El día que Junts tenga suficiente fuerza como para imponer decisiones, al modo en que Vox se las impone al PP, Hansi Flick tendrá que dejar el Barça. Y con él un montón de jugadores (Pedri, Raphinha, Araujo). Lo explicaba claramente el otro día Jordi Turull en un artículo en La Vanguardia: “De la misma manera que cuando una persona llega a Zamora se le pide el castellano para acreditar arraigo, si esta persona decide arraigar en Catalunya es lógico que se le pida por el catalán” (sic).

Turull, secretario general del partido que preside Carles Puigdemont, se hizo famoso por el interrogatorio a Jordi Pujol en la comisión del Parlament que investigaba diversos pufos de la familia. Más que preguntas; lo suyo eran lametones. Sólo le faltó limpiarle los zapatos.

Con esas credenciales, y dirigiendo un partido con ramalazos xenófobos, no es de extrañar que a la hora de escribir sea impreciso, por no decir que miente.

En Zamora no se pide a nadie conocer el castellano para empadronarse y vivir allí. Y hay otra diferencia entre Barcelona y Zamora: la capital catalana tiene, según el Estatut vigente, dos idiomas oficiales: el catalán y el castellano. Ninguno de ellos es imprescindible para alquilar o comprar un piso. Basta con tener el dinero suficiente.

Si se aplicara el criterio de Junts, no sólo Flick no podría ser entrenador del Barcelona. Messi no hubiera podido quedarse y, desde luego, si un día quisiera, no podría volver a Barcelona. Con ello la ciudad perdería dos de las figuras que más han proyectado su nombre en el mundo. Muy por encima de lo que pueda hacerlo nunca Turull.

Acaba de publicarse una novela (Mientras el río fluye), de Blas Valentín Moreno, donde tiene cierta relevancia la intransigencia idiomática. En Catalunya y en Valencia por parte del otrora llamado bunker barraqueta. No es el único asunto que trata, pero en ella aparecen y reaparecen las actitudes intransigentes, verdadera carcoma de la convivencia.

Llega un punto en que la matraca de la lengua con la que los intolerantes apabullan a los demás empieza a ser cansina. ¿Tan difícil es que cada uno hable en el idioma que le dé la gana?

La cuestión de la lengua es tratada por los nacionalistas, sobre todo, desde la perspectiva más emotiva. Se exagera cualquier tipo de supuesto agravio. Se defiende, como hace Turull, que la lengua es un factor de identidad territorial (él escribe nacional). Como si los territorios tuvieran lengua alguna.

Pero las piedras no hablan. Son las personas las que lo hacen. Y algunas muy mal.

La actitud de Junts ha sido siempre la misma: decir que todo está fatal y quejarse mucho. Luego, nada. Ahí está su negativa a negociar siquiera el pacto por la lengua. No les importa, ni siquiera les importa rozar lo ridículo como cuando critican que Salvador Illa sea capaz de hablar a veces en castellano.

Es lo de siempre: la ley del embudo. Lo ancho para ellos y lo estrecho para el resto del mundo. A favor de la diversidad idiomática, pero en Barcelona todos a hablar catalán. O a largarse.

Cuando Jordi Pujol presumía de dominar idiomas, sacaban pecho. Sobre todo de su alemán. Ahora, en cambio, piden que sólo se hable catalán. Y Flick, que se vaya.

Por cierto, ¿debe irse Puigdemont de Bélgica o habla a la perfección ese dialecto holandés que algunos belgas llaman flamenco?

Desde hace tiempo son frecuentes en las redes quejas de individuos que dicen que no fueron atendidos en catalán en tal o cual negocio privado. La mayoría de estas soflamas, llenas, dicen, de amor por la lengua propia, presentan faltas de ortografía.

Unos cuantos son energúmenos dispuestos a amar siempre que no suponga esfuerzo alguno. El uso de la fuerza lo reservan para el día que puedan castigar a los castellanoparlantes. En eso, además, estarán acompañados por sus más directos rivales de Aliança Catalana, cuyas expectativas de voto crecen a costa de Junts y la CUP. ¿Por qué será?

Pero le guste o no a Turull y compañía, los barceloneses tienen dos idiomas oficiales. Y el derecho a hablar en el que les dé la gana, garantizado además por la Carta Municipal. Y el entrenador del Barcelona tiene derecho a utilizar un inglés francamente decente o el alemán si lo prefiriera. Al menos hasta que los de Turull puedan echarlo.