Jaume Collboni es la reencarnación del manual de resistencia. Lo de Pedro Sánchez casi no pasa de la anécdota. En 2014 deja su escaño en el Parlament para centrarse en las primarias de Barcelona ante un panorama desolador. El PSC había perdido la alcaldía en 2011 y el jefe de filas socialistas era Jordi Martí. La marca PSC estaba desprestigiada y el partido claramente tocado, sobre todo en la capital catalana. Ganó las primarias de la mano de su amigo Carlos Prieto, hoy Delegado del Gobierno, y en aquella época un joven trabajador y voluntarioso. La cosa fue difícil porque una vez ganadas las primarias solo tuvieron nueve meses para preparar las elecciones en las que el candidato no llegaba al 30% de conocimiento.
Ada Colau se hizo con la alcaldía y en la ebullición del 15-M muchos abandonaron el barco del PSC. El más significado Jordi Martí que se refugió en los Comunes dejando aún más maltrecho a los socialistas catalanes que navegaban en las aguas turbulentas del procés. Collboni y unos pocos fieles seguían remando contra corriente. Entre los remeros Carmen Andrés y Laia Bonet, que enfrentadas a Collboni en las primarias hicieron frente común con el candidato, ya presidente del partido en Barcelona y Prieto de secretario de Organización. La otra aspirante al liderazgo del PSC, Rocío Martínez Sampere optó por abandonar el barco y buscar acomodo en el PSOE madrileño, en la Fundación de Felipe González. El PSC de Barcelona le importó bien poco.
En su manual de resistencia, Collboni entró en el equipo de Gobierno con Colau. Fue maltratado y lo “echaron a patadas” tras la aplicación del 155. Un empresario me dijo en esos momentos “y ahora con quién hablaremos”. Eran momentos duros y complejos y los cuatro concejales se demostraban insuficientes para ser relevantes. Miquel Iceta, primer secretario del PSC, hacía sus malabares para evitar que el tsunami fuera irreversible y en las elecciones del 2015 y 2017 el PSC resistió, pero quedó renqueante y malherido.
Acercándose 2019, las voces para cambiar a Collboni eran unánimes. Solo Iceta y el entonces secretario de Organización del PSC, Salvador Illa, daban apoyo a un Collboni que resistía a las embestidas que recibía desde dentro del partido y desde Madrid. Collboni resistió y dobló la representación socialista, pasando de cuatro a ocho concejales. En Madrid, Pepu Hernández se dio un tortazo de alto standing. Ganó la política frente a la innovación, y ganó el trabajo constante ante la ocurrencia.
Iceta hizo una jugada maestra tras las elecciones. Colau se iba llorando tras la victoria de ERC con Ernest Maragall al frente. Iceta habló con Valls y el movimiento dio resultado. Colau seguía de alcaldesa en coalición con el PSC y dos concejales del exministro francés le garantizaron la alcaldía. Collboni volvió al equipo de gobierno con su lema básico “resistir es ganar” y se apresuró a hacer gestión frente al sectarismo de Colau. Se le critica en estos años por no romper la coalición y por no ser más duro con Colau. Collboni prefería una política de baja adrenalina. Conseguir cambios sin aspavientos y poniendo el freno a las extravagancias.
Los mismos que le recriminaban no romper con Colau se echaron las manos a la cabeza cuando el candidato Collboni abandonó el ayuntamiento. Él se marchó, pero se quedó el PSC, con Laia Bonet con las llaves del calabozo y Albert Dalmau como el gran equilibrista que hacía gestión y coordinaba la campaña del candidato. Justo antes de este movimiento, Collboni tuvo que soportar nuevos ataques que cuestionaban su liderazgo. Se mantuvo firme.
Tras las elecciones, los resultados no fueron los esperados, pero el candidato de la resistencia se preparó para el último asalto. Supo resistir. Solo abrió la boca 48 horas antes del pleno a pesar de los ataques y de las presiones. Sus oponentes le hicieron el trabajo. Trías y Maragall embebidos de triunfo, se lo dejaron claro a Comunes y PP. O un alcalde independentista o un alcalde serio: Collboni. Nadie se lo esperaba y hoy es alcalde. Su máxima debe presidir su despacho: resistir es ganar.