Hay llanto y crujir de dientes entre el colectivo lazi por la mutación que está sufriendo el centro cultural del Born para convertirlo en un museo más de historia de Barcelona, a manos, claro está, del perverso PSC y su plan nefando para descatalanizar Catalunya.
Los columnistas del ancien regime, que creían eterno, como el tercer Reich para el Fuhrer, publican en sus digitales artículos y columnas de opinión en los que lamentan esta nueva puñalada trapera a la catalanidad, representada en su momento por ese gran patriota y divulgador internacional de la ratafía que fue el gran Quim Torra, director del Born cuando era el Born, es decir, un arma para el victimismo perenne de los independentistas.
Parecen ignorar que cuando se produce un cambio de régimen, las cosas suelen cambiar. Y cambian poco, en mi modesta opinión, pues TV3 y Catalunya Radio siguen en manos de los lazis y no se produce nunca la curativa purga que muchos esperábamos.
No sé si ustedes habrán visitado el Born alguna vez. Yo lo hice en una ocasión y me aburrí como una seta ante lo monotemático de la propuesta. Estuve mirando un rato las ruinas, muy útiles e instructivas para saber cómo cagaban los catalanes de finales del siglo XVIII, pero no muy distintas de las que podríamos encontrar si pusiéramos patas arriba toda la ciudad: las urbes están hechas de capas y a la que cavas un poco, te salen los restos de tiempos pasados.
¿Había que salvar esas ruinas? Yo siempre pensé que no y que más nos hubiese valido tirar adelante el plan de la nueva biblioteca, que además nos salía gratis porque la pagaba el ministerio. Pero se impusieron la nostalgia y el victimismo y nos quedamos a perpetuidad con unos pedruscos sagrados que nos recordaban permanentemente la somanta de 1714.
El Born fue durante unos años la niña de los ojos del inefable Torra, que hasta llegó a colocar una bandera cuyo mástil medía exactamente diecisiete metros y catorce centímetros (o sea, 1714, ¿lo pillan? ¡Qué cosas tenía nuestro Quim! ¡Este hombre no daba puntada sin hilo!).
Pero llegó el comandante Illa y mandó parar. De lo cual me alegro, pues aquel Born era tan solo un entretenimiento para obsesos de la derrota (que igual no fue tal, ya que la burguesía catalana hizo pingües negocios con el resto de España que habrían sido imposibles con los Austrias). Un entretenimiento que a los demás, francamente, nos resultaba tremendamente aburrido.
Una vez vistas las ruinas, ¿qué te quedaba? Pues exposiciones que giraban siempre en torno al mismo tema: 1714 y la pérdida de libertades para los sufridos catalanes.
¿Cuántas muestras se podían montar sobre el mismo tema? Según Torra, una infinidad. Según la gente sensata, unas pocas. Pero a Torra ya le bastaba con repetir hasta la saciedad el mismo asunto, pues había que recordar constantemente a la población lo malos que eran los españoles y la manía que nos tenían.
La conversión del Born en un museo de historia de Barcelona permitirá a partir de ahora ampliar el encuadre y ofrecer algunas bienvenidas novedades al sufrido visitante, quien, por si no tenía bastante con las exposiciones monotemáticas, se encontraba luego con una pequeña librería en la que solo se vendían libros para indepes (espero que, a partir de ahora, esa librería se parezca un poco más a una librería normal de esas que, aunque sean pequeñas, albergan un poquito de todo).
Que chinchen y rabien, pues, los lazis. Que se lamenten sin tasa en sus diarios subvencionados (otro asunto descuidado por la administración Illa: la sopa boba para enemigos del estado). O, siendo más crudos, que se joroben. Y que den gracias a Dios de que nunca acaba de llegar esa necesaria purga a los mal llamados medios públicos de comunicación.
Barcelona gana un museo y los indepes pierden un reducto para el victimismo y la pesadez. Regocijémonos.