El lunes 3 de marzo saltaban las alarmas. El comité de empresa del metro de Barcelona anunciaba paros parciales en hora punta todos los lunes laborables. Una huelga que ha vivido y ha afectado a la movilidad de la ciudad durante tres meses. Era el  último cartucho de una plantilla que llevaba casi dos años negociando, sin éxito, con la dirección un convenio prorrogado desde 2008. Pero las diferencias les iban alejando cada vez más en los 68 encuentros que mantuvieron, lo que les empujaron a llevar la reivindicación laboral a los andenes de la ciudad.  

El 24 de abril, el comité de huelga dio el pistoletazo de salida. Fue el primer lunes de un total de doce con paros parciales en las vías del metro. El primero, de 07:00 a 09:00 horas, ha sido el que ha comportado más problemas, con aglomeraciones en las paradas de La Sagrera y Sagrada Familia y algún acto vandálico registrado en las estaciones de Fabra i Puig y Vallcarca donde se inutilizaron puntualmente las máquinas. El segundo turno de paros se convocaba de 16:30 a 18:30 horas y el tercero y último, de 20:30 a 22:30 horas. Y así todos los lunes laborables durante tres meses hasta el pasado 24 de julio.

El principal transporte público de la ciudad perdía entorno al 25% del pasaje los lunes de huelga, la misma que ha sido secundada por el 95% de la plantilla en cada una de las convocatorias.

Imagen de archivo de usuarios en el metro de Barcelona / EFE

DARDOS DE UNOS Y OTROS

El 8 de junio, en el ecuador, las seis secciones sindicales convocaron a la plantilla para defender  ante los trabajadores: “La huelga está funcionando”. Fue un soplo de aire y de fuerza interna con la que encararon el resto de jornadas. Mientras tanto, TMB criticaba que el comité de empresa se cerrara en banda pese a aportar mejoras al convenio colectivo, fuente de la disputa.

Tres semanas después, el 30 de junio, la dirección lanzaba un dardo: los paros acumulaban ya un coste de medio millón de euros. Ese mismo día, Colau -de baja por maternidad- se pronunciaba públicamente y aseguraba que la voluntad del consistorio era la de seguir trabajando "con la misma intensidad”. Pero sus palabras elevaron el tono diez días después.

El 10 de julio, la edil criticaba a los sindicatos que no llevaran ante la asamblea las propuestas que la dirección había puesto sobre la mesa en las últimas semanas pese a todas las mejoras que se habían planteado en los últimos encuentros. “Sinceramente, estoy perpleja, no entiendo por qué el comité de huelga no lo ha llevado ni siquiera a consideración de los trabajadores”, puntualizaba Colau.

La alcaldesa Ada Colau junto a la presidenta de TMB, Mercedes Vidal / M.S.

CRÍTICAS, ESCRACHE

Colau pronunciaba estas palabras después de que el comité de empresa le diera una vuelta de tuerca a la huelga anunciando nuevos paros: la Diada de Catalunya, las fiestas de la Mercè y los días de Champions en los que jugara el Barça. Por su parte, Vidal encendía los ánimos de los trabajadores asegurando que no iba a presentar más propuestas de mejora. La crisis laboral se convertía en una crisis de ciudad totalmente enquistada en los despachos de la Generalitat.

El 18 de julio, la actualidad de la huelga se trasladaba hasta el mismo portal de la también regidora de movilidad. Medio centenar de personas, entre ellas el exregidor de la CUP Josep Garganté, bloqueaban las puertas de acceso al metro de la parada de Sant Andreu para después acudir hasta la vivienda de Vidal donde organizaron un escrache. Mientras tanto, en sede municipal, la oposición ya había reprobado a la presidenta de TMB.

El 20 de julio, Colau daba un golpe de efecto. En la primera y única aparición junto a Vidal con motivo de la huelga, la alcaldesa anució la incorporación de dos nuevos nombres a la negociación. Por un lado, el gerente Jordi Martí en representación del Ayuntamiento de Barcelona y  por otro, Eduard Saurina, coordinador general de servicios del Área Metropolitana como representante de esta segunda administración. Un día después, en el último pleno del consistorio, la oposición en bloque pidió la dimisión de la presidenta de TMB. Los ánimos estaban más caldeados que nunca. Pero el lunes llegó la sorpresa.

Escrache

LOS TRABAJADORES TIENEN LA ÚLTIMA PALABRA

El comité de huelga y la dirección de TMB aceptaban un texto propuesto por mediación. Los representantes sindicales aceptaban así llevar ante los trabajadores el texto para que fueran ellos los que tuvieran la última palabra. El veredicto se ha conocido este jueves. En dos asambleas celebradas en Cotxeres de Sants, la plantilla ha aceptado el nuevo convenio colectivo, que estará vigente hasta 2019. Con 480 votos a favor, 302 en contra y 56 abstenciones, la huelga ha sido desconvocada. Y aunque muchos de los trabajadores han dejado claro que dudan de que la dirección cumpla con todo lo pactado, el sí se ha impuesto al no. Eso sí, han votado 838 empleados de una plantilla con prácticamente 3.500 trabajadores de los cuales, un tercio estaba de vacaciones.

La batalla laboral disputada durante dos años de negociación y tres meses de huelga ha acabado con mejoras para la plantilla. Entre ellas, que en 2022 todos los trabajadores a tiempo parcial (322) tendrán que pasar a jornada completa de forma progresiva. También se contempla una mejora en la conciliación laboral y familiar, permitiendo a las mujeres que pidan una reducción de la jornada que escojan en qué turno quieren hacerlo. Asimismo, se evitarán externalizaciones que se estaban produciendo en la empresa propiedad del Ayuntamiento de Barcelona, recuperando un total de 46 puestos.

asamblea metro

LA FIRMA, ¿ESTE VIERNES?

A ello se sumarían mejoras como la descongelación salarial con un incremento salarial total del 4,5% hasta 2019. También se contempla y que un total de 190 trabajadores de la bolsa de verano pasen a tener un contrato de relevo con garantía de indefinido también ese año. A la vez, se crearía una comisión formada por representantes de la empresa y de los trabajadores para revisar los nuevos contratos que se realicen con empresas externas para ver si es viable que estas tareas las hagan los trabajadores del metro.

Previsiblemente este viernes, unos y otros estrecharán las manos y se harán la ansiada foto: la de la paz en el suburbano barcelonés.

 

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