Javier Cercas en Independencia ya retrataba a Colau. Evidentemente, el escritor que escribió la trilogía de Terra Alta se cuidó muy mucho de los paralelismos simplistas, pero a buen entendedor pocas palabras bastan. La Colau del libro transmutada en Virginia, simulada como su sucesora, siempre sabía situarse en la cresta de la ola y decir lo que querían oír los que la escuchaban. Y pasearse como ha hecho la alcaldesa esta pasada semana y hará en las próximas. La tendremos hasta en la sopa. Se trata de chupar cámara.
No hay mejor ejemplo para responder a esta apreciación como situarse en el debate artificial sobre los cruceros que ha impuesto la alcaldesa. Como explicaba la pasada semana nuestro compañero Manel Manchón, hay poco más tras las soflamas de Colau que pasa de los acuerdos de autoregulación que para socialistas y Damià Calvet, presidente del Puerto de Barcelona, funcionan. ¡Qué más da! Su objetivo no es aportar una solución a la contaminación y la masificación de Barcelona. La contaminación y la masificación son la excusa para situar en el más barriobajero populismo el debate, esgrimiendo que los cruceros contaminan y que los turistas salen en masa por Barcelona inundando la ciudad.
Pasa por alto que esos turistas han revitalizado un cadavérico sector de la restauración y el ocio tras la pandemia, y que muchos de estos cruceristas tienen contratados servicios que los llevan fuera de Barcelona a visitar cavas o a grandes centros comerciales --donde se dejan sus buenos euros, por cierto--. Sin embargo, es más fácil levantar una bandera y agitarla mucho, aunque no sirva para nada. Sino, cómo es posible que la alcaldesa no haya hecho un movimiento político para “poner coto a los excesos” que según ella se producen en la ciudad y se haya quedado enquistada en sus algaradas sin más recorrido. El objetivo no es dar la solución al supuesto problema, el objetivo es airearlo para dar la imagen de una alcaldesa concienciada con los problemas. El storydoing, contar como solucionarlo, es un tema menor. Lo importante es tener el relato, el storytelling, para agitar conciencias y sumar votos.
El provincianismo es una enfermedad que se cura viajando. Y eso le haría bien a la alcaldesa porque vería cuales son los problemas de un sinfín de ciudades europeas que viven, sí viven aunque la alcaldesa lo desprecie, del turismo. Por no olvidarnos de las islas griegas y también de las Baleares que tratan este verano de sobreponerse al fiasco que se produjo durante la pandemia y el año pasado.
Sin embargo, a la alcaldesa Colau no se le puede pedir más. Se disfraza de víctima para ponerse al frente de una supuesta reivindicación ciudadana, aunque nadie conoce cómo se haría. Y lo más importante, cuál es su plan alternativo. Y como plan alternativo no basta con gastarse un pastón --Valents lo ha cifrado en 186.947 euros-- para que Samantha Hudson pidiera el voto por los Comunes. Del concierto de La Orgullosa, la única que salió orgullosa fue la señora Colau. El resto de sus conciudadanos salimos abochornados. No sólo porque la señora Hudson pidiera el voto, según ella en un arrebato, sino por el espectáculo que organizó la alcaldesa apropiándose de una fiesta. Consejo para Hudson: de casa se viene ya arrebatada. Consejo para Colau: póngase a la altura del cargo.
Una altura que se echa en falta en asuntos como el de los cruceros porque los barceloneses queremos saber, queremos ir más allá de la palabrería. Queremos que nuestra primera edil nos explique cuáles son sus proyectos y sus alternativas más allá de palabras huecas y bailecitos más que prescindibles, y bastante impostados por cierto. Por ejemplo, si quiere reducir los cruceros, sabe la alcaldesa que las navieras tienen algo que decir, y el Puerto de Barcelona contratos que cumplir. ¿O es que todo nos saldrá tan caro como la pifia del Hermitage? Que ya veremos si no nos cuesta un riñón.
Vuelvo a Cercas. Tengo que reconocer que en unos días de asueto he leído la trilogía y la recomiendo. Retrata bastante bien esa forma de hacer política que busca el titular y el mensaje electoral. Esa política de grajo, de vuelo bajo. De grandes promesas y de pocos resultados. De repartir pasta a diestro y siniestro sin que los jueces vean nada ilegal, aunque ni es ético ni estético. Salen ganando siempre los que abrevan alrededor del establo de los que mandan y los que no se han dado cuenta que Barcelona es una gran urbe que necesita ordenación, seguro, pero que no puede prescindir de los ingresos que generan miles de personas que nos visitan. Salen ganando los que apuestan por empequeñecer, restringir y abandonar la Barcelona cosmopolita ¿O es que es negativo que se haya popularizado el turismo? ¿Solo pueden viajar los ricos? Por los gestos de la alcaldesa parece que sí. Si eres un pringao, mejor mantén tus manos fuera de nuestra ciudad. ¡Olé Colau!!