Roger Pallarols, director general del Gremio de Restauración de Barcelona, es hombre que practica la fineza en sus relaciones con el Ayuntamiento y otros causantes de calamidades en la ciudad. Pero ahora se ha dejado de finuras y muestra su hartazgo de “los señores rondinaires (cascarrabias) que han tomado el control de las quejas vecinales y están perjudicando la vitalidad del sector que genera empleo para más de 80.000 trabajadores y es fundamental para la economía de la ciudad”. Por eso: “no vamos a permitir que nuestra ciudad de éxito se vea afectada por esta situación” y demandará a la Federació d’Associacions Veïnals de Barcelona (FAVB) “por la forma en que recibe subvenciones”. Dedo en la llaga de un reducto parecido a un geriátrico lleno de desocupados y mantenido por sucesivos consistorios. 

Las asociaciones de vecinos fueron uno de los puntales más importantes de los movimientos antifranquistas. Hasta que los socialistas llegaron al poder y las acallaron regándolas con dinero público y enchufando a los más gritones en el Ayuntamiento o en algunos de sus chiringos. Después, Colau y su banda los sobornaron directamente a base de millones y los convirtieron en cómplices necesarios del “no a todo”, de sus desmanes y de la decadencia de Barcelona. No es raro que Pallarols comience a cantarles las cuarenta. 

Plagadas de podemitas, antisistemas, activistas profesionales, pro-okupas y otros grupúsculos perjudiciales para la libertad y el progreso económico, abundan en ellas los “carcamales”. Personajes que Ignacio Vidal Folch retrató en un artículo de Crónica Global titulado “Procura no ser un carcamal”. “Un vieux con en francés y un viejo imbécil” en castellano. Ejemplos: “unos cuantos jubilados cortando el tráfico de la Meridiana. Los mismos ancianos, u otros, que han irrumpido en la sesión plenaria del Parlament sosteniendo unas pancartas en que acusaban a los diputados de ser unos vividores…” Y sugería que, si se aburrían, en vez de enredar jugasen a la petanca en algún parque o se reunieran para tomar chocolate en la calle Petritxol.

Pero no. Se alían con los funcionarios e inspectores más carcas del Ayuntamiento y claman contra las terrazas de la calle Enric Granados, que antes de ser un eje de ocio fino y algo pijo no era nada ni interesaba a nadie, salvo a los seminaristas que allí vivían. Hubo también los pabellones de libros Antoni Palau i Dulcet, nacidos en 1902 y que en 1967 se ubicaron en la acera de la calle Diputació, junto a los jardines traseros de la Universidad. Veinte paradas de libros antiguos y de lance que inauguró el alcalde Porcioles. El Ayuntamiento socialista las borró del mapa

Siguiendo con la metáfora de los cascarrabias, carcamales, rompe balle en italiano, torracollons en catalán, las FAVB no son lo que fueron ni tienen el sentido que tuvieron. Una rémora del pasado innecesaria para el renacimiento de la ciudad alegre que dejó de serlo con las amarguras Colau. Ahora falta ver si otras entidades empresariales y comerciales hacen como el gremio de Pallarols y paran los pies a unos chiringos caducos, opacos y caros que no pasan por las urnas y viven del erario público.