“En política se puede hacer de todo menos el ridículo”. Esta máxima del president Josep Tarradellas saltó hecha trizas y tuvo una protagonista de excepción: Ada Colau, exalcaldesa de Barcelona. Hacía tiempo que nuestra ex primera regidora no bajaba a la arena, pero lo que nadie pensaba es que acabaría en el barro. Tres errores le hicieron pasar esa delgada línea roja y acabó haciendo el ridículo.
Colau muy ufana se presentó ante Gemma Nierga en TVE. Y allí lo dejó claro, meridiano. Si Podemos no se ciñe a las órdenes de Yolanda Díaz se quedará en las raspas porque no recibirá ni un duro de subvenciones parlamentarias. La reacción no se hizo esperar y Pablo Iglesias desde las páginas del diario Arale dio con la mano abierta. “Podemos ha firmado un acuerdo con Sumar para ir juntos a las elecciones y lo ha de cumplir, o no tendrá retorno en materia económica”, dijo Colau e Iglesias contestó calificando sus palabras -y tiene razón Iglesias porque es una amenaza que no puede cumplir porque las subvenciones no se reciben en función de la obediencia debida sino en función del pacto de coalición- de “frustración autoritaria” y de “patetismo”. Primer ridículo.
Segundo ridículo. La ahora regidora se puso estupenda. Parece que todo el mundo le ofrece ser ministra y ante “semejante presión social” dijo que ella no quiere ser ministra. A otro perro con ese hueso, como diría aquel. No es ministra porque no hay gobierno y nadie se lo ha ofrecido. Su despliegue de alas de “estupenda” quedó más patético que los ataques a Podemos. Colau quiere seguir siendo la primera de la clase y todavía no se ha dado cuenta de que no lo es.
Tercer ridículo, y el más importante. El lunes los comunes se despertaron dispuestos a marcar la agenda política registrando una proposición en la que pedía la reprobación del alcalde por “su incapacidad de liderar un acuerdo para aprobar el presupuesto para 2024, así como un marco económico 2024-2027 que acompañe el proyecto”. Dicho de otra forma “Collboni te vas a enterar si no nos dejas entrar en el Gobierno municipal”. La bomba de los comunes les explotó en sus manos. Ni ERC ni Junts les han bailado el agua. Se han hecho un Froilán dándose un tiro en el pie porque las deterioradas relaciones con el PSC se han visto más que enfangadas tanto que puede que los comunes se queden fuera del equipo de gobierno. El ridículo todavía fue mayor porque el martes, el día en el que Colau se convirtió en estrella --y estrellada-- mediática se firmó el acuerdo entre el PSOE y Sumar. Lo hecho por Colau y sus comunes refleja que no tenían puñetera idea que este acuerdo sería una realidad el mismo lunes, el día que intentaron derrocar a Collboni.
Es más, el estridente movimiento de Colau ha provocado su efecto dominó en Junts, que está dispuesto a terminar la jugada aguando la fiesta a los morados. Se han abierto a negociar las ordenanzas municipales y se han puesto sus mejores galas para cortejar a los socialistas y compartir el ejecutivo municipal hasta 2027.
La semana para nuestra exalcaldesa ha sido “horribilis”. Lo peor es que no es consecuencia de ataques del adversario sino por bisoñez y papanatismo propio. El alcalde debe sonreír por lo bajo ante el RIDÍCULO, así en mayúsculas, de sus antiguos socios. De momento, Collboni va a lo suyo y ha cerrado la composición de su consejo asesor en materia de infraestructuras que preside Santi Vila con la incorporación del presidente del RACC y de Agbar. Un pequeño movimiento que abre una zanja imposible de saltar con las formas de hacer de su antecesora que situaba a la empresa de aguas y a la entidad automovilística como enemigos públicos. Collboni no solo les ha quitado esa etiqueta sino que quiere escucharlos. Un cambio más que significativo que deja atrás ese papanatismo que Colau ha resucitado esta semana con resultados más que bochornosos.