Durante cuatro meses (17 de octubre de 2024 al próximo 23 de febrero) el Disseny Hub Barcelona mantiene abierta una exposición muy curiosa en torno a dos marcas comerciales. En ella se dibujan las similitudes y las diferencias entre Vinçon, la añorada tienda de objetos de diseño que cerró hace 10 años, e Ikea, el gigante mundial que ha sabido combinar el diseño con los precios populares.
100 objetos de Ikea que nos hubiese gustado tener en Vinçon es una muestra comisariada por el arquitecto Juli Capella e ideada por Fernando Amat, alma junto a su hermano Juan del mítico establecimiento del Passeig de Gràcia, reclamo de gente de gusto y de progres barceloneses durante décadas.
Lo primero que hace el visitante es plantearse la pregunta subyacente de la exposición: ¿por qué aquel mundo de objetos amables que era Vinçon no pudo alcanzar la dimensión y la importancia de la empresa sueca? No era imposible. De hecho, hemos visto iniciativas más modestas igual de cercanas que han conseguido posicionarse a escala mundial, como es el caso de Mango, obra del recientemente fallecido Isak Andic. O de Inditex, creación del gallego Amancio Ortega.
Ingvar Kamprad inició su negocio con solo 17 años, mientras que Fernando Amat se incorporó con 14 al de su padre para transformarlo poco después. Ambos compartían ciertas taras incompatibles en teoría con el mundo del diseño, características que sin embargo pudieron dar un acento especial a su talento comercial.
Al sueco siempre le acompañó una especie de dislexia que determinó la forma en que escogió los nombres -aparentemente- complicados de sus productos: entre cuatro y 12 letras, palabras escandinavas que evocasen el uso u objeto de la pieza; una forma nemotécnica de recordar cada referencia.
El catalán es daltónico, un defecto óptico enemigo de las formas que reflejan color, que son prácticamente todas. Pero a Amat le gusta lo que le atrae y en el tono en que lo ve. Dado que su trabajo consistía en comprar los productos que luego vendía la tienda y que su filosofía pasaba por adquirir sólo aquellos objetos que le gustaría tener en su casa, está claro que Vinçon triunfó gracias a su acrónica visión del mundo. Amat no hubiera podido navegar ni pilotar un avión, pero sí adornar su casa con -su- gusto.
Hasta aquí las similitudes. Las diferencias son más obvias porque la primera empresa de Kamprad se dedicaba a la venta por correo y ya en su catálogo de 1953 incluía tres modelos de mesa con patas desmontables para facilitar el transporte, de donde nacerían sus famosas cajas de embalaje planas y, a partir de ahí, el móntelo usted mismo. Su carácter austero, la preocupación por la sostenibilidad y la accesibilidad terminaron por definir el exitoso modelo de negocio de Ikea.
Fernando Amat no ha sido un hombre de negocios, sino un amante de lo bello. La vida le dio la oportunidad de entrar en contacto con el arte, y lo disfrutó tanto en la tienda como en la sala de exposiciones que montó en el piso superior de Vinçon, donde los cuadros tenían una etiqueta con el título, el autor y el precio (como los 100 objetos de Ikea que ha elegido para el DHub), algo insólito en las galerías.
Ahora se dedica a la ebanistería, concibe y crea muebles especiales destinados a funciones muy concretas por los que no cobra; los hace por el placer de darles forma, por amor al arte; un fenómeno común entre ciertos artesanos. Un caso parecido al de Francesc Fortí. El chef del Racó d’en Binu que vive ahora la segunda primavera de su vida. Dice que no ansía ver lleno el restaurante, sino que se alegra de que la afluencia creciente de clientes de esta nueva época del local de Argentona le dé la oportunidad de cocinar, que es lo que realmente le hace feliz.