Mark Zuckerberg lleva toda la vida en camiseta para intentar que nos creamos que es uno de los nuestros. Lo suyo recuerda al acreditado método Springsteen, con el que el bardo de Nueva Jersey se nos presenta como un héroe de la clase obrera cuando es un millonario (nada que objetar, no ha matado a nadie para lograrlo) empeñado en seguir ganando dinero, como demuestra esa caja con siete discos y 83 canciones (74 de ellas inéditas) que va a sacar próximamente a casi 400 euros por ejemplar (o cómo sacar rendimiento a un material que, en su momento, no se consideró digno de ser distribuido).

Francamente, prefería cuando los millonetis eran como los personajes de los cuadros de Grosz e iban por ahí con traje y chistera y fumando puros: por lo menos, no engañaban a nadie.

El señor Zuckerberg acaba de chapar el centro de moderación de contenidos que tenía en Barcelona. No sabemos si ese centro será reubicado en otra ciudad europea o si será, directamente, suprimido, ya que en ese paraíso de la libertad en el que Trump ha convertido su país no hace falta moderar nada porque eso es cosa de comunistas (hasta ahora, nuestro Mark se ha plegado a todas las iniciativas del hombre anaranjado).

Los trabajadores barceloneses han sido enviados a casa con un permiso remunerado (hasta nueva orden, tampoco va a estar el hombre tirando el dinero). Pero además de toda la gente que, tarde o temprano, se va a quedar en la calle, hay que tener presentes los daños colaterales. Uno de ellos es el hecho de que los empleados de nuestra ciudad cobraban menos que los de urbes norteñas más pequeñas, como si hubiesen sido tomados por pinches de los restaurantes del Upper Manhattan (¿para qué distinguir entre los mexicanos y los barceloneses, cuando todos hablan el mismo idioma?).

Otro efecto colateral, tal vez más grave, consiste en los daños psíquicos sufridos por un número destacable de empleados encargados de la moderación de contenidos. Ante las atrocidades que han tenido que ver, muchos han acabado necesitando ayuda psiquiátrica.

La verdad es que no se entiende por qué los tarados de todo el mundo siguen enviando cosas a Facebook que ya saben que no pasarán la censura. Si Zucky no soporta la visión de un pezón femenino, ¿cómo va a dar por buenas imágenes mucho más bestias que solo sirven para volver tarumbas a los que cobran un sueldo francamente mejorable por supervisar y moderar los contenidos de las redes sociales?

En cualquier caso, hay bastante gente que ha petado tras sus sesiones de moderación y supervisión. Gente de baja por depresión que necesita ver a un psiquiatra. A Zucky nunca se le ocurrió subirles el sueldo. Ni pagarles el psiquiatra. Y ahora se dispone a ponerles en la calle cuando decida que lo del permiso retribuido es un despilfarro que no puede ni debe permitirse.

Lo dicho: donde estén los capitalistas de los cuadros de Grosz, que se quiten esos chicos en camiseta que se formaron en el garaje de su padre y que ahora dominan el mundo. Hasta el siniestro Elon Musk fue uno de ellos. Y todos son iguales. Empiezan haciéndose el progre (Musk fue fan de Barack Obama), giran luego a la derecha y acaban explotando a sus trabajadores, como todo empresario que se respete.

Probablemente, Meta se instaló en Barcelona porque le salía más barato que hacerlo en Berlín o en Londres. Ahora buscará nuevos horizontes en los que los siervos no exijan un salario digno y en el que no sean tan flojos como para no soportar imágenes de un descuartizamiento o de sexo con niños. Un consejo: cada vez que vean por la tele a un emprendedor en camiseta, desconfíen de él.