Pese a la comprensión (y, a veces, ayuda) de la administración Colau, el movimiento okupa barcelonés no es un invento de Ada y su pandilla, pues lleva décadas enraizado en nuestra realidad cotidiana. Recuerdo que, hace como veinte años, a un amigo (ya difunto) le okuparon un local que había heredado de su familia y, cuando fue a denunciarlo a la autoridad competente (no sé si recurrió a los Mossos d'Esquadra o a la Guardia Urbana), le aconsejaron que negociara con los intrusos. Mi amigo confiaba, iluso de él, en que sacaran a los okupas a porrazos de una propiedad que le pertenecía, pero, en vez de eso, solo obtuvo una propuesta de negociación. La policía, le dijeron, tenía las manos atadas en esos casos. Solo se podía proceder al desalojo exprés durante las primeras horas de la invasión (no sé si eran 24 o 48 horas), y a partir de ahí, la cosa se complicaba notablemente porque, al parecer, si te cuelas en casa de alguien y te tiras dos días hasta que ese alguien repara en tu molesta presencia, ya has adquirido ciertos derechos sobre el lugar y no se te puede expulsar, así como así (si, en el ínterin, has cambiado la cerradura, mejor que mejor). Mi amigo acabó quitándose de encima a los intrusos, pero le costó tiempo y creo que hasta dinero.

En los cuatro lustros transcurridos desde entonces, el fenómeno de la okupación ha ido creciendo en Catalunya en general y Barcelona en particular, hasta el punto de que aquí ostentamos el récord nacional de viviendas okupadas. Nadie entiende por qué la justicia no se pone las pilas y encuentra soluciones rápidas para este sindiós y, mientras tanto, los profesionales de la okupación --que nada tienen que ver con los squatters británicos que uno conoció en los años del punk, gente discreta, frecuentemente con aspiraciones artísticas, que no tenía un céntimo y se colaba donde podía, pero siempre en sitios desocupados y/o abandonados, no incrustándose en la primera casa que encontraban, aprovechando que la propietaria había salido a comprar el pan-- se han ido creciendo, dándoselas de antifascistas y víctimas del sistema y exigiendo unos derechos que solo existen en su imaginación calenturienta. Para disimular, eso sí, siempre dicen que están creando espacios culturales para el barrio de turno, aunque sus actividades culturales se reduzcan a inflarse a birras y canutos mientras escuchan rock radical vasco a toda pastilla.

La actitud incomprensible de jueces y munícipes ha contribuido a incrementar un problema que se podría haber resuelto ipso facto en su momento. Pero ese problema sigue siendo relativamente fácil de resolver, como hemos podido comprobar recientemente con el desalojo de La Ruïna y El Kubo, dos propiedades okupadas de la Bonanova cuyas actividades culturales tenían fritos a los vecinos desde hacía tiempo. Basta con enviar a un número considerable de policías con porras y escudos y vaciar las instalaciones por las buenas o por las malas. Y, tal vez, incrementar las penas de quienes reciben a las fuerzas del orden con piedras o cohetes (algunos antisistema se desactivan solos, como el que tuvo la brillante idea de meter el brazo en un barril de cemento y un poco más y se lo tienen que amputar).

Esta respuesta no es de derechas ni de izquierdas, pues obedece al más estricto sentido común. ¿Este sitio en el que vives, lo has comprado o alquilado? No, me he metido por la cara y me la sopla su legítimo propietario. Pues ya estás saliendo de ahí a la voz de ya. En buen estado o molido a palos, tú eliges. Sí, chaval, el mundo es injusto y los alquileres barceloneses son un robo en descampado, pero eso no te permite usurpar una propiedad ajena.

Esto que a mí me parece tan evidente, no lo es tanto para según qué políticos y según qué jueces, que son los responsables de la boyante situación de empresas como Desokupa, que obedecen a la ley de la oferta y la demanda y que se morirían de hambre si las cosas sucedieran con un poco más de lógica. Y conste que no tengo nada en contra de hurtar el cuerpo al sistema, pero hay maneras y maneras, y la elegida por los okupas me parece falsamente social, moralmente hipócrita y falazmente transgresora. Sigo prefiriendo el sistema de un viejo amigo del underground, el dibujante de comics M., quien, a finales de los años 70, había encontrado la manera de vivir gratis sin causar alarma social. El hombre se iba a alquilar un piso vestido con traje y corbata, se ganaba ipso facto la confianza del administrador y salía de su oficina con las llaves de su nueva residencia. Casi de inmediato, dejaba de pagar el alquiler y podía tirarse hasta dos años viviendo de gorra, pues ya se sabe que los desalojos de morosos siempre han requerido cierto tiempo. Llegado el momento de ahuecar el ala, M. pasaba de excusas sociales o antisistema y se largaba en busca de un nuevo hogar, que solía encontrar rápidamente con el truco del traje y la corbata (que, unido a su cara de buena persona, resultaba infalible). Y volvía a las andadas hasta que lo echaran de nuevo.

Sirva de ejemplo mi amigo M. para todos esos okupas gregarios y pretenciosos que creen estar combatiendo al sistema cuando lo único que hacen es aprovecharse de él.