A raíz de las últimas detenciones de yihadistas en Barcelona, he vuelto a observar la escasa importancia que le otorgamos al islamismo radical y su capacidad de darnos donde más nos duele. La noticia ha aparecido en la prensa, pero no ha generado ningún tipo de debate. Estamos a merced de lo que puedan hacer los locos de Alá, aunque hayan nacido en Catalunya, pero hacemos como que la cosa no va con nosotros.

Continuamos practicando la táctica del avestruz, hundimos la cabeza en el suelo para no enterarnos de nada y seguimos a lo nuestro. A lo sumo, algunas almas bellas nos previenen contra la islamofobia, que es algo que ya pasó en Barcelona justo después de los atentados de la Rambla, cuando más motivos había para mirar mal al Islam: apenas nos dejaron tiempo para llorar a los muertos, ya que lo fundamental era no incurrir en la islamofobia.

Tras cada salvajada islamista en Catalunya, siempre sale alguien a decir que la sociedad les ha fallado a los asesinos, sin pararse a pensar que igual se han fallado a sí mismos y con la ayuda de un imán delirante les ha dado por emprenderla contra el infiel. La solidaridad sin condiciones con el mundo árabe es una seña de identidad de nuestra extrema izquierda y nuestros independentistas. Hasta el punto de que cuando ves a un sujeto de la localidad tocado con el pañuelo palestino, sabes que hay muchas posibilidades de que tengas delante a un idiota.

La solidaridad con el mundo árabe, haga lo que haga y mate a quien mate, necesita urgentemente una evaluación psiquiátrica, si es que no es más que una muestra de antisemitismo. Detesto a Netanyahu como el que más, pues me parece un carnicero que intenta ganar puntos para eternizarse en el poder, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que en cuanto lo pierda, la justicia le va a dar la del pulpo, que es lo que se merece por corrupto y mangante, pero, desde un punto de vista estrictamente egoísta, la verdad es que Occidente no tiene nada que temer de Israel, mientras que todas las bofetadas nos llegan del mundo árabe, donde los locos de Alá no diré que abundan, pero sí que saben cómo hacerse notar.

Lo de hacer como que no te enteras de nada no es una exclusividad de la sociedad civil y sus almas bellas y preocupadas por la islamofobia. No veo que nuestros políticos se tomen en serio la posibilidad de que nos vuelen la cabeza en el momento menos pensado. ¿Se vigilan los discursos de los imanes en las mezquitas? ¿Hay policías que hablen árabe y se tomen la molestia de visitar los centros musulmanes de culto? Me parece que se trata de prioridades que tal vez nos podrían ahorrar más de un susto. Si cada vez que a algún iluminado le da por ponernos en nuestro sitio, lo único que hacemos es prevenir a la población sobre los peligros de la islamofobia, me parece que no vamos en la dirección adecuada.

No hace falta demonizar a nuestros musulmanes. La mayoría de ellos son inofensivos y solo han venido aquí a ganarse la vida y darles una vida mejor a sus hijos. De la misma manera, no todos los imanes se dedican a fabricar yihadistas con sus discursos de odio, pero urge vigilar al colectivo porque radicales desquiciados, haberlos, haylos.

Lo que no podemos hacer es pasar olímpicamente de cada nueva detención, pues es una señal de los peligros que nos acechan. Pongamos orden en el asunto y luego, si eso, ya hablaremos de islamofobia.