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Opinión

Miseria en la oposición: la ciudadanía sin presupuestos en Barcelona

"El grupo de Junts en el Ayuntamiento de Barcelona, ¿a qué juega?, ¿va a elegir a su alcaldable –hombre o mujer—algún día? ¿Es útil a los barceloneses?"

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Los socialistas, en el Parlament de Catalunya, ofrecieron sus votos al presidente de la Generalitat, el republicano Pere Aragonès, para aprobar los presupuestos en 2024. Salvador Illa estaba en la oposición y quiso que Catalunya en su conjunto pudiera disponer de unas nuevas cuentas. ¿Se perjudicaba él mismo con ello? ¿Ofrecía, en cambio, esperanzas, después de que el propio PSC hubiera sido ninguneado y despreciado durante todo el proceso independentista?

Esa idea de que no se puede ‘salvar’ a quien ostenta el poder es un prejuicio que daña a la propia democracia. Sin dirigentes políticos valientes, responsables, el sistema se irá deteriorando y llegará más pronto que tarde –ya la tenemos en ciernes—una ola populista que entiende la democracia como una fiesta exclusiva para las élites, pero no para los ciudadanos corrientes.

En el Ayuntamiento de Barcelona el PSC no ha podido aprobar un presupuesto de forma normal. El alcalde, Jaume Collboni, tuvo que recurrir a una moción de confianza para sacar adelante su primer presupuesto. Y ahora, tras presentar formalmente el presupuesto para 2026, sucederá lo mismo. Los socialistas presentarán una moción de confianza para llegar a las elecciones de 2027 con nuevas cuentas. Las de ese año serán la prórroga de los que apruebe en 2026. A menos de que pasen cosas.

La oposición, entonces, ¿qué hace? ¿A qué aspira? Se señala con el dedo a Collboni para dejarle claro que no tiene presupuestos, que no puede hacer nada. ¿Cree la oposición que con ello tendrá un mejor resultado en 2027?

Esa oposición, claro, es la que representa Junts per Catalunya, pero también es la que define a los comunes, incapaces de proponer nada en positivo.

En una posición algo más sensata está Esquerra Republicana, que aprueba partidas económicas e inversiones con el PSC, pero que no se atreve tampoco a dar luz verde a unas nuevas cuentas para el próximo año, no sea que Collboni tenga un premio demasiado alto.

¿No muestra una gran miseria esa actitud? Los partidos, como representantes de la ciudadanía, de una parte de ella, deben negociar, cabrearse y discutir con sus adversarios, pero pactar también como consecuencia de esa dialéctica sobre prioridades, partidas económicas y enfoques distintos sobre la ciudad.

Lo estéril es quedarse mirando la jugada y esperar a que el gobernante se estrelle sin remisión.

Porque pudiera suceder --¡oh milagro!— que los ciudadanos premien a quien da la cara, a quien gobierna, aunque cometa errores y pueda ser disfuncional.

El grupo de Junts en el Ayuntamiento de Barcelona, ¿a qué juega?, ¿va a elegir a su alcaldable –hombre o mujer—algún día? ¿Es útil a los barceloneses?

El grupo de los comunes camina desnortado, esperando a Ada Colau, que debería dar explicaciones por políticas fallidas, como la de La Escocesa, una antigua fábrica que se iba a destinar a la construcción de pisos de alto standing, luego a pisos de protección oficial y ha acabado okupado y desalojado.

Y Esquerra, ¿tan difícil es llegar a un acuerdo de gobierno para gestionar la capital catalana?

Los vecinos y vecinas de Barcelona decidirán en 2027. Tal vez haya sorpresas.