El mundo del taxi tiene un problema muy serio. Da la impresión de que sólo conoce un medio de protesta: colapsar el tráfico en Barcelona y sus accesos. Y ahí convive con duros competidores, incluyendo el Servei Català del Trànsit.

La dificultad para circular por esas vías no requiere en absoluto la colaboración de los taxistas. Se produce cada día. Que las rondas o la Gran Vía estén colapsadas no es una novedad, de modo que la mayoría de conductores no achaca al taxi las dificultades.

Tiene también otros problemas, según los portavoces del sector. Uno es la competencia con las compañías que funcionan a través de servicios contratados. En ese manda el mercado y los taxistas harían bien en preguntarse por qué tanta gente prefiere otro servicio.

Otro es el coste de los seguros. Fluctúan a merced del libre mercado, a no ser que se haya producido un acuerdo entre compañías, lo que sería algo a ser estudiado (y perseguido) por los organismos pertinentes.

De todas formas, y vista la disposición de una de sus agrupaciones (Élite taxi) para encontrar problemas que justifiquen las protestas, cabe pensar que si no hubiera ninguno, se inventarían otros. Siempre se puede echar mano de la sequía para explicar la suciedad de algunos vehículos.

Élite taxi empieza a parecerse a algunos partidos nacionalistas: la culpa siempre es de otro. ¿Autocrítica? En absoluto. Eso, como dice cierta izquierda y alguna derecha, es cosa del estalinismo.

Generalizar lleva casi siempre al error. Criticar al sector del taxi en su conjunto sería, además de erróneo, una barbaridad. La mayoría de los taxis están limpios y la mayoría de conductores de taxi no son unos chorizos y realizan su trabajo adecuadamente.

Pero algunos hay que incumplen las normas (como en todas las profesiones). Debería de saberlo el portavoz de la protesta cuando afirma que el 90% de VTC son piratas y que sus conductores protagonizan la inmensa mayoría de accidentes de este tipo de transporte.

Una vez más el discurso victimista y maniqueo: ellos (malos y perversos) y nosotros (los mejores).

Y la exageración que mina el propio crédito. El portavoz de la protesta aseguró que habían participado 5.000 vehículos y luego redujo la cifra a 3.000. La Guardia Urbana calculó 900. Una notable minoría porque el número de licencias es de unas 10.500. ¿Se exagera también al describir los problemas?

Este colectivo de taxistas tiene un comportamiento muy parecido al de algunos grupos políticos: ante la dificultad de encontrar soluciones a los problemas, buscan agudizar los conflictos y toman a la ciudadanía como “rehén” de sus reivindicaciones. El lema es “tanto peor, tanto mejor”.

Si hay quejas sobre las compañías de seguros, se cortan las calles; si no están de acuerdo con la legislación, se cortan las calles; si no gusta el resultado de Eurovisión, se cortan las calles. Otros bloquean el funcionamiento del Consejo General del Poder Judicial y tampoco pasa nada.

El taxi es un servicio complejo. Una profesión liberal con precios regulados, a cambio de lo cual se da también una limitación de licencias.

Las nuevas tecnologías han supuesto para estos profesionales un competidor inesperado frente al que, de momento, sólo aspiran a que desaparezca. No lo hará. Como tampoco desaparecerán las grandes superficies comerciales, por más que sea el sueño del pequeño comercio.

Hasta el periodismo se ha reinventado, convirtiéndose en digital para convivir y competir con el papel, lo que ha hecho que algunos kioscos cierren y otros se adapten.

Una parte de los tenderos ha optado por la proximidad y otra por la especialización. Una parte del sector del taxi ha respondido agrupándose en plataformas y aplicaciones que compiten con los VTC y, en algunos casos, son sinónimos de eficacia, puntualidad y trato agradable.

Otra parte ha creído que lo mejor es incordiar al personal, bloquear la ciudad de forma periódica y exigir medidas legislativas a su favor para perpetuar un pasado que no volverá.

Al principio las movilizaciones se hacían coincidir con acontecimientos feriales que atraen a una gran cantidad de personal. Ya no. El resultado era un desastre para la ciudad, pero también para los que paraban precisamente los días que podían hacer más caja.

Este es un caso claro de intereses contrapuestos. Los propietarios de las licencias querrían que hubiera menos (y ninguna de VTC) y que las tarifas fueran más altas. El usuario quiere más taxis y más baratos. Y el conjunto de la ciudadanía quiere, además, que dejen de cortar las calles. Que son de todos.