Cuando en el año 2018 Jair Bolsonaro triunfó en Brasil, el término guerra cultural estuvo muy presente durante toda la campaña electoral. El entonces candidato de la derecha recuperó un discurso anticomunista propio de décadas anteriores y centró gran parte de su discurso en tratar de erradicar la “ideología de género del país”.

Probablemente a muchos os haya recordado a la estrategia utilizada por Ayuso en las elecciones de mayo del 21. Y es que la derecha conservadora está utilizando esquemas muy similares en todo el mundo para hacerse con el poder. Y pese a la distancia ideológica entre unas derechas y otras, la realidad es que la estrategia acaba siendo siempre similar. Con cambios rápidos y ágiles para conseguir apoyos que a priori parecen imposibles.

Por ejemplo, de inicio, el posicionamiento de Bolsonaro recordaba más a la mezcla de neoliberalismo y conservadurismo de Vox que al chovinismo social de Le Pen. Sin embargo, con el tiempo, Bolsonaro no dudó en virar su eje hacia lo social para captar a antiguos votantes de Lula entre los estratos más pobres del país.

Y esta forma de hacer política tiene cabida porque son muchos quienes creen que la izquierda ha quedado apartada de la imagen de la rebeldía que antaño representaba. La derecha reaccionaria le disputa a la izquierda la capacidad de indignarse frente a la realidad y de proponer vías para transformarla. Y eso es peligroso. Porque una de las característica del populismo de todo signo es la de, ante problemas complejos dar respuestas sencillas que acaban únicamente sirven a nivel argumental pero nunca dan solución real a ningún problema. 

El británico Mark Fisher escribió en su libro de ensayos Realismo capitalista que el problema actual de las izquierdas no reside solo en su dificultad para llevar a cabo proyectos transformadores, sino en su incapacidad para imaginarlos.

Es cierto que apunta un problema aparentemente generalizado para la izquierda mundial, pero no es menos cierto que encontramos excepciones como la de Bernie Sanders en EEUU que fue capaz de movilizar a muchísimos jóvenes en defensa de las clases trabajadoras. Y del mismo modo, a escala más local, encontramos a partidos de izquierdas en gobiernos que están demostrando que de la crisis actual se puede salir de forma muy distinta a cómo se salió de la de 2008. Y eso no es poca cosa.

Sin embargo, no podemos obviar que es cierto que a día de hoy hay derechas que tratan de capitalizar el enojo colectivo al que el mundo se enfrenta. Vivimos una disputa por la indignación que debemos resolver. Una disputa en la que debemos estar atentos para evitar a aquellos que ven en esto una oportunidad de obtener un rédito electoral importante con proclamas vacías y propuestas que, en otro momento, habríamos calificado todos no sólo como extremistas, también como estúpidas.

En el caso de Barcelona hasta la fecha no habíamos visto a ningún grupo operar en esta línea. Pero en los últimos meses hemos visto propuestas tanto en plenos como en comisiones que deberían hacernos pensar. No todo vale para ganar medio minuto en un medio. No todo vale para tratar de buscar un espacio.

La semana pasada escribí sobre la propuesta de encartelar las calles con fotografías de los delincuentes reincidentes. ¿De verdad alguien cree en la solución del “señalamiento público”? ¿De verdad alguien puede creer que esto soluciona algún problema?

Lo peor de todo esto es que paralelamente en el Congreso de los Diputados, a instancias de ayuntamientos como el de Barcelona se está trabajando precisamente una Ley para hacer que los multirreincidentes acaben en la cárcel por más que sean pequeños hurtos lo que perpetren. Éstas son las soluciones que debemos dar a la ciudadanía. Soluciones que salgan desde los diferentes gobiernos y que solventen problemáticas reales.

Porque no está mal escuchar a la ciudadanía para traer propuestas. Todo lo contrario. El trabajo de los políticos es escuchar y plantear soluciones. Pero soluciones realistas. No vale lo de retorcer los argumentos para lanzar una proclama de 30 segundos enfocada al nicho que supuestamente puede votarte.

Las proclamas del pasado pleno sobre eliminar subvenciones a feminismo y LGTBI para destinar los recursos a “aumentar” la seguridad fueron de vergüenza. El intento de conectar el incremento de los casos de homofobia con la supuesta inutilidad de las subvenciones no sólo son argumentalmente ridículas, sino que son una vez más parten del intentar normalizar un relato que, hasta la fecha y afortunadamente nos escandaliza a muchos.

Tratan de conseguir abrir la ventana de Overton, es decir, mover la opinión pública hacia espacios hasta el momento considerados como inaceptables para normalizar dicha posición. Tratan de introducir cambios de manera gradual hasta llegar al escenario que les gustaría. Eliminar por completo la protección al colectivo LGTBI.

La deriva esperpéntica hacia el ultraconservadurismo es sin duda fruto de la necesidad de llamar la atención y buscar un espacio en el que reconocerse. Con un problema añadido. Ir por ahí pidiendo que se cuelguen fotos de delincuentes o que se eliminen ayudas al mundo LGTBI suena raro hasta para los más ultras. Se percibe la ocurrencia de lejos y la credibilidad es cada día menor.

Tratar de apuntarse al carro de una far right que tan bien ha funcionado en términos electorales en otras partes de España cuando ya existe un partido que representa estas ideas es tratar de ocupar un espacio que no te pertenece. La verdadera ultraderecha tratará de colarse en Barcelona en los próximos meses. Y con un poco de suerte, con la división de voto entre tantas opciones, quedará fuera del consistorio.

El resto de partidos, por lo pronto, lo mejor que pueden hacer es ignorar las provocaciones de aquellos que quieren foco y dedicarse a hacer lo que toca. Gobernar o hacer de oposición. Impidiendo que bravuconadas de este estilo marquen la agenda. Queda todavía mucho por hacer, y el exceso de clima electoral no hace ningún bien a nadie.

La izquierda gobierna Barcelona. Lo mejor que se puede hacer para parar a la derecha reaccionaria es hacer buen uso de la confianza de los ciudadanos y ciudadanas de la ciudad. Con eso hay más que suficiente para parar a aquellos que creen que pueden venir a dar lecciones con ideas de bombero.