Se calcula que los barceloneses convivimos con unas 85.000 palomas que parecen encontrarse muy a gusto entre nosotros. Tanto, que cada día van más desabrochadas y se toman más libertades: más de una ha sido vista subida a la mesa de una terraza de bar en vistas a pillar lo que se pueda del ciudadano sentado a ella. Por no hablar de las que le cogen un especial cariño a tu balcón -como me sucedió a mí hace un par de meses- y lo utilizan como si fuera su propio cuarto de baño, dedicándose a ciscarse en él con un entusiasmo digno de mejor causa.
Tuve que dejarme una pasta en pinchos para colocar en un canalón que les resultaba muy querencioso para la práctica de su tránsito intestinal, y la tortura mierder se interrumpió durante unos pocos días…Hasta que descubrieron que aún quedaban unos espacios mínimos en los que colocarse sin pincharse el trasero y proseguir con sus evacuaciones. Hubo que comprar más pinchos y recurrir a un líquido corrosivo sugerido por mi asistenta para conseguir que emprendieran el vuelo y se lanzaran en busca de un balcón más acogedor.
De hecho, creo que convendría redactar una lista de balcones Dove friendly (o sea, amigos de las palomas). Esos balcones deberían estar en los pisos que habitan esos conciudadanos que disfrutan enormemente alimentando a las palomas, pese a los consejos municipales que advierten contra tan funesta costumbre. Aunque nos cueste creerlo, hay gente en Barcelona que encuentra encantadores a esos bichos asquerosos, negruzcos, sucios y (en muchos casos) enfermos que tan a gusto se encuentran en la millor botiga del món (que ellos convierten en la millor bonyiga del món).
Basándome en la observación, puedo decir que quienes alimentan a nuestras ratas aladas suelen ser personas de la tercera edad (o de la cuarta) que creen llevar a cabo una buena acción. Son la versión plumífera de esa figura urbana conocida cariñosamente como La vieja de los gatos, cuyas representantes suelen morirse de asco en sus apartamentos modelo Diógenes, donde son encontradas, si pasa demasiado tiempo entre el deceso y el hallazgo del cadáver, a medio devorar por sus queridos bichejos.
La vieja de los gatos, eso sí, me parece más digna que el alimentador de palomas, que se limita a visitar a las ratas con alas y arrojarles unas migas de pan, para luego volverse tranquilamente a su casa y dejarlas incordiando al viandante medio o al que ha tenido la audacia de sentarse en alguna terraza (donde las palomas se suman a los intrusos habituales; mendigos, vendedores de abalorios seudo africanos, cantamañanas varios).
Si tanto se preocupan por la alimentación de las palomas, ¿por qué no se las llevan a casa y conviven con ellas, como hacen las viejas de los gatos? Esa bondad dentro de un orden que practican los alimentadores de palomas deja mucho que desear cuando compruebas que la rata alada de turno, después de haberse puesto morada de migas de pan (y puede que cosas peores), se deja caer por tu balcón a defecar y hacer la digestión.
Reconozco que nunca me he llevado bien con las palomas urbanas y que, en general, los bichos con plumas me dan un asco considerable, hasta el punto de que soy incapaz de tocarlos y hasta la perspectiva de rozarme con ellos me causa una desazón monumental (donde estén los bichos con pelo, modelo perros y gatos, que se quiten los malditos plumíferos, a los que solo soporto a distancia: una paloma blanca, de ésas que llaman de la paz, o un águila imperial pueden parecerme hermosas, pero la perspectiva de abrazarlas me pone los pelos de punta).
Ya de pequeño, cruzar la plaza de Catalunya trufada de palomas asquerosas que solían mostrarse renuentes a apartarse me inspiraba algo parecido al terror. Y aún no me he recuperado de la vez en que se me coló en casa una paloma renegrida y estuvo revoloteando por ahí hasta que la devolví a escobazos al mundo exterior…
Intuyo que algo se ha hecho mal en esta ciudad para que las palomas se hayan convertido en un problema de suciedad y hasta de transmisión de enfermedades. Las medidas del ayuntamiento -esterilización de los bichos y suelta de halcones y águilas que les metan miedo- no parecen estar dando grandes resultados.
A todo esto, los jabalíes empiezan a venirse arriba y a dejarse ver paseando tan ricamente por zonas cercanas a la naturaleza (o hacemos algo o acabarán deambulando por el Paseo de Gracia y entrando en Versace o Dolce & Gabbana). No debería ser necesario insistir en ello, pero las ciudades están diseñadas básicamente para los seres humanos (y sus perros, si no muerden a nadie y sus amos recogen sus deposiciones). Que yo sepa, nuestras asquerosas palomas no cumplen ninguna función ecológica y se limitan a vivir una existencia parasitaria. Así pues, tal vez no sea suficiente lo de esterilizarlas y haya que pasar al siguiente nivel, el asesinato. O, mejor dicho, el genocidio.