La activista quiso jugar en las instituciones y ganó, sin ganar. Ada Colau dice adiós como alcaldesa, tras la votación en el consistorio del nuevo alcalde. Ya expresó que no volvería a presidir el pleno del Ayuntamiento, en la celebración de su última sesión. Esta vez no ha tenido la posibilidad de ser alcaldesa. Recibió los votos de Manuel Valls en 2019, tras una operación pilotada por los socialistas, cuando ya se había dado por derrotada, con la victoria del republicano Ernest Maragall. Y ha sido en ese mandato, en los últimos cuatro años, cuando ha expresado con mayor contundencia su propio proyecto político, alejado del consenso, con decisiones unilaterales y buscando siempre un enemigo político para poder justificar sus acciones supuestamente a favor de "los vecinos y vecinas de Barcelona". Pero ahora es el final. 

Un final que quedó explicitado en su discurso en el pleno de investidura. Fue fiel a su perfil de activista. Dio su apoyo a Jaume Collboni, elegido alcalde de Barcelona, sin ningún entusiasmo, y después de la presión ejercida sobre los comunes en los últimos dos días. Y tuvo un gesto con Xavier Trias que molestó al ex alcalde de Barcelona. En su discurso, Colau aseguró que había apostado por Collboni por "intereses de ciudad", frente a la "elite" que votó por Trias, con una referencia al mapa electoral de Barcelona, en el que Trias tuvo muchos apoyos en los distritos más acomodados. Surgió la activista por encima de la alcaldesa

Colau deberá decidir cómo sigue en el Ayuntamiento de Barcelona, una vez la ciudad la ha alejado del mayor cargo institucional. Asegura que está orgullosa de su etapa como "activista" y que gracias a ello sabe más que nadie cómo se ha desarrollado el sector urbanístico en la ciudad y cómo se ha avanzado en la construcción de vivienda pública. Sin embargo, los éxitos han sido escasos. Por ahora, según su propio discurso, seguirá en el consistorio en la oposición, y se lo dejó claro a Collboni, con la esperanza de que se pueda constituir un gobierno municipal de "progreso", con el propio PSC y ERC, un partido que no quiere abandonar porque los comunes tienen una clara frontera de voto con los republicanos.

Ada Colau en el pleno de investidura del Ayuntamiento de Barcelona / AYUNTAMIENTO DE BARCELONA

La líder de los comunes, un movimiento, más que un partido político, donde conviven dirigentes cómodos con la cultura de izquierdas del viejo PSUC y de ICV junto a populistas y activistas subvencionados de distintos colectivos, dio alas a Xavier Trias, que ganó las elecciones. Si bien el veterano dirigente de Convergència dio pie a Colau, en 2015, tras la ebullición del movimiento 15M, ahora la actuación institucional de la activista Colau ha provocado casi el regreso del que fuera mano derecha de Jordi Pujol. Ha sido un lapso de ocho años. De Trias a Colau y, de nuevo, a Trias, aunque el dirigente de JxCat no será alcalde tras una compleja operación entre los socialistas, los propios comunes y el PP, que ha sido decisivo. Estas han sido sus actuaciones que han marcado sus mandatos y que heredará el nuevo alcalde.

VIVIENDA

Colau finaliza su paso por la alcaldía con la vivienda como uno de sus grandes fracasos. La ya exalcaldesa de Barcelona ha protagonizado un incumplimiento absoluto de su promesa electoral en la que fue su primera campaña para aspirar a hacerse con la vara de la capital catalana. Los 4.000 pisos sociales por mandato que garantizó en 2015 no han llegado, al mismo tiempo que la cifra de solicitantes de vivienda en la Mesa de Emergencia Social no ha dejado de crecer.

La formación de la alcaldesa, además, ha priorizado una costosa compra de viviendas para destinarlas a esta finalidad ante la opción de edificarlas. Desde el 2015, el gobierno municipal ha destinado más de 150 millones de euros a esta finalidad, con adquisiciones como una finca en Balmes por 8,3 millones y un edificio en Gràcia cuya compra rozó los cinco millones de euros.

Edificio adquirido por el Ayuntamiento en Gràcia para destinarlo a vivienda social / AJ BCN

SEGURIDAD

La líder de los comunes ha logrado convertir Barcelona en la ciudad de la inseguridad. El barómetro municipal no ha dejado de repetir en los últimos años que esta es la principal problemática de los barceloneses, alcanzando valores exorbitantes tras situaciones extremadamente graves, como las sucedidas durante el verano de 2019.

Durante estos años, Colau ha logrado convertirse en una auténtica negacionista de la inseguridad, y ha ofrecido un escaso apoyo a la Guardia Urbana. En distritos como Ciutat Vella, encabezado por los comunes también en su segundo mandato, la falta de seguridad se ha cronificado tras ocho años que han supuesto una auténtica pesadilla para los vecinos.

Un grupo de toxicómanos pinchándose en la calle a plena luz del día en el Raval / HUGO FERNÁNDEZ

URBANISMO Y MOVILIDAD

Las decisiones adoptadas por la exalcaldesa en materias de urbanismo y movilidad han logrado suscitar un gran rechazo en la capital catalana. A la oposición con la que ya topó durante su primer mandato, se suma enorme crítica a la que se ha enfrentado durante los últimos cuatro años, en los que ha librado una dura guerra contra el vehículo privado.

Bajo la excusa de la pandemia, Colau ha impulsado un urbanismo táctico que ha conllevado múltiples problemas, especialmente en materia de movilidad. La reducción de carriles de circulación y zonas de estacionamiento ha sido constante, mediante una toma de decisiones escasa en participación y sobrada de imposición. El claro ejemplo de ello se reflejó en la superilla del Eixample, cuya aprobación conllevó el rechazo de todos los grupos municipales, incluido el de un PSC con el que ha compartido gobierno.

El carril peatonal de vía Laietana / METRÓPOLI

TURISMO

La turismofobia ha sido un sello de identidad de Colau durante los últimos ocho años. La líder de los comunes no ha tenido reparos en expresar su rechazo a los visitantes, en constantes demostraciones de odio a determinados colectivos, como los cruceristas. Para ello, ha llegado a apoyarse en concejales para el olvido, como Gala Pin, quien no dudó de tacharles de "plaga de langostas".

Con restrictivas normativas que han chocado con la justicia, como el Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (PEUAT), Colau ha intentado frenar sin éxito una afluencia turística que resulta esencial para la economía barcelonesa con unas políticas que llegarán a su fin después de casi una década.

Turistas en plaza Catalunya / EFE

TRATO A AFINES

Si hay algo que Colau ha demostrado hacer de forma brillante al frente de la alcaldía, es cuidar de los suyos. Desde 2015, la exalcaldesa ha logrado convertir el Ayuntamiento en una auténtica máquina expendedora de subvenciones y contratos a entidades y empresas predilectas.

La líder de los comunes ha mantenido su compromiso con estos colectivos hasta el último momento. Por lo que pueda depararle el futuro no le tembló el pulso, tampoco, para subvencionar a una entidad de la que ella misma es vocal tres días antes de las pasadas elecciones municipales.

Colau se va, pero deja a su sucesor una herencia envenenada, una gran deuda y numerosas oportunidades perdidas para la ciudad, como la Agencia Europea del Medicamento, los Juegos Olímpicos de Invierno o la llegada de firmas hoteleras como Four Seasons, sin olvidar su rechazo a la ampliación del aeropuerto. Será complicado que su sucesor empeore un listón que ha quedado tan bajo.

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