Contrariamente a lo que sostiene la doctrina nacionalista, lo que une a los catalanes con el resto de los españoles es mucho más que lo que les separa. La tradición picaresca catalana, por ejemplo, no tiene nada que envidiar a la castellana. Si acaso, al contrario.

La reacción del mundo local del ocio nocturno y de la restauración ante las últimas medidas de la Generalitat para frenar los contagios del Covid es una nueva demostración de esa afición a la engañifa.

Se podría entender que las patronales de las discotecas y de las salas de espectáculos acudan a la justicia para obtener avales con los que reclamar compensaciones económicas por la limitación de su actividad durante una época del año en la que suelen hacer buena caja. El que no llora, no mama; como dice la máxima de cabecera del parasitismo nacional. Este tipo de establecimientos saldrán perjudicados porque en su caso no hay más alternativa que bajar la persiana o dejarla a media altura en estos días de final de año, aunque también es cierto que se han establecido mecanismos para mitigar el impacto en sus números, especialmente en lo que se refiere a las nóminas.

Lo que tiene muy difícil justificación es que el gremio de la restauración se sume al recurso ante el TSJC para ver qué saca. Y no la tiene, entre otras cosas, porque el comportamiento del sector durante la crisis está muy lejos de ser ejemplar.

Como todo el mundo pudo comprobar, fueron pocos los restaurantes que en su día redujeron la capacidad real de sus comedores, tal como exigieron las autoridades sanitarias; aunque sí aprovecharon la posibilidad de ampliar sus terrazas. Son muchísimos también los que en estos momentos no mantienen las distancias entre mesas que recomienda el sentido común, la propia responsabilidad individual y la Administración.

El transporte público machaca a los usuarios cada cinco minutos recordándoles la obligatoriedad de las mascarillas, que conserven cierta separación entre ellos y que se distribuyan a lo largo de los vehículos. ¿En cuántos restaurantes sucede que el maitre nos coloca en una mesa cercanísima a otra ya ocupada aunque disponga de espacio libre y holgado? Un afán por llenar al máximo y por reducir el tiempo de los desplazamientos de los camareros –el amontonamiento siempre se produce en zonas cercanas a la cocina--, avaricia que no es otra cosa que una desobediencia tan persistente como silenciosa.

No es un fenómeno exclusivo de Barcelona, en absoluto. En los locales de Madrid, donde hay menos restricciones, pero donde el mantenimiento de las distancias interpersonales es tan obligatorio como aquí, pasa exactamente lo mismo.

A los restauradores catalanes les ha tocado hacer un control impropio de la vacunación de los clientes, cierto, pero eso no justifica unos abusos ante los que el gremio se ha puesto de perfil. ¿Dónde está la patronal cuando uno de sus destacadísimos socios, como el Patrón, la antigua Dorada de la Travessera de Gràcia de Barcelona, se salta a la torera la normativa? Que la cuenta de resultados del grupo esté pasando por apuros no le da patente de corso.

Y aún tienen el valor dar la monserga con que no hay pruebas de que en la restauración se produzcan contagios. Las noticias sobre contagios en comidas y cenas deben ser fake news. Como buenos pillastres se han apuntado al recurso contra las disposiciones del Govern, muy parecidas por otra parte a las que van adoptando el resto de las comunidades autónomas. A ver si hay suerte –¡como que con esto de la justicia nunca se sabe!-- y les cae una buena sentencia.

Algo parecido ocurre con el Consejo General de Cámaras de Comercio de Cataluña, que pide ayudas directas y una moratoria fiscal generalizada para todo el mundo y de todos los impuestos. ¿Cómo se puede reclamar no liquidar el IVA ya cobrado a un cliente o no pagar el impuesto sobre los beneficios si realmente los ha habido? País de pícaros.