan alrededor de una fogata que no tiene nada de improvisada: una rueda vieja convertida en brasero, sillas de plástico, miradas cansadas.
Más lejos, otros recogen sus pertenencias y las meten en maletas que parecen a punto de romperse. Todo ocurre sobre un suelo húmedo, aún mojado por las lluvias de la noche anterior.
Interior del antiguo instituto okupado B9 en Badalona
Sheila señala el interior de su habitación. Dentro hay una cama, estanterías, bolsas con ropa, objetos personales. Encima del colchón, una maleta abierta. Va colocando las cosas poco a poco, sin prisa.
“Hasta que no venga la policía hasta dentro, yo no me voy”, dice. A diferencia del desahucio de su piso, aquí no ha habido carta ni fecha oficial. “Todo eran rumores. Se hablaba desde hace tiempo, pero ningún papel, nada”.
Y, aun así, el final ha llegado.
"Aquí nunca me ha faltado de nada"
Desde que vive en el B9, Sheila insiste en algo que rompe muchos prejuicios. “Aquí nunca me ha faltado comida ni nada”. Habla de comunidad, de apoyo mutuo. “Somos como una familia. Nunca me he sentido sola”.
Reconoce que hay gente mala, como en todas partes, pero niega que, para ella, el ambiente sea el infierno que muchos describen desde fuera.
No siempre fue así en otros lugares por los que pasó antes. “He estado en sitios donde no tenía ni para comer. Aquí no”. Su voz no es complaciente ni idealiza el asentamiento. Describe una realidad dura, pero también una red que el sistema formal no le ofreció.
Fuego del interior del instituto B9 de Badalona
A su alrededor, el B9 muestra sus cicatrices: construcciones levantadas con restos, cables cruzando de una pared a otra, carteles pegados, una bombilla iluminando una reproducción de un paisaje paradisíaco pegado a la madera. Afuera, árboles altos y edificios residenciales recuerdan lo cerca que está todo y lo lejos que parece a la vez.
Un objetivo claro
Mientras los Mossos d’Esquadra se preparan para entrar y desalojar definitivamente el recinto, Sheila se convierte en símbolo de algo más amplio. De un sistema que llega tarde. O que no llega.
Desde el Sindicat de Llogateres, presentes desde primera hora de la mañana, denuncian que los Servicios Sociales no han ofrecido soluciones reales.
Desde el otro lado, el alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, asegura que todas las personas que cuentan con informes favorables de Servicios Sociales han sido atendidas meses antes del desalojo.
Interior del antiguo instituto okupado B9 de Badalona
Sheila observa el movimiento con distancia. Sabe que hoy perderá este refugio precario. No sabe qué vendrá después. “La situación es muy injusta”, dice. “Nadie elige vivir así”. Su historia es distinta a la de muchos otros: no es una delincuente, no es una okupa profesional. Es una madre sin casa.
Cuando apaga el cigarro contra el suelo mojado, su perro vuelve a acercarse. Ella lo acaricia sin dejar de mirar la maleta sobre la cama. El B9 se vacía. Las personas se van. Pero la pregunta sigue flotando en el aire, sin respuesta: ¿dónde duerme esta noche alguien como Sheila?