Las ciudades cambian. Barcelona no es una excepción. La última gran transformación está asociada a los Juegos Olímpicos de 1992. Nació entonces un nuevo barrio y se abrió a un mar al que había dado la espalda durante casi un siglo.
En general, estos cambios fueron bienvenidos, pero otros duelen más a los barceloneses de hoy porque afectan a su memoria, que durará apenas lo que duren sus vidas. Luego, lo que haya desaparecido dejará de ser vivencia sentimental para convertirse en una página más de la historia o pasará al olvido.
Hay un novelista que ha impregnado sus narraciones de la memoria de Barcelona: Manuel Vázquez Montalbán. Cuando se le decía que el detective Pepe Carvalho era el origen de la novela negra española, respondía que sus novelas no eran negras sino sepias: fotografías de un pasado entre lo personal y lo colectivo. Retrató las transformaciones del Raval, donde hoy dispone de una plaza, pero también las del tejido industrial del Poblenou. Y las de la cocina añorada de Casa Leopoldo.
Ahora, la memoria de Barcelona se ve amenazada por otra transformación: los cambios que puedan suponer el abandono del monasterio de Pedralbes por las Clarisas. Ha sido residencia de la orden religiosa en los casi 700 últimos años: desde 1327. El mes que viene, si no hay un imprevisto, las tres monjas que quedan (todas ellas de edad avanzada) se trasladarán a Vilobí d’Onyar (la Selva).
El monasterio y su entorno son un conjunto emblemático de la ciudad. La orden de Santa Clara de Asís, como el resto de las franciscanas, compaginan la contemplación, el trabajo y la atención a los pobres. Esos que preocupan a la obispa que recordó a Donald Trump que no todo el mundo es millonario por herencia. O por rapiña.
En los últimos años ha acogido también exposiciones. Durante un tiempo fue incluso la sede barcelonesa de la fundación Thyssen. Parte de su supervivencia está vinculada a la colaboración (y aportaciones) del Ayuntamiento de Barcelona que en 2022 firmó con la orden un convenio que había de tener 75 años de vigencia y que podía ser renovado por otros 75.
Tempus fugit. Si ya nadie se toma en serio la eternidad, mucho menos tres cuartos de siglo. Una vida entera para un particular. Apenas un latido para una ciudad milenaria.
El vendaval laico y racionalista que barre Europa desde el siglo XVIII se ha llevado buena parte de las vocaciones religiosas. Barcelona disponía de núcleos monacales y conventuales en casi toda la ciudad. Sant Pau del Camp era tan importante que su abad llegó a estar asociado a la presidencia de algo parecido a la actual Generalitat. Es un cambio más.
En menos de tres siglos Barcelona liquidó los restos de sus murallas y creó el Eixample. Y luego se produjo la anexión de municipios vecinos y la urbanización de terrenos agrícolas. El entorno mismo de Pedralbes, hasta la Diagonal, era hasta hace poco un conjunto de campos de labor con masías aquí y allá. Aún queda un fragmento de naturaleza a sus espaldas: el Parc de la Oreneta. Es de esperar que no acabe transformado en centros educativos o residencias de potentados.
El monasterio de Pedralbes nació por el impulso de Elisenda de Montcada, esposa de Jaime II de Aragón. Quiso que estuviera al cuidado del Consell de Cent y, hasta hoy, el Ayuntamiento de Barcelona ha cumplido con la voluntad de alguien que, se mire por donde se mire, no puede influir en las decisiones del presente.
Bien está conservar el patrimonio histórico y artístico del monumento, pero si la Iglesia católica lo abandona no puede pretender que los gastos de mantenimiento vayan a cargo del erario público sin otras compensaciones. Ahora las aportaciones permitían que el conjunto se abriera a las visitas al público e incluso se organizaban algunos conciertos en la iglesia, con presencia de las diversas corales del distrito.
Los obispos católicos se apresuraron a aprovecharse del catolicismo de Aznar y sus acólitos para inmatricular (apropiarse de) innúmeras propiedades. Si no pueden mantenerlas, que las dejen a las autoridades actuales, herederas reales de Elisenda de Montcada.
Tiene razón el alcalde, Jaume Collboni, la decisión de seguir o no en el edificio corresponde a las Clarisas. Pero convendría ordenar el futuro del conjunto, espléndido en sí mismo, antes de que se convierta en otro nido de okupas.