Si no han leído Allegro, ma non troppo de Carlo Maria Cipolla, léanlo. Es un librito muy ameno. Se lee en un pispás. Fue escrito con intención meramente lúdica por uno de los padres de la moderna historia económica, un intelectual brillantísimo que publicó tanto libros destinados al gran público como estudios académicos de primera.

"Las leyes fundamentales de la estupidez humana" es uno de los dos ensayos que contiene este librito. Es el texto que se ha hecho famoso. Primero mueve a risa y después te sitúa frente al problema de la estupidez humana, causante de tantas tragedias.

En el comportamiento humano pueden distinguirse egoísmo y generosidad. El egoísmo proporciona beneficios a uno mismo y la generosidad, a los demás. Lo ideal sería actuar para beneficiarse uno mismo y beneficiar a los demás. Pero existen los estúpidos y los malvados.

Cipolla definió al estúpido como aquél que actúa provocando daño a los demás al tiempo que se lo provoca a sí mismo. Se diferencia del malvado en que el malvado daña a los demás, pero se procura un beneficio personal. El malvado, constata Cipolla, es más beneficioso para la sociedad que el estúpido. De la estupidez no puede esperarse nada bueno, pero el malvado obra con cuidado porque sabe que si causa demasiado daño acabará siendo estúpido. El estúpido, en cambio, no. El estúpido no asume que causa el mal ni a él mismo ni a los demás y por eso no se detiene y prosigue con entusiasmo. Además, la estupidez es muy peligrosa: o suele pasar desapercibida o no la consideramos importante.

Cuando descubrimos el daño cometido por la estupidez, ya es demasiado tarde.

El otro miércoles, en Barcelona, descubrimos que una gran estupidez había engendrado un Monstruo. El nacionalismo es una estupidez y el llamado procesismo no es más que la culminación de cuarenta años de estupidez subvencionada. Como suele suceder en estos casos, muchos se volvieron estúpidos, muchos otros restaron importancia a la estupidez y los incautos, pocos, advertíamos inútilmente de los peligros de este cáncer nacional.

Hacía mucho tiempo que no me ponía tan enfermo de rabia e indignación como este miércoles pasado. En las Ramblas, un grupo de tarados saboteó un acto de apoyo y homenaje a las víctimas de los atentados de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils y no tardó en insultar ¡a las propias víctimas del atentado! Burros, lameculos… En fin, seguro que ya lo habrán visto.

De entre tanto imbécil destacaría dos. El primero, un tipo que en las redes sociales se hace llamar Francesc Cesc y que dice tocar la guitarra. El circo procesista, que ensalza a los especímenes más excéntricos y singulares, le proporcionó hace un año un minuto de gloria. Armado con una guitarra pintada de amarillo, se puso a «cantar» (eufemismo) el Bella Ciao, y nos dejó imágenes impagable de doña Pilar Rahola cantando, bailando, provocando el bochorno y la vergüenza ajena como tan bien sabe, cuando se pone.

El miércoles ya no se hacía el simpático, pues fue Paco, el de la guitarra, uno de los más exaltados acosadores a las víctimas. Las increpó a gritos y las insultó con un frenesí enfermizo cuya causa podría ser tanto arteriosclerótica como paranoica, que tanto da. Tuvo la indecencia de proclamar que él era víctima del terrorismo, por supuesto, por el simple hecho de ser catalán (sic), sin añadir el "y tú no" porque la ira le cegaba las palabras. Tanto odio, tanta maldad arraigada en su corazón, no surge de la nada. Alguien plantó la semilla y él la dejó crecer y la cultivó con esmero.

Ese alguien, el Monstruo.

A la segunda protagonista ya la conocen. Cínica, egocéntrica, espantosamente cursi. A la señora Borrás le faltó tiempo para aprovechar la ocasión y hacer el paripé, dejarse querer por su público, recibir aplausos, vítores y entusiastas gritos de apoyo de sus acólitos. Poco después, se sumó a esa chusma para reclamar que les hagan caso ante la sede de la Unión Europea, justo enfrente de la Pedrera. Se sumaron la señora Madaula, secretaria segunda del Parlament de Catalunya, y el señor Cuevillas, diputado del mismo parlamento. ¿Estaba también el señor Dalmases? ¿Isaías Herrero? ¿Los demás firmantes del Manifiesto Koiné? ¿Todas esas gentes tan simpáticas que califican de mierda a los catalanes que no piensan como ellos?

Esto ha pasado en Barcelona.

Me asombra la estupidez de muchos que todavía no han reconocido al Monstruo.