En este mes consagrado a los Dolores y la Soledad de María Santísima, el próximo miércoles se celebra Sant Jordi. Día del Libro, aniversario de las muertes de Garcilaso de la Vega, de Shakespeare y del entierro de Miguel de Cervantes.
Además de la afición a regalar rosas por doquier, a algunos barceloneses nos entra la Barcelona, nostalgia de Cervantes. Título del reciente y magistral artículo en La Vanguardia de la catedrática y académica de la lengua, Carme Riera.
Riera aporta y fija las fechas exactas que Cervantes pasó por Barcelona. Antes de que su Quijote se deshiciera en elogios a la ciudad de sus amores. Resulta que no fue en 1610, según el eminente cervantista Martí de Riquer, sino “entre 1570 y 1571”.
Más allá de datos eruditos y del típico tópico “albergue de extranjeros” y “archivo de cortesía”, sostiene Riera que “es la nostalgia cervantina por la Barcelona de su juventud la que motiva su elección como ciudad quijotesca”.
“Lo bien que podríamos vivir del quijotismo”, afirma Sancho en la fantástica novela de Andrés Trapiello El final de Sancho Panza y otras suertes (Destino, 2014). Convertido el escudero en sabio de ficción, sentencia: “Muérete y verás”.
Sancho es el símbolo del seny catalán, traducido como sabiduría o sensatez ancestral. Implica conciencia, integridad y acción correcta. “Una especie de sensatez refinada y autorrealización”, afinan los diccionarios.
También su asno Almanzor (bautizado así por Trapiello, que no por Cervantes), sintoniza con el burro catalán. Otro personaje icónico del seny en las fábulas y cuentos catalanes.
No es raro, pues, que Sancho Panza considere que la vida no imita a las novelas sino al revés. Porque tanto en Barcelona como más allá: “La verdad es la principal compañera de la mentira”.
De su paso por la ciudad y de las invenciones de Trapiello, aprendió aquel humilde labrador que “El número de tontos es infinito” y que “quien busca a un tonto lo encuentra pronto”. Más fácilmente, en Barcelona.
La vinculación de Cervantes, don Quijote y Sancho con Barcelona se estrechó para siempre en 1891. Cuando Antoni Bulbena Tusell (Barcelona, 1854 – La Garriga, 1946), lo tradujo por primera vez al catalán como L'enginyós cavallier Don Quixot de La Mancha.
Conocido también como El Quijote de la Garriga, contribuyó humildemente a que la novela de Cervantes sea el libro más vendido y traducido de la historia del mundo después de La Biblia. Ambos son dignas relecturas reposadas hoy y otros Viernes Santos.
Los dos son también válidos y prácticos para ser recordados el día de Sant Jordi. Porque los clásicos nunca engañan. Y porque cinco páginas de consejos de Sancho a su burro Almanzor enseñan cómo “he visto ir más de dos asnos a los gobiernos”.
Así pues, aunque Sancho Panza vuelva a Barcelona, esto ya no es lo que fue ni lo que era. Ni los extranjeros albergados. Ni la cortesía. Ni este mes consagrado a los Dolores y la Soledad de María Santísima.