La ludopatía de John Montagu, cuarto conde de Sandwich, tuvo repercusiones imprevisibles. En 1762, dicen que se pasó veinticuatro horas seguidas en una timba, dándole a los naipes, sin levantarse de la mesa. En un momento dado, el cuarto conde de Sandwich tuvo hambre y pidió un poco de carne entre dos rebanadas de pan, porque no estaba para levantarse ahora que tenía una buena mano. No sabemos si ganó o perdió aquella vez, pero sí sabemos que a aquel invento se le llamaría «sándwich» en su honor. Es voz aceptada por la RAE, mientras lleve tilde en la «a». Se define como un tipo de emparedado o bocadillo.
La RAE ha tenido unos años locos y ha admitido también en el Diccionario la palabra brunch, entre otras. Dice que es (cito) la «comida que se toma a media mañana en sustitución del desayuno y de la comida de mediodía». El bocadillo de media mañana de toda la vida, aunque en su versión original no sustituía ni al desayuno temprano ni a la comida que iba a venir después, sino que se añadía.
El brunch es más propio de los horarios anglosajones y oceánicos o de personas que se despiertan resacosas, víctimas de una noche de juerga, y descubren con fastidio que se les pasó la hora del desayuno. El brunch se da en culturas gastronómicas donde la comida del mediodía no es importante, porque tienen desayunos pantagruélicos y cenas tempranas, a la hora de nuestra merienda. También, tengo que decirlo, o reviento, de culturas atlánticas, que no mediterráneas, que no saben disfrutar de la mesa y la sobremesa y que nos obligan a cambiar de hora dos veces al año con alguna excusa peregrina.
Los locales de brunch triunfan en Barcelona por varias razones. Una, porque vienen turistas, que están habituados al brunch, o eso que llaman «expats», personas que, al poder trabajar a distancia desde casa, huyen de los países atlánticos para vivir la vida más amable del Mediterráneo. La segunda, porque hay mucho engolado y campanudo con pretensiones, que se suma a la moda con frenesí, no vaya a quedarse atrás. Este quiero y no puedo es típico de las ciudades de provincias, como Barcelona. La tercera y última, porque muchos se apuntan a lo que parece apetitoso y les gusta probar y variar. Basta con pasear por la ciudad para descubrir que, aparte de los restaurantes chinos y las pizzerías italianas, dos clásicos, hay restaurantes de cocinas de todo el mundo: peruanas, árabes, persas, griegas, turcas, húngaras, coreanas, indias… Algunos restaurantes, agobiados por la diversidad y para no tener que elegir etiquetas, dicen que sirven «international food» y se quedan tan panchos.
Aquí entra un tipo de barcelonés también muy provinciano, la otra cara de la moneda del enterado que he señalado antes. Se muestra especialmente irritado porque la carta no está en catalán, por ejemplo, aunque también existe la versión irritada porque la carta no parece escrita en español. Entre nosotros, es difícil que parezca escrita en un idioma de raíz latina: «pankake», «bagel», «açai», «japchae», «muesu», «chia», «pulled pork», «smoothie», «muffin», «shake», «latte», «cookie», «bowl», «brownie» y un larguísimo etcétera de palabros cubren el menú entero de arriba abajo, para añadir un magnífico colofón señalando que la oferta puede ser «probiótica», «vegan friendly» o «healthy food», por ejemplo. Aquí no hay consejero de Política Lingüística que valga, aunque insista en señalar que un «muffin» es una magdalena de toda la vida y un «shake», un batido. Pues, mira, que se joda, porque ya está bien de decirnos qué y cómo tenemos que hablar. Como que estamos para inquisidores, qué hartazgo.
(Ahora bien, y lo digo entre paréntesis, sí que es verdad que al ojear algunos menús de brunch la única palabra que sabes qué significa es «aguacate» y echas de menos un diccionario. Sí, ahora saldrá el pesado de turno que pregunta por qué no pone «alvocat». De verdad, qué murga. Vale ya.)
Aunque el brunch se ha instalado por el momento en zonas pijogentrificadas (me acabo de inventar este adjetivo), será popular en poco tiempo, como las pizzerías o como pedir un capuchino (del «capuccino» italiano) en una cafetería. Ahora mismo, en las calles peatonalizadas, como Consell de Cent y alrededores, los locales de brunch están creciendo como setas. Es el precio que tenemos que pagar por ser una ciudad cosmopolita, sea lo que sea eso hoy en día, y el destino turístico de millones de turistas.