Prometer es fácil; cumplir la promesa no tanto. Una frase que podría ser de aplicación inmediata a muchas de las promesas de los partidos populistas e independentistas (también populistas) que prometen lo imposible a quienes los escogen.
Más allá del significado de la palabra populismo e incluso como línea política, estamos ante una manera de actuar muy actual en nuestra sociedad.
Barcelona sabe lo que es un gobierno populista: siete años de gobierno de Colau. Y hay pruebas que demuestran que el populismo no pasa a la acción, y cuando pasa, lo hace para perturbar lo que ya funciona.
Este gobierno ha tenido muchas prioridades, pero en ningún caso la voluntad de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos o la calidad de los servicios de la metrópoli.
Más del 30% de los barceloneses expresa tener dificultades para llegar a fin de mes. Más del 21% está en riesgo de pobreza y/o exclusión social y cada vez vemos a más personas que sobreviven en las calles de nuestra ciudad sin tener la respuesta social que se les debería dar.
La vivienda es uno de los grandes retos que se había marcado el gobierno de Colau y el PSC. En la campaña del 2015, Barcelona en Comú prometió doblar en cuatro años los 10.000 pisos de alquiler social que disponía Barcelona. Lejos se ha quedado esa promesa. Después de siete años de gobierno no han entendido que para solucionar el problema de la vivienda se necesita la colaboración público-privada y se debe afrontar desde el conjunto del área metropolitana. Medidas como la del 30% lo único que han hecho es alejar la inversión privada de nuestra ciudad.
Y si hablamos de inversión, cada vez hay más proyectos que no escogen a nuestra ciudad ni como inversión ni como destino.
Otra de sus banderas es la de la lucha contra la contaminación. La realidad es que nuestra ciudad está en obras continuamente y tenemos mayor contaminación, más atascos y se tarda más entre los desplazamientos. Todo ello gracias al urbanismo táctico, que más allá de sus llamativos colores y de sus piedras en la calzada ofrecen una imagen grotesca de nuestra ciudad.
El ciudadano sufre las transformaciones de las calles. Lo último, la reforma de la vía Laietana. ¿A quién se le ocurre destrozar una de las arterías principales de nuestra ciudad que conecta el mar con la montaña? Esto solo puede venir de la mano del populismo.
El caos urbanístico no se queda solo ahí, hay que sumar la falta de limpieza y el aumento del incivismo e inseguridad en las calles. Los vecinos sufren los botellones constantes que no les permiten algo tan necesario como descansar.
Y en medio de este caos, las prioridades del gobierno municipal han sido cambiar el nombre de las calles, gastarse más de 375.000 euros en celebrar la Primavera Republicana, la deslealtad institucional con los acostumbrados desplantes al Rey por parte de Colau y las declaraciones en contra de la ampliación del aeropuerto de Barcelona.
Es por ello que cuando hablamos del populismo de Colau lo relacionamos con caos, paralización y crispación. Porque en realidad está más pendiente de no defraudar a sus grupos de apoyo, que de gobernar para todos.
Se es un verdadero alcalde cuando los ciudadanos se sienten representados por él (incluso los que no le han votado en las urnas). Esto en Barcelona no ocurre.
Decía la sra. Colau: “Hay que recordar de dónde venimos”. Tal vez ése es uno de los problemas de su gestión.
Lo alentador ante tanto desorden es que el próximo año tenemos la oportunidad de conseguir un cambio, seamos valientes.