El Ateneu Barcelonès siempre había sido una institución poco propicia a generar noticias, pues daba la impresión de que en su interior la vida era un largo río tranquilo en el que no pasaba gran cosa. Era uno de esos sitios de toda la vida, un poco rancio, pero más o menos entrañable, en el que era bastante fácil colarse, aunque no fueras socio de la entidad: yo mismo lo hice en más de una ocasión, habitualmente acompañado por un amigo con más cara que espalda que vencía la resistencia del discreto cancerbero asegurándole que habíamos quedado con el señor Ferrerons (nombre inventado ahora mismo para no denigrar a un socio que ya pasó a mejor vida y a quien mi amigo detestaba cordialmente). Al oír el nombre de tan distinguido miembro del Ateneu, el displicente fisonomista nos dejaba pasar, probablemente porque se la soplaba quien accedía a sus instalaciones. Recuerdo un patio muy agradable en el que dormitaban los socios más provectos y una biblioteca muy bonita con fama de estar excelentemente surtida. Los precios de las consumiciones eran muy razonables y te podías tirar un buen rato charlando en un decorado que tenía mucho de remanso de paz al que no llegaban los ruidos de la gran ciudad.
El Ateneu solía estar presidido por algún pro hombre de la urbe que lo acogía, al que solo se le exigía que fuese más o menos catalanista y que mantuviera el orden establecido en la institución desde tiempo inmemorial. El único intento disruptivo que recuerdo fue el de Bernat Dedeu cuando intentó acceder a la presidencia del lugar al frente de una candidatura denominada, un tanto paradójicamente, Ordre i aventura, dos conceptos antitéticos que al bueno de Bernie se le antojaban perfectamente compatibles: gracias a sus artículos, descubrí que el asalto al Ateneu era una especie de toma de la Bastilla a partir de la cual podría seguir adelante con sus planes de dominación cultural (Today the Ateneu, tomorrow the world!).
Bernie perdió las elecciones, aunque ya no recuerdo quién las ganó. Y el Ateneu siguió dormitando como solía hasta que llegaron nuevas elecciones y pasó a ocupar su presidencia la productora cinematográfica Isona Passola, principal representante del soberanismo audiovisual catalán gracias a la cual un sitio del que nunca salían noticias se ha convertido en una fuente constante de entretenimiento municipal. Y es que Isona se está haciendo notar, dado que sus maneras presidenciales han generado cierto tumulto en el interior de la casa. Primero dimitió el bibliotecario en jefe, que no era del agrado de la señora Passola. Luego se sublevaron los principales responsables de la escuela literaria del Ateneu –entre ellos, mi amiga Mercedes Abad-, que hasta hace poco funcionaba como un rentable ente autónomo y a la que acudía gente de todo tipo con ganas de aprender a escribir (algunos lo lograron, como el ahora célebre Ildefonso Falcones, un hombre que se ha lucrado con algo parecido a la literatura que, gracias a la ayuda de un concienzudo editor, ha adquirido la condición de best seller). Ignoro la causa de las fricciones entre Isona y el bibliotecario, pero en el caso del taller de escritura, las desavenencias surgieron cuando a la señora presidenta se le ocurrió la peregrina idea de cobrarles a sus alumnos la cuota de socio del Ateneu, de la que hasta ahora estaban exentos (entre otros motivos, porque son muchos los que siguen los cursos online y no han puesto jamás los pies en tan noble institución, ni siquiera inventándose una cita con el señor Ferrerons de su elección). Por lo que cuentan los damnificados, la actitud presidencialista de la señora Passola –o sea, su afición a meter las narices en asuntos que funcionan razonablemente bien-, resulta tan excesiva como molesta. Por lo que sé de los cursos, las matrículas ya eran bastante onerosas como para añadirles el suplemento de la cuota de socio del Ateneu. Los responsables del taller de escritura aseguran que éste es una de las principales fuentes de ingresos de la entidad, pero Passola lo niega.
Como no soy socio del Ateneu, me resisto a tomar partido a favor o en contra de Isona, pero lo cierto es que todo funcionaba acorde a la discreción habitual hasta que ella se puso al frente de la entidad. Por lo (poco) que la conozco, sé que le gusta mandar. Y puede que se aburra ligeramente sin liarla un poco. Pensemos que viene de un mundo más trepidante, el de la producción cinematográfica, en el que conseguía constantemente la cuadratura del círculo: independentista de día y afecta al régimen (así conseguía financiación en Cataluña), por las tardes se iba a poner el cazo a Madrid (de donde volvía con dinerito fresco del Ministerio de Cultura y de RTVE). Cuando los monises escaseaban, como le sucedió con su documental lazi L´endemà, se marcaba un crowdfunding fenomenal y conseguía que los patriotas se rascaran el bolsillo hasta reunir la bonita suma de 300.000 euros (teniendo en cuenta que el documental no parecía costar ni la quinta parte de lo recaudado, cabe preguntarse qué hizo con el resto del dinero…¡Y hasta ahí puedo leer!).
A su manera, Isona se movía en el gran mundo. De hecho, me sorprendió en su momento que se conformara con presidir una entidad tan rancia (en todos los sentidos, incluyendo su abolengo) como el Ateneu. Levantar películas es una tarea titánica, aunque seas del régimen y no le hagas ascos al dinero del enemigo, por lo que intuyo el fantasma del aburrimiento tras las extrañas iniciativas ateneístas que han conducido a la dimisión del bibliotecario y la sublevación de los del taller de escritura. Las cosas funcionaban razonablemente bien en el Ateneu y ahora se está montando un circo de tres pistas. Como dicen los anglosajones, Why mend it if it´s not broken? (¿Por qué arreglarlo si no está roto?). En cualquier caso, intuyo que el culebrón no ha hecho más que empezar. Quedo a la espera de los próximos acontecimientos.